Todo comenzó cuando Roco, el perro de Marianne Oettinger (66), comenzó a tener sarpullidos y otros problemas de salud. Luego de idas y vueltas al veterinario, el médico les dio un diagnóstico: tenía alergia al pollo. Intentó alimentarlo con distintos pellets, pero nada funcionaba; un día -contra toda recomendación imaginable- probó dándole pollo del que cocinaban en la casa.
Roco se comió todo y, curiosamente, no tuvo ninguna reacción adversa. “No era alérgico al pollo, evidentemente. Era alérgico al pellet” comenta Oettinger.
Era 2017. Marianne Oettinger decidió que la solución a los problemas de Roco era cocinarle su propia comida. Con el paso de las semanas, advirtió que su perro no solo estaba más sano, sino que disfrutaba mucho más la comida casera. Junto con Francisca Müller (36), su nuera, quien entonces trabajaba como periodista en el Banco Central, comenzaron a cocinarles a perros de amigos y vecinos. Estaban todos felices y todos se devoraban su alimento. Empezaron a tener mejor pelaje, bajaron de peso y tenían más músculo.
Durante seis meses, ambas trabajaron en distintas recetas en conversaciones con veterinarios, nutricionistas e ingenieros en alimentos. “En febrero de 2018 dijimos: ‘¡Ya!’ Tenemos que lanzarnos con esto”, cuenta Francisca Müller, quien dejó su trabajo para empezar junto a su suegra AMA, Comida de verdad.
Una oportunidad para crecer
Manejando distintas propuestas y alternativas, Marianne Oettinger y Francisca Müller querían darle a sus mascotas, y a las mascotas de sus clientes, algo sano, moderno e innovador. Algo que perros y gatos disfrutaran sin ningún riesgo.
La particularidad de la comida de AMA es su proceso de producción: no utilizan los restos de una carnicería, sino la misma carne que se compra en el mesón.
“Compramos filete de cerdo, compramos nuestro pollo. Ponemos corazón, pero corazón de cerdo de verdad, corazón de vacuno, usamos hígado”, explica Mariane Oettinger. “Por ejemplo, los gatos son carnívoros estrictos, no deberían comer nada que no sea carne, proteína, y los alimentos para gatos, que además vienen secos, no tienen la cantidad necesaria de estos nutrientes. Tienen harina de maíz, harina de soya, y carne casi no tienen”.
Además, explica, su comida es húmeda, algo que ayuda a los gatos, que son “malos para tomar agua”, previniendo problemas renales. “Un profesor de nutrición natural de la Universidad de Buenos Aires, que viene a Chile a dictar cursos de esta alimentación, nos formuló un alimento especial para ‘gatos renales’”, cuenta Oettinger sobre un producto que lanzarán dentro de los próximos meses.
Partieron vendiendo la comida congelada, que vendían en bolsitas selladas al vacío, y con el paso del tiempo fueron cambiando sus fórmulas hasta llegar a la comida en conserva. Esta dura hasta dos años sellada en la despensa y les permite llegar con su emprendimiento a los puntos de venta que tienen desde Arica hasta Punta Arenas.
Como pasó con otros emprendimientos, la pandemia para AMA fue una oportunidad para crecer. El confinamiento, que hizo que muchas familias comenzaran a compartir con sus perros y gatos 24/7, dio pie para que se dieran cuenta de que sus mascotas, al igual que ellos, también podían alimentarse de forma más variada y natural.
“Hubo un cambio de switch en las personas: ellos se están alimentando más sano y también están alimentando a sus mascotas más sano”, reflexiona Francisca Müller. Algo que AMA recogió para mejorar sus procesos de producción y expandirse.
De la cocina a la fábrica
AMA comenzó a popularizarse mediante el “boca a boca”. La recepción fue tan buena que la cocina de la casa de Marianne Oettinger les quedó chica y la mano de obra de ambas, también. Fueron a la municipalidad para averiguar cómo obtener apoyos económicos para emprender, postularon a distintos fondos y así pudieron empezar a contratar a más personas para que las ayudaran a cocinar. Con el tiempo pudieron ampliarse y se trasladaron a una antigua casa en Providencia.
“Fuimos creciendo orgánicamente, pero rápidamente también”, cuenta Francisca Müller. “Partimos cocinando nosotras, después una persona nos ayudaba a cocinar y envasar, después dos personas. Luego todo nos empezó a quedar chico y nos cambiamos acá, hace un año”. Ahora, son ocho personas las que trabajan en total.
En la entrada de la fábrica está la recepción, donde reciben a la persona encargada de distribuir en los distintos puntos de venta (veterinarias y tiendas para mascotas) a lo largo de todo Chile. En el medio, se distribuyen a lo largo de un pasillo las cocinas: en una se corta y pesa la carne; en la otra, se muele y se envasa. Al fondo, se etiquetan los frascos. A pesar de que trabajan con carne, al entrar al pasillo de producción se siente un agradable olor a comida de casa.
Inicialmente, fabricaban comida cocida que envasaban, sellaban al vacío y congelaban. El problema era que trasladarlo a otras regiones era muy difícil, ya que debían mantener la cadena de frío.
“¿Cómo podemos seguir creciendo?”, fue lo que se preguntaron antes de cambiar su modelo de negocio. “Empezamos a investigar, nos asesoramos y empezamos a hacer el alimento esterilizado. Compramos autoclave -una máquina que mata microorganismos como virus y bacterias con alta presión y vapor- y logramos esterilidad comercial”, cuenta Marianne Oettinger.
Ahora venden en distintos puntos a largo de Chile su comida casera en conserva y todo lo realizan, desde sus inicios, con autorización del SAG y su marca registrada. Y, en estos momentos, se están preparando para el siguiente paso: exportar. “Después de los 60 también se puede volver a empezar”, dice con una sonrisa Marianne Oettinger.