El ingeniero que emprende para restaurar el medioambiente
Hace ocho años Mauricio Lemus creó Biocys, una consultora medioambiental, desde cero. Partió sin dinero ni respaldo, y aunque cometió errores en el camino, se mantuvo firme para no renunciar a su objetivo. Hoy tiene a cargo a 70 personas, trabaja en grandes proyectos y ha ganado dos veces en los premios Latinoamérica Verde.
Mauricio Lemus (48) soñaba con generar un impacto en el ecosistema a través de la restauración ambiental. No solo quería reforestar, sino que trabajar en soluciones para que los terrenos degradados pudieran alojar vida nuevamente. En la mente de este ingeniero forestal no había espacio para otra cosa que no fuera generar alternativas para combatir la desertificación de los suelos. Por eso, hace ocho años creó Biocys, una consultora ambiental que formula e implementa soluciones para devolverle la fertilidad a la tierra.
Su empresa se encarga de hacer asesorías, pero también de idear y ejecutar proyectos para que terrenos yermos puedan recuperarse a través de distintas técnicas. Una de ellas es la oasificación, que consiste en generar un pequeño oasis a través de una trampa que recolecta agua para restaurar el ciclo hidrológico, recuperar nutrientes y darle un empujón a ese terreno para que un bosque pueda restaurarse.
Y si en los proyectos les piden solo reforestar, cuenta Mauricio Lemus, ellos de todas maneras van más allá y hacen un trabajo completo en el terreno.
Es lo que siempre se propuso hacer cuando empezó con Biocys, que hoy tiene a 70 trabajadores –diez profesionales y 60 operarios–, proyectos desde la región de Atacama hasta la Metropolitana y que ha sido reconocida internacionalmente.
Cuando comenzó a trabajar en Biocys, en 2014, Mauricio Lemus no tenía nada. Ni dinero, ni vehículo, ni oficina. Solo un sueño. Trabajaba bajo un convenio de Conaf y tras un buen tiempo lo dejó; luego hizo lo mismo con una consultora. Se sentía atado de manos para hacer lo que él quería y dio un salto al vacío. Fue como plantar un árbol en medio de un terreno árido.
En ese tiempo, él y su familia vivían en la misma casa de hoy, ubicada en Puente Alto, pero las cosas no eran iguales. No había ampliaciones ni segundo piso; la mesa de comedor funcionaba como escritorio y cada vez que había que comer, Lemus tenía que sacar los cientos de hojas que repartía. Como eso se volvió tedioso, decidió llevar sus cosas a la pieza que ocupaban sus hijas para jugar. Ahí estuvo mucho tiempo, entremedio de muñecas, juguetes y dinosaurios, y también de sus pequeñas que a veces llegaban a divertirse, siempre en silencio cuando había alguna reunión.
Ahora su casa cambió radicalmente: tiene una oficina en el primer piso, en lo que antes era un dormitorio, y que ahora luce una pared que imita a un bosque. Desde ese rincón de su hogar salen los presupuestos, llegan las facturas de pago y se generan nuevos proyectos, varios de ellos de gran magnitud. “Algunos son una locura, porque tienen más ceros de los que nunca había escrito. Hoy tenemos proyectos grandes, no tenemos miedo a atrevernos con más cosas. Yo lo único que quería era ojalá tener unos seis millones de pesos en la cuenta corriente de la empresa para estar tranquilo y la verdad es que hoy no hago nada. Hay 70 trabajadores, tenemos siete camionetas”, detalla el ingeniero forestal.
Eso sí, Lemus no tarda en acotar: “Pero yo partí sin nada. Sin espalda”.
La búsqueda de un sueño
El primer proyecto de Mauricio Lemus fue un desastre. El primer día tras renunciar a su trabajo recibió una llamada para una posibilidad de realizar un encargo y sin pensarlo se puso manos a la obra. Tanta fue su emoción, reconoce, que no pidió ni un contrato de por medio; nada. ¿La consecuencia? El pago se demoró poco más de un año. Para poder resistir, empezó a pedirle dinero a su papá, a sus amigos.
Reconoce que cometió errores así y que aceptó otros proyectos malos porque, en su afán de generar ingresos, tomaba lo que llegara.
Al poco tiempo, salió otro trabajo en Rancagua. No era tan lejos y la carrera en taxi le salía unos 20 mil pesos. “Mucha plata”, dijo. Se bajó en la carretera, puso la vista en el horizonte y comenzó a hacer dedo esperando que alguien lo subiera a un vehículo. Se subió a uno, luego a otro y finalmente a un tercero que lo dejó en la minera donde tendría una reunión; tomó un pañuelo de su bolsillo, se agachó y limpió cuidadosamente sus zapatos. “¿Cómo me fue? Bien, ganamos ese proyecto, trabajé en eso un tiempo y ahora hace poco nos invitaron a una licitación como empresa”, recuerda Lemus.
Después le pidió ayuda a un primo que tenía un auto para que lo acompañara; él le pagaba el día. Así, hasta que luego de un año sin ingresos llegó el primer pago y pudo saldar algunas deudas, comprarse una camioneta usada y tomar una bocanada de aire. “No hubo vacaciones, porque no había plata, y lo que hice fue esperar a mediados del verano para comprarles una piscina chica a las niñas para que pudieran entretenerse un poco. Nunca perdí la esperanza de que este proyecto empezaría a pagar”, evoca el fundador de Biocys.
En ese intertanto dictó un par de clases en una universidad y, apenas llegaba el pago, corría a cobrar el dinero. Aunque dice que era poco, le servía muchísimo.
“Luego salió un proyecto en otra minera, para un diseño de obras de conservación de suelos y otro de recuperación en la región de O’Higgins; luego me licitaron otro trabajo, pero ese era de ejecución. Es decir, tenía que contratarme a mí mismo y lo hice por el mínimo, porque no tenía mutual ni nada. También contraté gente para ese proyecto y así fuimos tomando vuelo”, relata Mauricio Lemus.
Con el tiempo fue consolidando poco a poco a un equipo hasta tener el actual, que está repartido entre todas las regiones, en distintos proyectos, tareas y funciones. Todos trabajan desde sus casas; a excepción de cuando hay que ir a terreno, las reuniones y coordinaciones se han hecho siempre así. Mauricio Lemus detalla que “el teletrabajo siempre ha estado con nosotros, porque estamos en distintos lados”.
Así, todas las mañanas parte por acomodarse en su oficina, tomar el celular y comenzar a saludar a los distintos grupos de trabajo que habitan en su WhatsApp. Comienza a coordinar una a una las posibles reuniones, ver avances y dar nuevos lineamientos. Todo por llamadas o videollamadas. Difícilmente deja su computador de lado durante el día; aunque las jornadas son de 8:30 a 18:30, él sigue hasta las 23:00 horas, aunque se detiene para comer con su familia, estar un rato con sus hijas o ver una película en familia. Luego vuelve al computador.
A terreno va a supervisar los avances, pero tras la pandemia cada vez ha ido menos.
El salto, la ayuda y el reconocimiento
Cerca del tercer año de funcionamiento Biocys dio el salto. Un poco antes de eso, Mauricio Lemus recibió un llamado. Le pidieron su currículum y sus pretensiones de sueldo. “Pero si no estoy buscando pega”, dijo extrañado, y envió de igual forma el documento, aunque sin pretensiones. Recibió la llamada de vuelta preguntándole cuánto pediría para el trabajo.
Respondió con una cifra alta, “algo que no había ganado nunca ni estaba ganando en ese tiempo”, y le dijeron que no había problema.
No saltó en un pie, como, dice, lo hubiera hecho en otro momento. “Vamos a tener que congelar Biocys”, le dijo el socio que se sumó a su proyecto. Pero Mauricio Lemus se negó: “Yo ya me había lanzado a la piscina. O me ahogaba o salía a flote. Estaba recién afirmándome todavía, pero no desistí”.
No erró en su decisión y al tiempo firmó los mejores contratos para trabajar y consolidarse.
Una ayuda fue fundamental para Mauricio Lemus: el Centro de Negocios Puente Alto, de Sercotec. Se acercó en un comienzo al de La Florida y luego al de su comuna, que le quedaba cerca como para ir caminando. Le asignaron a una asesora y empezó a aprender cómo formar una empresa, contabilidad, modelo de negocio, finanzas, asesoría legal, digital. Muchas aristas que él no conocía y que le fueron entregadas en ese organismo. El propio Lemus calibra la importancia: “Hasta ahora a veces la sigo molestando, porque siempre han estado, desde los talleres, reuniones, orientación, todo. Lo que recomiendo es que, si uno quiere emprender, tiene que ir al Centro de Negocios más cercano, porque ahí hay herramientas que uno no conoce”.
Al principio había cosas que no necesitaba tanta ayuda. “La contadora no me cobraba mucho porque básicamente no facturábamos nada al principio”, dice.
Aunque, de no tener nada, pasó a tener mucho.
Pero Mauricio Lemus no habla de dinero, sino de satisfacción. En 2019 fue premiado en los Premios Latinoamérica Verde, catalogados como los “Oscar verdes” en la categoría “Bosques y Flora” con el proyecto “Oasificación: Solución forestal para la desertificación”. Una arista a la que, cuando empezó, pensaba dedicarle un 10% aunque nadie se la pagara, y que con el tiempo pasó a tener casi la totalidad de su enfoque: restaurar los suelos y evitar la desertificación. En 2021 fue ganador del “Premio a la efectividad” en los mismos galardones.
Lemus recuerda ese momento con una cuota de emoción en sus palabras, pues ese día también perdió a su padre. Acomodado en la silla de su escritorio, reflexiona: “Fue un gran aliento, porque fue un proceso largo. Uno se la jugó por lo que creía; no estaba tan mal lo que pensé en un inicio. Ese premio fue un impulso. Fue enorme”.
Ese es el espíritu que mantiene. Motivado por más, dio el puntapié para crear un Centro de Restauración Ambiental, un lugar que sea una fuente de apoyo para otros proyectos de restauración y proyectos que nadie quiere o va a pagar. Ahora partieron con un vivero que sirve para donar a esos proyectos y generar un impacto.
Mauricio Lemus creció como una planta en el desierto. Sin nada. Tal como lo hace hoy con Biocys, trabajó su entorno por un largo tiempo para volver a crecer. Él entrega su receta: “Mi clave fue trabajar sin descanso por lo que quería. Cuando un trabajo te gusta se transforma en pasión, pero cuando no te gusta se transforma en estrés. A mí me preguntan por qué trabajo tanto si no todo es plata, y no, no todo es plata y no trabajo por plata; me gusta que llegue, pero creo que esto es lo que tanto soñé”.
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