El piso es de madera; los enormes muebles, del siglo pasado. Las repisas están colmadas de sombreros de distintas formas, texturas y colores. Las lámparas cuelgan desde un techo inmenso y dos espejos enormes sobresalen por sus detalles barrocos y cautivan la atención de todos los clientes. Son todas reliquias que encapsulan la atmósfera de principios de 1900 y que dan cuenta de una tienda que se mantiene desde esos tiempos: la sombrerería Donde golpea el monito, ubicada en la calle 21 de Mayo 707.
Nacida en 1915, las distintas generaciones que han administrado este negocio han querido que siga así, casi intacto. Ni por si acaso se les ha ocurrido deshacerse del maniquí mecanizado, con ojos grandes, sonrisa inquietante y un bastón con el que golpea incesantemente el escaparate de la tienda. Un muñeco que partió vestido de botones de hotel, pero que con los años, y según la época, también ha sido huaso chileno y Viejo Pascuero.
Esa vitrina ha pasado imperturbable durante décadas, ha sobrevivido a catástrofes, crisis, terremotos y pandemia. También fue cómplice en el nombre del local: el original era Fábrica Unida Americana de Sombreros, pero el tac, tac, tac resonante en el vidrio generó un ícono para los transeúntes. “Juntémonos ahí, donde golpea el monito”. Esa fue la frase que se masificó desde su llegada a la tienda, en 1922, y que ha trascendido generaciones.
La historia de su llegada es así: este animoso “monito” fue fabricado en Hamburgo, Alemania, pero llegó desde París, Francia. Su lugar de destino no era la sombrerería, sino una tabacalera, pero esta quebró y el maniquí terminó en un remate; José Sordo, sobrino de los fundadores de la tienda, José González Noriega y María Sordo, lo compró y lo llevó. “Es un robot. Es como hoy hablar de inteligencia artificial y cosas modernas de tecnología. José Sordo pensaba en la manera de diferenciar su negocio respecto del resto”, narra Roberto Lasen Sordo (69), su nieto y quien hoy encabeza, junto a su hija Catalina, la administración de la sombrerería.
En la misma cuadra, relata Lasen, había tres tiendas de sombreros que ponían bandas de jazz todos los domingos. Pero cuando llegó el “monito” el escenario cambió. Las personas se empezaron a aglomerar afuera de la tienda para ver al muñeco, lo que hacía casi imposible entrar al negocio. ¿La solución? Habilitar una segunda entrada por el lado de la calle Esmeralda. No era exagerado: el flujo de gente que había en esas cuadras era grande, pues la estación Mapocho conectaba a los viajeros del norte, del sur y del puerto de Valparaíso con la capital.
El imaginario colectivo alrededor del “monito” creció a niveles impensados. Pocas veces el muñeco salió de su ubicación, pero una vez lo llevaron a una exposición y llegó un niño a la tienda para conocerlo; al pararse frente al escaparate, solo vio su reflejo: el maniquí no estaba. Pocos días después, el niño le mandó una tarjeta detallándole que lo había ido a visitar. Cartas así le llegaron en más de una ocasión.
La combinación de tradición y tecnología
La sombrerería Donde golpea el monito se convirtió en un atractivo turístico, a tal punto que en 2010 fue incluido dentro de la ruta patrimonial del Bicentenario. La nostalgia y la mística del mobiliario y la construcción se han mantenido inalterables a través del tiempo. Eso sí, ahora serán testigos de una transformación digital.
Catalina Lasen (39), hija de Roberto Lasen y bisnieta de José Sordo, explica: “No va a cambiar su estructura, sino que se ampliará la forma en que el consumidor va a llegar al producto. Nos interesa abrir esta rama, porque hay mucha gente de provincia que quiere comprar un sombrero y no va a venir solo a eso. Entonces, con una buena asesoría, con una buena página web donde salgan bien claras las medidas, las formas de pago y maneras expeditas de comprar, podemos darles acceso a más personas, pero cuidando la estructura de la sombrerería”.
La tienda abrirá una web en la que se podrá acceder al catálogo y encargar desde cualquier parte de Chile continental. Pero la idea no es que sea un sitio solamente para comprar, sino también para empaparse con la historia del local y los productos. Allí se alojará la historia de la tienda, historias que compartan las personas. La idea es traspasar el mesón al ciberespacio.
Rodolfo Tapia, gerente de e-commerce, desmenuza el proyecto: “Es trasladar la experiencia y la historia a una especie de blog, donde la gente y sus historias sean parte del sitio web. Queremos agregar, además, las historias de los sombreros, saber qué hay detrás de los productos. Por ejemplo: los sombreros que se hicieron conocidos por la serie Peaky Blinders tienen un trasfondo y una historia, y no se cuentan actualmente; también queremos compartir las historias de trabajo que existen para confeccionar estos sombreros”, cuenta. La ambición es ser “una tienda a nivel mundial donde se puedan encontrar historias y también educar. Estamos construyendo una comunicación en 360°, que tiene que ver también con las redes sociales”.
Como dicen sus dueños, la misión es tener una página en constante movimiento, que incluya noticias, eventos, talleres y novedades respecto a la tienda.
Además, trabajan en reparar y restaurar el local. Están eliminando algunas filtraciones, mejorando algunas superficies y renovando el suelo. “No se va a cambiar ni el piso ni a poner cerámica. Nuestro arquitecto y gestor cultural, Bernardo Valdés, tiene identificados a los proveedores para contar con maderas antiguas, los arreglos serán en la misma armonía con lo que hay. Las modificaciones son al estilo de la sombrerería”, detalla Roberto Lasen.
Están haciendo los trámites para poder habilitar el segundo piso para instalar sala de exposiciones, conferencias y talleres que permitan revivir la magia del local. La idea es tener algo así como un centro cultural. En la última década han encontrado muchas reliquias dentro de los rincones de Donde golpea el monito: facturas y documentaciones de compraventa en la década de 1920, objetos que servían para fabricar sombreros, máquinas para cortar, etc. Incluso tras el terremoto de 2010 apareció un segundo muñeco accidentalmente. Por eso, el afán de abrir un espacio museográfico en el que se puedan mostrar todos estos artefactos es parte del corazón de la renovación.
Además, buscan potenciar a los artesanos y fabricantes de sombreros. “Todavía hay mano de obra artesana chilena. En fiestas, rodeos, vendimias, aún hay una tradición ancestral. Por eso, con este centro cultural se quiere lograr que sea el centro de unión de todos los artesanos dispersos, porque no queremos que desaparezcan, queremos que se herede la tradición y que sean más, que sientan parte de acá, que esta es su casa”, acota Roberto Lasen.
El arquitecto Bernardo Valdés explica que este trabajo busca revalorizar culturalmente al sombrero y su entorno. “Es un proyecto familiar alrededor de un hito en la ciudad. No hay muchos lugares icónicos como este. Para la marca y para el objeto le hace sentido tener un lugar central donde se promueva esa cultura, donde se pueda comprar, entender y participar. Buscamos que la gente pueda tener una experiencia al visitar la tienda, que siga siendo un hito turístico”, detalla.
De actores a Presidentes
El negocio familiar partió con José González Noriega, un asturiano que viajó con 13 años a Argentina y luego a Chile, donde instaló la tienda gracias a la ayuda de un tío y se casó con María Sordo. Con el tiempo, llegó otro Sordo al negocio: José, casado con Margarita Fernández (sobrina de González Noriega), quien al morir la pareja de fundadores mantuvo el 50% de la propiedad. “La fundación de esa tienda fue en 1906, pero la familia la tomó a través de un pariente de mi abuelo en 1915″, asevera Roberto Lasen Sordo.
Desde allí descienden, por cierto, él y Catalina Lasen, que se hicieron con la administración del negocio hace un año. “Murieron mis tías Marisol y María Soledad Tamayo –también descendientes de José y Margarita–, quienes se dedicaban a la tienda, y quedó en manos de sus familiares, pero yo quise involucrarme; les comenté que tenía interés para que el negocio continuara vivo y entré como socio directo, algo que no era antes. María Teresa, una de mis primas, también está a cargo”, dice Roberto Lasen.
Cuenta que, tras estar nueve meses cerrado producto de la pandemia, el negocio tambaleó y la idea de cerrarlo se mencionó más de una vez.
Aunque la crisis sanitaria es solo uno de los últimos capítulos que ha atravesado la tienda. En su origen, por ejemplo, las largas jornadas de trabajo, la poca educación y la obligación de ahorrar dinero exigieron a sus primeros dueños a dormir bajo los mostradores que había en la tienda. Con colchones de paja y soportes improvisados, José Sordo y su familia pasaron al menos cuatro años durmiendo así, soportando el frío y las lluvias del invierno.
Así también hay historias de personajes notables e internacionales. Un día, un hombre entró a la tienda hablando inglés y mirando con detalle. “Mi prima no lo conoció”, introduce Lasen. Intercambiaron algunas palabras, el hombre escogió un quepis de la Guerra del Pacífico, un sombrero del estilo que ocupaba Charles Chaplin y otro del estilo de Indiana Jones. Pidió un descuento, pero recibió una negativa. “Cuando se estaba yendo, le dicen a mi prima, Maite, que era el actor Kevin Costner y no lo podía creer, no quería soltarlo”, agrega Lasen.
Así también pasó la supermodelo Kate Moss, quien llegó con su familia, su hija y su traductor. Tomó sombreros, mantas y accesorios típicos. O el cantante Michael Bublé.
También pasaron Presidentes de la República: Jorge Alessandri, Pedro Aguirre Cerda, Gabriel González Videla y Salvador Allende.
Mantener la tradición familiar es el eje central de Donde está el monito. Reencantar a las nuevas generaciones con los sombreros, también. “Esto tiene un valor moral también importante, restaurar y potenciar la tienda porque mis abuelos están vivos, que la familia la disfrute también”, dice Catalina Lasen.
Roberto Lasen está relativamente hace poco en la administración del negocio, pero ha pasado una vida ligado a él. Por eso conoce sus recovecos, sus historias y sus tradiciones. También el secreto que ha mantenido esta tienda por generaciones: “Entender y responder a la fidelidad de nuestro público. Se ha mantenido la historia, porque acá no es comprar un pedazo de tela, sino que hay una tradición que viene detrás. Alguien llega al mesón y el o la vendedora le explica cómo probárselo, cómo usarlo. Nuestros parientes siempre fueron austeros, no tacaños, sino que vivían con lo que requerían. Mi abuelo no usaba el banco. Siempre todos hemos ido paso a paso y el público ha sido lejos lo más importante”.
Y también, claro, el monito, que durante más de 100 años no ha dejado de golpear la vitrina en la calle 21 de mayo.