Hace seis años, Fabiola Martínez tenía 20 y estudiaba Ingeniería Comercial en la universidad Federico Santa María, al tiempo que criaba a Tatiana, su hija recién nacida. Durante varios meses hizo malabares para no colapsar, pero la falta de tiempo y de dinero para pagar las cuentas la hizo tomar una dolorosa decisión: dejar la carrera para trabajar en lo que fuera.

Se acercaba la celebración del Día del Niño. En su desesperación, con $10 mil compró mucho papel de regalo y cintas, y se instaló en una calle del centro como ambulante.

El paso siguiente fue comprar lápices y libretas; con ellas se instaló en el barrio República, donde abundan las universidades e institutos profesionales. Otra vez en la calle, puso una mesa pequeña y comenzó a vender artículos de papelería. Si alguien le preguntaba por un color de lápiz, o un diseño de una libreta, o algo en especial, ella lo traía. Su rutina era simple: compraba sus productos, se instalaba, vendía y si había que reponer, su pareja de ese entonces se encargaba de llevárselo antes de irse a la universidad. A las cuatro de la tarde -si es que los carabineros no habían llegado antes a sacar a los comerciantes ambulantes- partía sagradamente a buscar a su pequeña a la salacuna.

Aunque -recuerda- nunca tuvo problemas con la policía, Fabiola Martínez no se sentía cómoda trabajando bajo esa presión. Un día, buscando alternativas para formalizarse en la Municipalidad de Santiago, terminó en el Centro de Negocios de esa comuna; allí pudo realizar las gestiones para instalarse con un toldo en calle República 88.

Pero el permiso no era eterno. Estaba llena de mercadería cuando recibió la notificación de que la autorización para trabajar en la calle caducaría el 31 de diciembre de 2018. No quería volver a trabajar informal, ni tampoco quedarse con los productos. “El 8 de noviembre arrendé un local cerca de ahí, como a dos cuadras. Tuve que conseguirme un crédito de $3 millones porque el arriendo valía un millón, el mes de garantía otro y el sobrante era para invertirlo todo”, detalla.

Pupilina tiene una amplia variedad de artículos, como acuarelas, destacadores, organizadores, manualidades, lápices, croqueras, artículos de oficina y escolares.

Fue el momento en que cambió todo. Ahora tendría que llenar un local: Pupilina.

Aún recuerda su primera venta grande. A la tienda llegó una mujer que le encargó un millón de pesos. Fabiola Martínez le pidió el número de teléfono y le dijo que le despacharía al día siguiente. “Ningún problema”, le respondió la mujer. Apenas quedó sola, esperó la confirmación del dinero y salió veloz a comprar la mercadería, pues no tenía para cubrir el encargo.

“Uno cuando parte vendiendo en la calle se aferra a pequeñas cosas. Vender 30 o 40 mil pesos es muy bueno, pero en la tienda aprendí que podía vender más y más. Lo importante es aprender a invertir y reinvertir esa plata. Nosotros juntamos, juntamos y juntamos dinero, solo sacaba para comprarle leche, pañales y lo necesario a mi hija”, narra Fabiola Martínez.

Su fórmula fue esa. Reinvertir el dinero, apoyarse en organismos como Sercotec y capacitarse en todas las áreas posibles para poder canalizar bien su tienda, su sueño.

De la tienda física al e-commerce

Aunque el local significó concretar un sueño para Fabiola Martínez, esta aventura también tendría fecha de vencimiento. Luego de poco más de tres años de sacar adelante su local, y de haber formado una gran comunidad alrededor de los hobbies relacionados con la papelería, la creadora de Pupilina decidió que el local ubicado en la avenida Libertador Bernardo O’Higgins 949 cerrará sus puertas.

Números, dinero, nuevos proyectos y las ventajas del e-commerce. El alto valor del arriendo, algunas deudas y una nueva vida en la región de Valparaíso. Todos esos fueron factores que apuntaron en la misma dirección.

De todos los beneficios de las ventas online se dio cuenta en 2020. Recuerda que el 4 de abril creó la página web, básicamente porque las ventas por Instagram no eran un canal eficiente a la hora de tomar pedidos. “Hay que hacerle la vida fácil al cliente”, dice. Por eso ha explorado en las alternativas del comercio digital, a través de la página web, de WhatsApp Business y también del propio Instagram.

Fabiola Martínez lo explica: “Hay gente a la que le gusta llegar y comprar y no hablar con nadie; otros que quieren ser asesorados y conversar, y otra que prefiere comprar en persona”.

Además, la experiencia a través de la venta digital fue asombrosa para ella. Un día decidió hacer algunas ofertas a través de la página de Pupilina y en un fin de semana, sin trabajar ni tener a nadie trabajando, vendió mucho más de lo que esperaba.

Fabiola Martínez instaló su tienda Pupilina y ahora apunta al e-commerce como su principal herramienta tanto para vender como para construir una comunidad.

Por eso su modelo de negocios, y de vida, va a dar un giro brusco. Las ventas las canalizará mayormente a través de internet, aunque también dejará espacio para moverse en distintas ferias dedicadas a la papelería y llevar sus productos. “Estas últimas semanas estuve en eso, viendo si se me daba bien, y sí. Pupilina no muere, porque tampoco es solo una tienda de lápices”, revela.

Fabiola Martínez da algunas ideas de lo que será su nuevo giro. Sobre todo, porque descubrió que a través de su tienda fue creando una comunidad alrededor que quiere potenciar. “Ya pasé la etapa de vender y vender para ganar plata. Sigo teniendo ganas de ganar, porque tengo que pagar cosas, la vida es cara y no tengo otro soporte económico, pero quiero hacer algo más personal. En estos años he tocado muchos corazones y vidas a través de la papelería, ha sido muy terapéutico”, relata.

Martínez dictó talleres en su tienda. Arrendó una sala aparte y ahí puso una pizarra, comida y muchos implementos para enseñar a niñas y mujeres que querían aprender de lettering, a pintar mandalas, a dibujar. Por eso dice que es terapéutico, porque en esa sala encontró muchas personas que abrieron su corazón y exploraron otras facetas personales a través de lo que ella hacía. También fue sanador para sí misma.

La emprendedora de 27 años está lista para su nueva etapa. Tal como lo hizo cuando pasó de la cuneta a su propia tienda, ahora está trabajando para instalarse en otro terreno, el digital. “He tenido muchas señales de vida que me dicen que es el momento de pasar a otro nivel, de seguir avanzando. Yo llegué a esto buscando cobre y encontré oro”.