La ruta de una motoquera que derrotó al destino
La historia de Patricia González es digna de una película: siendo muy joven abrió junto a una ex pareja un taller de motos. Allí se convirtió en experta, pero también conoció el menosprecio de los clientes hombres, fue estafada y quedó endeudada hasta ahora. Sin embargo, la vida volvió a sonreírle: a la cabeza de su propio negocio, Patito Motos, hoy es una referente entre los motoqueros en Santiago.
Patricia González (34) -más conocida como Patito- pasa los días entre decenas de motos que se acumulan afuera de su taller en La Florida; también entre las que entran y salen de allí durante todo el día. Todavía no son las 9 de la mañana, la hora en que levanta la cortina de la tienda especializada que comenzó en 2013, y ya hay unas cinco personas con casco en mano esperándola para comprar un repuesto, un accesorio o, mejor aún: la moto de sus sueños.
Allí está, de lunes a sábado, la fundadora de Patito Motos, que hoy tiene a siete trabajadores que se reparten entre el taller mecánico y la tienda mientras ella administra el negocio. Ya casi no manipula tuercas, cilindros, levas ni carburadores, ni tampoco pasa hasta la una de la madrugada buscando una solución para reparar un motor. En todos estos años ha pasado de aprender los secretos del mundo motoquero a convertirse en un referente en Santiago. También, a punta de grandes caídas, ha aprendido los vaivenes de un emprendimiento que ha sido para ella el cielo, pero que en algún momento de su vida fue también el mismo infierno.
Patricia González comenzó su vida laboral en las motos junto a una expareja, con quien sacó adelante un primer taller. Con los años, la relación se deterioró y terminó con momentos que recuerda como traumáticos, decepcionantes y que dieron vuelta gran parte de su vida. Tanto, que en 2016 decidió separar aguas y comenzar a trabajar sola.
Sin embargo, siguieron apareciendo las piedras en el camino: un exejecutivo de la marca de motos que le ayudó a potenciar su nueva aventura le pidió algunos modelos con el compromiso de pagárselos después. Nunca lo hizo. “La empresa me empezó a cobrar las motos; yo además debía unos 15 millones de un préstamo en el banco que había pedido para ampliar el local actual”, detalla sobre esos días en que debía mantener a flote dos tiendas: una en La Florida y otra en Maipú.
Una de las primeras medidas que tomó fue a ir a BancoEstado a pedir ayuda. Tiempo antes había sido rostro de la campaña Crece Mujer, que la había reconocido por su faceta emprendedora, y sentía que debía darles una explicación. “El gerente del banco me insistió en que no cerrara y que me preocupara de pagarles a los proveedores; que la deuda, dentro de todo, era pequeña”, recuerda.
Pero eso no fue todo. Una trabajadora levantó una demanda laboral contra ella que no siguió más allá por falta de pruebas, pero que se tradujo en estrés, problemas y la pérdida de una moto. Mientras, en el local de Maipú empezaron a generarse fugas de dinero que advirtió gracias a su contador. El ir y venir nervioso entre ambas tiendas la hizo sufrir un accidente que la dejó dos meses en cama: ella estaba afuera del local de Maipú y un conductor la chocó por detrás, dejándole múltiples contusiones.
Patricia González tenía en mente solo una idea: cerrar todo. Pero su círculo más cercano la animó a no desistir. “Entremedio de todo apareció ‘Tito’, Héctor Ogaz, mi pareja, quien ha sido clave”, cuenta. “Éramos muy amigos y recién estábamos empezando algo cuando sucedió todo esto. Vendió su moto de lujo, una Yamaha R6, y su auto para que pudiera seguir adelante. Hoy es alguien que va a mi lado y no adelante queriendo taparme, que fue un pilar fundamental cuando todo a mi alrededor se desmoronaba”.
Por eso, aunque hoy el nombre de su tienda lleva su apodo, lo diferenció con dos colores para incluir en él a Tito.
“Quiero que me atienda un hombre. Alguien que sepa”
Desde niña, Patricia González fue absorbiendo la pasión que tenía un tío por las motos, al igual que tres primos y su hermano mayor. Así, entre tardes armando y desarmando motores, el olor a bencina y aceite quemado se le fue quedando entre los dedos. La primera señal de que este era su camino fue cuando comenzó a distinguir la cilindrada que tenían las motos por los distintos sonidos que hacían al correr.
Patricia González es una autodidacta, que aprendió viendo videos y desmenuzando partes hasta que no quedaran más tuercas por soltar. También fue clave en su camino uno de los mecánicos que contrató cuando la tienda comenzó a crecer y que le traspasó importantes conocimientos.
En paralelo al mundo motoquero, Patricia se dedicaba a la crianza: a los 14 años fue mamá de Liam –su hijo mayor, quien heredó el amor por las motos y hoy trabaja en el local junto a su polola Kathy–. Antes de empezar con Patito Motos tenía tres trabajos para poder mantenerse y pagar su carrera de Prevención Riesgos. Por eso, cuando llegó al límite pensó en independizarse.
No tenía ninguna tarjeta, ni siquiera de débito. Una amiga le prestó su tarjeta de crédito con un millón de pesos para terminar de pagar sus estudios y le quedaron $300 mil. “Hola. Quiero hacer un negocio y tengo esta plata”, le dijo a la jefa del Servicio de Impuestos Internos de la comuna. Allí la asesoraron con todo. Se consiguió un local, gracias a la recomendación de un amigo, y un grupo de motoqueros le ayudaron a limpiar el suelo, a pintar las paredes, a reacondicionar las vitrinas que antes exhibían carnes para poner allí repuestos de motos.
Las cosas avanzaron rápidamente. El representante de una marca de motos -el mismo que después la dejó con una deuda millonaria- la citó a una reunión para vender algunos modelos en el taller. “Me preguntó cuántas cabían, le dije que entre 8 y 12 según la distribución. Me pasó motos, accesorios, herramientas, mercadería y cascos”, detalla González. La primera moto se la vendió a un amigo y se armó una celebración; luego pasó a vender cinco al mes. Era necesario buscar un lugar más grande. Así llegó a abrir su segundo local en La Florida.
Aun con la buena estrella de su lado, cada cierto tiempo Patricia González vivía la misma escena: un hombre entraba al local, la miraba y le hablaba a algún trabajador o simplemente le decía: “Quiero que me atienda un hombre. Alguien que sepa”. González respondía ante esas actitudes irrespetuosas y les preguntaba si podía explicarles; si no quedaban satisfechos, ella podría llamar a alguien más. “Me terminaban pidiendo disculpas”, narra. Para los ejecutivos de la marca que representaba tampoco era habitual recibir a una mujer en la mesa de reuniones. “Al principio no se comunicaban mucho conmigo, sino que con mi ex, pero luego vieron mis capacidades y cambió todo”, agrega.
Una terapia sobre ruedas
En las motos Patricia González encontró un refugio, un lugar de sanación y de realización. Un espacio en el que se sienta, se pone su casco e implementos de seguridad y sale a recorrer las calles de la ciudad para reencontrarse. Aunque ahora anda menos, por su hijo de cuatro años. En su local de La Florida ha forjado amistades y también se ha esforzado por generar cercanía con sus clientes, mostrarles cómo trabajan en sus motos, darles una mano cuando lo necesitan para que encuentren un lugar en su tienda. Incluso cuando la pandemia golpeaba a todos, ella puso su espacio a disposición como centro de acopio de comida.
Para Patito Motos, el período de crisis sanitaria fue un momento de ganancias: sus ventas aumentaron debido a la necesidad de muchos trabajadores de generar ingresos a través de los servicios de delivery arriba de una motocicleta.
Patricia González hoy se siente revitalizada, pese a que no ha salido del todo de la deuda de su negocio. “Las motos han sido mi terapia cuando me estafaron, cuando mi mejor amiga me traicionó, cuando tuve un accidente, cuando perdí una moto, cuando perdí a un primo que amaba las motos, cuando tuve cáncer. Para algunos exagero, pero la moto significa mucho para mí. Después de lo que he pasado, hoy siento que puedo con todo”.
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