La reinvención de una diseñadora que alguna vez lo perdió todo
La historia de Nicoletta Valentina es la de muchas personas que luchan por cumplir el sueño de sus vidas. Estudios truncados, un negocio que no funcionó y otro en el que perdió toda la inversión han sido parte de su camino, que hoy la tiene con una propuesta de tallas para todos los cuerpos y un triunfo en la pasarela de la Semana de la Moda de NY.
Son pasadas las 15:00 horas de un lunes y Nicoletta Valentina (34) está marcando un molde de una prenda de su línea de ropa. A su alrededor hay cientos de vestuarios ubicados en colgadores y un set fotográfico. El espacio está repleto de prendas de cortes rupturistas y diseños atractivos que se iluminan con el sol que entra por las ventanas.
La diseñadora se aleja de la mesa y se excusa: “No tendría que hacer más esto, ni coser, pero a veces salen cosas especiales”. Aprovecha de dar una serie de instrucciones y se instala en su oficina, donde tiene más bocetos y objetos que llevan su marca. Le queda poco tiempo allí; pronto se instalará en la Ciudad Empresarial, donde tendrá cerca de 850 metros cuadrados.
Es una de las tantas estaciones que ha recorrido Nicoletta Valentina. Una de las últimas, y de las más significativas, la vivió en Nueva York a comienzos de este año.
Recuerda que estaba trabajando en algunos diseños un día feriado junto con Alex Demers, su pareja y socio, cuando él se acercó y le dijo enfático: “Ven. Apúrate”. Ella se sentó y vio un e-mail en inglés que decía, en pocas palabras, que estaba invitada a la Semana de la Moda en Nueva York. Los ojos de Nicoletta se cristalizaron y se largó a llorar. “Puede ser falso”, le dijo su pareja. Las lágrimas pararon y decidieron que lo mejor era responder y resolver la incógnita.
Eso pasó en enero. La cita era en febrero. Gestionaron una reunión telemática y despejaron todas las dudas. La invitación era real: buscaban alguien de América Latina, la habían encontrado a ella y les había gustado su propuesta. A las 5 de la mañana del día siguiente, Nicoletta comenzó a buscar inspiración para los 15 diseños que había comprometido. Pero nada. Empezó a buscar ideas y a tratar de encontrar una historia que contar a través de sus diseños, hasta que dio con el resultado.
“Se suponía que teníamos que salir 15 minutos después al desfile; no alcancé a usar los zapatos que había personalizado, entonces estaba estresada y no quería salir. Catalina, mi mano derecha, me agarró del brazo y me tiró”, narra. El público comenzó a aplaudir, Nicoletta se soltó, se sumó a los aplausos junto a las modelos, las emociones se intensificaron y la sonrisa se grabó en su rostro.
En su cuenta de Instagram detalla la historia de cada tenida, narra la creación y el diseño. “A la gente le gusta que uno le muestre, que les prepare esos videos con autenticidad”, agrega. Las redes sociales han sido parte fundamental de su marca. En ellas muestra su historia, su trabajo y sus creaciones.
Todo eso ha servido para su siguiente jugada: la internacionalización de la marca. Desde hace un tiempo están pensando en ejecutar el mismo modelo de negocios de Chile, pero desde afuera. Eso sí, la diseñadora reconoce que aquí está su historia y su trabajo la clave para vincularse con sus clientas y seguidoras; por eso están buscando la manera para conectar con personas de otros países.
Las ventas ya están en marcha a través de su página web, su canal principal de ventas y donde se pueden encontrar poleras ($25.990), tops ($29.990), bodys ($42.990), pantalones ($49.990), polerones unisex ($52.990) y vestidos (desde $75.990 hasta $295.000), entre otras prendas.
Además, están gestionando las ventas en tiendas físicas en Brooklyn, Nueva York, y Madrid.
Un amor que no pasa de moda
Nicoletta Valentina tenía unos ocho años cuando su madre traía ropa de Estados Unidos. Ella la rompía, la cortaba. “La dejaba mal”, reconoce. En uno de esos encargos, una amiga de su mamá le pidió un vestido de fiesta para su hija veinteañera. “Parecidos a los que hago hoy yo. Fue amor a primera vista”, continúa. Los pelos se le erizaron y su efervescencia fue tan grande que ocultó el vestido debajo de su cama. El castigo fue inevitable. Luego fue incursionando en hacer algunas faldas y prendas de adolescentes que sus primas se peleaban por comprárselas.
“En el colegio me decían que si no estudiaba no sería nadie. El profesor de lenguaje me decía, en tono malo igual, que me dedicara a algo en lo que no tuviera mucho qué pensar”, narra la diseñadora. Tras recibir negativas a la idea de estudiar Diseño de vestuario, empezó a prepararse para poder entrar a estudiar Derecho. “Además, había visto Legalmente Rubia, donde se vestía muy bien”, agrega entre risas.
Pero su vida dio un giro: falleció su abuela paterna que vivía en Italia. Nicoletta viajó a su funeral y no se fue más. Su padre, a quien no veía desde hace una década, la motivó a estudiar allá y ella aceptó sin titubear. Primero estudió el idioma y luego se inscribió en la academia.
Todos los días viajaba durante una hora en un tren que la dejaba detrás del Vaticano, cruzaba el Puente Sant’Angelo y llegaba al instituto que, dice, era como sacado de una película: lleno de maniquís con vestidos, diseños pegados por las paredes y una arquitectura clásica. “Fue la etapa más hermosa de mi vida”, recuerda. Pero la tuvo que interrumpir al tercer al año, ya que su familia sufrió un bajón económico y no pudieron costear más sus estudios.
Allí aprendió Historia del Arte, teoría de diseños, y cómo conectar la ficción de las películas a través de la moda y el diseño. Absorbió lo que más pudo, pero su etapa se vio truncada.
Después de Italia, probó suerte en España, pero le negaron la visa para estudiar. Resignada, se puso a trabajar de mesera en Chile hasta juntar dinero para seguir ligada a la moda. Así abrió la tienda De La Cruz, en pleno barrio Italia. Su abuela, Verónica, le había contado de una tienda que vendía ropa por mayor, entonces decidió empezar a comprar y vender. Pero se encontró con dificultades: “El primer día vendí $400 mil y me sentía millonaria. El problema es que el fin de semana van muchas personas a sacarse fotos y no a comprar; en la semana no andaba nadie”.
Como tenía que pagar el arriendo, empezó a hacer pulseras de mostacilla, lo que le permitió subsistir un tiempo. Luego potenció Instagram y ahí las cosas repuntaron: empezó a armar combinaciones de ropa en el suelo y a subirlos a su cuenta. Eso generó que gente llegara directamente a De La Cruz, pero hubo otro problema. “Soy pésima en matemáticas y si compraba algo en $9 mil lo vendía en $18 mil, pero no le sumaba ni el IVA, ni el arriendo del local, ni nada. Entonces al final de cuentas me estaba yendo pésimo”, reconoce.
Con falta de dinero, fue imposible comprar más ropa para vender; la gente llegaba a su tienda pidiendo el outfit que estaba en Instagram, pero ella no lo tenía. “Uno debe tener un socio, alguien que sepa de negocios, de matemáticas”, agrega Nicoletta Valentina.
En ese escenario, y con todo en contra, empezó a hacer ella misma la ropa. ¿El inconveniente? En Italia había aprendido de teoría y de arte, pero no a confeccionar, ni a hacer patronaje, ni siquiera a coser. Compró una máquina de coser casera en muchas cuotas, unos trazos de tela y empezó a probar. Fueron horas y días completos de ver videos en YouTube y ponerlo en práctica. Así aprendió a poner cierres invisibles, por ejemplo. Un día, una clienta le pidió un vestido con corsé y aceptó. Lo mismo hizo con otra persona que pidió un pantalón con cierre. Abrió la aplicación y vio como alguien más explicaba paso a paso cómo hacerlo.
Decidida a experimentar, creó un vestido y se armó una fila de unas 15 personas. “Una mujer de la farándula se lo puso y llegó mucha gente a pedírmelo”. Pero era el único que había hecho. Por eso llegó a su primera confeccionista, quien además de enseñarle algunas cosas, le ayudó a hacer sus diseños.
Ese, dice, fue el comienzo de Nicoletta Valentina como marca. Y el cierre de la tienda. No fue un proceso dulce, por cierto. Pasó por otro atelier en el que asesoraba y hacía vestidos a pedido. Una etapa llena de incertidumbres.
Viajó a Canadá. Allá hizo un curso de corsetería francesa y conoció a Alex Demers, de quien se enamoró. Se puso a trabajar, primero en un bar dominicano y luego haciendo aseo. Pese a que en ese último ganaba más dinero del que generaba vendiendo, no era lo suyo, regresó y le puso acelerador a su proyecto: contrató gente y puso a confeccionar mucha más ropa. Alex no volvió con ella de inmediato, sino que titubeó durante un tiempo hasta que para un cumpleaños de la diseñadora le propuso ser su socio. Insegura, terminó aceptando, pero no acatando sus recomendaciones. Alex le había pedido que reestructurara su modelo, despidiera a la gente con la que trabajara y ella se negó. “Tenía que hacer esos cambios y testarudamente no los hice. Al año habíamos perdido toda la inversión del ‘gringo’”, detalla.
Moda para todas las tallas
Estaban decididos a vender todo e irse. Como se avecinaba la cuarentena, llevaron todo lo que tenían en la casa de la abuela de Nicoletta. Y dos semanas antes de viajar, cerraron las fronteras y no pudieron salir. Ahí se las ingeniaron para rescatar las máquinas y telas que tenían en la oficina y empezaron a cortar en la casa, porque debían seguir vendiendo a como diera lugar.
No solo eso. La diseñadora empezó a sacarse fotos para subir y tuvo una idea: “¿Y si hacemos una sesión como las Kardashian?”. Así que se fotografiaron junto a una prima, las subieron a Instagram y revolucionaron a sus seguidoras. “Cuando la subimos, se llena de comentarios”, cuenta la diseñadora.
Ese fue el repunte de su marca: gracias a sus videos de Instagram y la forma personalizada en que vende sus diseños, Nicoletta Valentina se consolidó, paradójicamente, en plena crisis sanitaria. Lo cierto es que, esta vez, Nicoletta tuvo un gran acierto: comenzar a hacer prendas con tallaje completo. Además, a falta de modelos para contratar para su catálogo debido al confinamiento, escogió a la mejor de todas para presentar su línea: su abuela Verónica, quien se convirtió en la protagonista de su marca.
“La ropa se la prueba una modelo, pero también mi abuela y toda la oficina. A menos, claro, que sea un peto o algo que ella no use. Es parte de nuestra autenticidad, porque a ella le encanta la moda. Mucha de nuestra ropa está pensada para personas como ella también”, cierra.
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