La startup que transformó el reciclaje de plásticos
Desafío Ambiente, liderado por Anita Farfán y María José Vargas, partió moliendo plástico y vendiéndolo a empresas para ser procesado. Sin embargo, con el tiempo adoptaron nuevos desafíos y hoy producen sillas y columpios, entre otros productos, con "madera" plástica que también sirve como material de construcción.
Desafío Ambiente se ha convertido poco a poco en una startup innovadora y pionera en el reciclaje de plásticos. No solo porque ha avanzado a pasos agigantados en el procesamiento de este tipo de desechos, sino porque además ha logrado articular un impacto social y económico en torno a un objetivo de sustentabilidad.
Esta empresa liderada por dos mujeres, Anita Farfán (36) y María José Vargas (42), ha crecido a un ritmo vertiginoso en los últimos años. Han sido reconocidas dentro de las 100 Mujeres Líderes (2019); también por la Asociación Gremial de Industriales del Plástico con el galardón ASIPLA Social (2021), además de ganar un premio de CORFO (2020) y obtener el segundo lugar en el concurso Impulso Chileno (2019).
Actualmente se dedican a procesar desechos plásticos y convertirlos en objetos y materiales de construcción, que se dividen en cuatro líneas o “cuatro marcas circulares”: AislaPET, una fibra de aislación similar a la de vidrio y por el que fueron premiadas por Corfo, entre otros reconocimientos; Everplastic, productos de baja escala y hogareños, como maceteros y posavasos; 3D con Sentido, impresiones en 3D de mascarillas faciales, prótesis y portacelulares; y Everwood, la marca estrella de Desafío Ambiente, que fabrica maderas plásticas que tienen un sinfín de utilidades.
Pero cuando Desafío Ambiente partió en 2015, no se parecía mucho a lo que es hoy.
El proyecto nació de Anita Farfán, ingeniera en Agronegocios de profesión, y de un deseo intenso por aportar al cuidado del medioambiente a través del reciclaje. Tomó una herencia que le dejó su madre y puso en marcha su propósito. Antes, había empezado haciendo productos de decoración a través de la reutilización de pallets, y con el tiempo fue sumergiéndose en el mundo de esa industria hasta llegar al triturado de plástico. Un universo desconocido para Farfán, quien entonces trabajaba en una viña. “Quería desafiarme a mí misma, poder reutilizar la mayor cantidad de residuos y convertirlos en algo útil”, explica.
Como ella estaba trabajando, dejó a su padre a cargo del molido de plástico durante casi dos años hasta que decidió dedicarse por completo a su idea. “Partimos en un galpón de un amigo de mi papá en Quilicura, con un molino antiguo, casi de la Segunda Guerra Mundial, que pesaba como 500 kilos y rendía super poco”, narra entre bromas. Pero el emprendimiento comenzó a tomar fuerza y tuvo que comprar otro molino y traer a otro ayudante. “El primer colaborador fue un vecino que había quedado sin trabajo y le ofrecí que se quedara con nosotros. Era viejito igual que mi papá, setenta y algo años, pero muy ‘aperrado’, de la vieja escuela, que hacía lo que uno le pedía y sacaba la meta adelante como fuese. Así fuimos creciendo”, complementa la fundadora.
Tener a su papá, dice, le sirvió para esa ampliación. No solo porque se dedicaba a moler kilos de plástico durante el día, sino porque gracias a su carisma logró convencer a otros negocios para que trabajaran en conjunto. Así resultó un convenio con TriCiclos, una importante empresa recicladora. “Los convenció de que nosotros, que no teníamos experiencia, éramos la mejor apuesta para picar material. Nos equivocamos mucho, lo hicimos pésimo, pero nunca nos dejaron botados y hasta el día de hoy son uno de nuestros proveedores principales en lo que hacemos”, detalla Anita Farfán.
El problema principal fue que, como no tenían conocimientos avanzados, molían todos los desechos sin separarlos previamente y el resultado era una mezcla de distintos tipos de plásticos que nadie quería comprar.
Luego de ese proceso de ensayo y error tuvieron que contratar más gente para poder separar los materiales, que muchas veces incluían cartón, vidrio y otras cosas. Así, pasaron de dos a cinco trabajadores.
Entremedio apareció María José Vargas, diseñadora industrial de profesión, quien tenía junto a otra socia una empresa desde 2005 con la que hicieron la primera “madera” plástica. Vargas llegó hasta Farfán para picar material, se hizo una clienta frecuente y poco a poco comenzaron a coincidir en ideas y objetivos. Aunque no pensaron en asociarse de inmediato, con el tiempo terminaron participando en el proyecto de AislaPET, que utilizaba botellas plásticas.
“Llevaba una década haciendo lo mismo y buscaba hacer otras cosas. Mis socias no querían, porque eran muy mayores, y apareció Anita, quien también tenía muchas ganas de hacer algo nuevo”, cuenta María José Vargas. Así trabajaron durante un poco más de año y medio y formalizaron la asociación. Eso fue en 2019.
El giro a otros objetivos
Durante años, Desafío Ambiente se dedicó solo a moler residuos y entregarlos a empresas para que lo utilizaran. Pero en el afán de ampliar el horizonte apostaron por dar un salto más industrial: más máquinas, más procesos, más perfeccionamiento y más ambición. Eso sí, bajo el alero de la sostenibilidad: por ejemplo, toda la maquinaria que adquirían era usada. “Son como Frankenstein, tienen un motor antiguo, les cambiamos otras cosas. Las armamos nosotras, con piezas y partes que reciclamos, le impregnamos la funcionalidad y nuestros técnicos expertos en electricidad nos ayudan. En Chile hay mucha maquinaria, no es necesario traer cosas carísimas desde afuera, acá hay mucha capacidad en ese sentido”, argumenta Anita Farfán.
Ambas coinciden en que en Chile el tema del reciclaje aún es a una escala pequeña y para tener un impacto, sobre todo en el plástico, este debe ser a una escala mayor. “Queríamos convertirnos en una de las primeras empresas transformadoras, más que recicladoras, porque sirve poco si te llenas de materia prima y nadie tiene la capacidad de tomar todo eso y transformarlo en algo. Nuestra idea siempre fue tratar de hacer productos terminados, eco-diseñados, pensados en un fin de vida súper largo. El plástico dura mucho, y en el fondo es una característica buena de nuestros productos”, explica María José Vargas.
Por eso, el siguiente paso era acercarse a la industria como tal y poder tejer un trabajo colaborativo, sobre todo por la Ley de Responsabilidad Extendida del Productor (REP), que obliga a los productores a hacerse cargo de gestionar los residuos. “Nuestro enfoque es hablarles a las constructoras para que ocupen este material que no requiere mantención, es sustentable. Gente viene con sus propios materiales y nos piden fabricar, pero la idea es que las empresas se hagan cargo y busquen alternativas”, dice Vargas.
Sin embargo, si alguien quiere comprar un ecocolumpio ($25 mil), una banca ($110 mil), un asiento ($177 mil) o un listón ($3.800), puede hacerlo a través de la página de Everwood, en Homecenter –donde tienen convenio–, o en Desafío Ambiente, donde hay posavasos ($5.990 los seis), macetas ($10.500) o porta notebook ($6.990).
Su arista social comprende asesorar a quienes quieren perfeccionarse en el rubro, algo que María José Vargas resalta: “Hemos ayudado a muchos emprendimientos pequeños a hacer cosas, darles ideas, y gratis. Hay que tener siempre sentido de colaboración”. También han hecho aportes con mobiliario público, como en el Parque Bicentenario con la Municipalidad de Vitacura, específicamente con sillas de playa, y con una pasarela retráctil en la playa de Pichilemu, que permite que sea accesible para personas con discapacidad y que entregaron a precio de costo.
María José Vargas lo describe como lo que “más satisface de todo este trabajo. Saber que lo que estamos haciendo cambia la vida de algunas personas es importante. Siempre está el impacto ambiental y económico, pero dentro de nuestro modelo de negocios también queremos que lo social sea central”.
Los desafíos del camino
En todos estos años hubo que sortear varias dificultades. Primero, Anita Farfán hace un mea culpa por el ímpetu que tuvo al comienzo y que la llevó a perderse del sendero y cometer errores; algo que se tradujo en pérdidas, por cierto. Asegura que “al inicio fue fácil, porque tenía esa plata de la herencia, pero después había que decidir entre formalizarte, sacar una resolución sanitaria, cosas que son caras, o pagar sueldos o invertir en otra cosa. Se necesitaba capital de trabajo y fue un problema lineal en todo este tiempo, pensé que sola podía sacar todo adelante. La sinergia con la ‘Pepa’ fue súper virtuosa”.
Pero gracias al talento de ambas, y también a su ímpetu, se han consolidado en el tiempo. Premios como el de Corfo también les ha permitido seguir en crecimiento. Gracias a él pudieron, justo en pandemia, cuando no había casi nada de trabajo, desarrollar la fibra, mejorar la tecnología para optimizar el proceso, sacar la marca, hacer una ficha técnica y videos, pasos que probablemente les hubiesen tomado más tiempo. “El crecimiento ha sido súper rápido en este tiempo, adoptamos nuevas líneas, nuevas máquinas, nuevas contrataciones y este año tenemos que volver a crecer”, dice Vargas.
Otra de las brechas que tuvieron que pulverizar fue la del machismo. Posicionarse en un rubro masculinizado se convirtió en otro desafío para ellas, sobre todo al principio. Sin embargo, producto del perfeccionamiento y la capacidad técnica de ambas, esfumaban todo tipo de cuestionamiento sobre ellas con el correr de los minutos. María José Vargas detalla que “al principio costó que nos tomaran en serio, o nos dieran un rato para explicarles. Siempre uno siente que te están tirando para abajo, pero cuando les hablas con lenguaje técnico, de una empresa que hay detrás, cambia un poco”, finaliza.
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