Las historias que dan vida a Pomaire en medio de la incertidumbre

Restaurante San Antonio, Pomaire
Nancy Arratia, dueña de San Antonio, local que en pandemia ofreció delivery para subsistir. Fotos: Sergio López Isla

Golpeada duramente por la pandemia, esta localidad turística de la Región Metropolitana ha reabierto sus puertas en medio de estrictas restricciones sanitarias y polémicas por el aumento en sus precios. Un camino nada fácil, según relatan tres locatarias de la zona, que sobrevivieron a la crisis vendiendo por delivery y que hoy buscan mantener vivo el patrimonio de la zona.


Es mediodía del último viernes de febrero y Pomaire luce solitario. Más que lo de costumbre para la fecha, coinciden los locatarios. Los autos comienzan tímidamente a aparecer y a ubicarse en los distintos estacionamientos que se ofrecen tanto en la calle Roberto Bravo como en los alrededores, y poco a poco la gente comienza a aparecer y buscar alternativas para almorzar o comprar alguna artesanía de greda.

Así ha sido la tónica de los últimos meses en el icónico pueblo de Melipilla, en la Región Metropolitana, que paso a paso ha tenido que superar los desafíos propios de la pandemia para recuperar las luces con las que brillaba antes del azote del coronavirus. “Antes siempre fue bueno, era constante, nos iba bien a todos, pero unos 15 días antes de que comenzara la pandemia y el encierro empezó a bajar el público. Ahí tuvimos que cerrar y estuvimos siete meses sin trabajar”, cuenta Clodomira Garrido, una de las dueñas del restaurante Los Naranjos, ubicado en Roberto Bravo 29.

Como el virus golpeó fuerte, obligó a muchos locales bajar sus cortinas de forma definitiva. Pero de la desolación por la que pasó el pueblo –con todo cerrado y sin visitas–, poco a poco se fue reactivando, aunque entremedio de nuevas exigencias sanitarias.

“En un principio costó, porque la gente aún tenía miedo, pero lentamente fue volviendo. Incluso hicimos delivery. Ahora tratamos de respetar la distancia entre mesas, exigir el pase de movilidad y tomar la temperatura”, relata Clodomira Garrido. La dueña del tradicional restaurante –fundado hace unos 70 años– detalla que ahora tienen la mitad de las mesas a disposición para respetar los protocolos, lo que significó que aumentaran las filas en el exterior y los tiempos de espera.

Clodomira Garrido, Pomaire
"Reconozco que no somos baratos, pero se mantiene la tradición de comprar las cebollas más grandes, los mejores tomates, las mejores carnes, de dar platos contundentes", asegura Clodomira Garrido, dueña de Los Naranjos.

Para Nancy Arratia, dueña del restaurante San Antonio, fue una situación similar. Antes de la pandemia funcionaban en dos locales, el de calle Roberto Bravo 320 y el de San Antonio 298, además de un centro de eventos a un costado de este último. Con el virus tuvieron que cerrar y pensar en alternativas para poder pagarles las cotizaciones a los casi 70 trabajadores. Con su hijo menor, Felipe Romero, pensaron en hacer delivery. “Nos fue súper mal al principio, porque llamaban de Melipilla, uno o dos pedidos al día, y luego nos fuimos a las redes sociales e internet para potenciar más; luego pasamos a Santiago, poco a poco, y crecieron los pedidos, nos sirvió mucho en el tiempo que no podíamos abrir. Ahora sigue siendo importante para nosotros e incluso es nuestra mejor recomendación. Si buscas en Google, salimos primeros”, detalla Arratia.

Con los constantes cambios de fase en el plan Paso a Paso y las modificaciones a los aforos, el comercio en general se ha visto trastocado. Sin embargo, se fueron acostumbrando, y sobre todo resignando, a las distintas exigencias. Algunos restaurantes pasaron a atender en la calle y otros a habilitar sus terrazas al aire libre, como el restaurante San Antonio, que acondicionó hace un tiempo su centro de eventos para poder admitir más gente. Aun así, luego de un tiempo tuvieron que volver solo a atender en el local y disminuir la capacidad de comensales.

“Nos quedamos con 22 personas de 70, porque tuvimos que despedir a algunos, mientras que otros iniciaron sus propios emprendimientos. Aun así, empezamos a repuntar poco a poco”, admite Nancy Arratia.

El explosivo regreso del público

Pomaire pasó de la desolación a la reactivación masiva. Pasado el primer año de pandemia volvió la bonanza a la zona. Los locatarios que pudieron resistir abrieron sus puertas y el pueblo recibió nuevamente a la gente de forma masiva. Los autos provocaban largas congestiones tanto para entrar como para salir del lugar, las filas se multiplicaban en las puertas de los distintos restaurantes y los más aventurados salieron a ofrecer empanadas y otros productos a las calles. Así se vivió entre septiembre y noviembre de 2021.

Juana Mendoza, artesana de Los Mendoza, donde trabaja con sus hermanos, describe que fue un escenario que no habían visto ni siquiera previo a la pandemia. “Fue mejor que antes, el pueblo tenía otra vida, la gente compraba mucho, no pedían rebajas, las calles estaban llenas, la plaza tenía a mucha gente. Alcanzaba para todos; muchos salieron a vender a las calles, ponían productos en sus casas. Me atrevo a decir que a todos los pomairinos que trabajaron les fue bien”, detalla Mendoza, coautora del libro Pomaire. Una guía para principiantes (Editorial Pehuén) junto a Javiera Naranjo.

Juana Mendoza, Pomaire
Juana Mendoza es alfarera y pertenece a una familia que se ha dedicado por generaciones a la greda. Hoy, además de ofrecer sus típicos productos en Los Mendoza, imparte talleres a niños.

Clodomira Garrido, del restaurante Los Naranjos, también destaca el período de auge de la localidad, incluso cuando le incomodaba tener que hacer esperar a la gente en las calles producto de los aforos. Para la dueña del tradicional local, que tiene más de 70 años, es una arista que afectó su reputación, sobre todo por la importancia que tiene para ellos: “Lo ideal es acostumbrarnos al sistema, pero tratando de que al cliente no le incomode; la idea es que se sienta contento y vuelva, algo que todos tenemos que trabajar en el sector”.

Los artesanos tampoco quedaron al margen de este auge de la zona. “Fueron meses increíbles, después de un 2020 muy lento y difícil. Tuve que salir a trabajar por otro lado durante la pandemia, pero por fortuna se pudo reabrir. La gente hacía filas largas para entrar a ver los productos de greda y de mimbre. Sin mentirle, parecía que habíamos vuelto a la época del 84, cuando daban la teleserie La Madrastra”, narra Ricardo Vargas, locatario de La Ruca de Pomaire, donde ofrecen una gran cantidad de variedad de productos hechos de greda.

Volver a ponerse de pie

El verano no es una época en la que Pomaire reciba una gran cantidad de gente. Los locatarios reconocen que el público que llega hasta la zona es inferior a otras épocas del año, como los feriados largos o las Fiestas Patrias, una fecha que atrae a miles de visitantes. Sin embargo, esta época estival ha sido más desafiante para el comercio.

Un reclamo de un cliente en internet por una cuenta donde se detallaba un plato de humitas por $21 mil se viralizó, en paralelo a los reclamos por los altos precios en restaurantes de Angelmó, y el público bajó súbitamente en Pomaire. Aunque la explicación del locatario fue que cada plato incluía dos humitas más agregado por $10.500, los clientes decidieron no ir a Pomaire por los altos precios.

“Uno tiene que hacer pequeños ajustes, y cada local sabe lo que quiere hacerlo. Nosotros no podemos darnos vueltas con los mismos precios, y por eso hemos subido, aunque muy poco los valores. Pero es porque las cosas han subido de precio, para todos, y el reclamo repercutió a todo Pomaire, tuviéramos precios justos o no”, responde Nancy Arratia, de San Antonio. En su carta se pueden encontrar empanadas de pino al horno de 150 gramos por $2.590, dos humitas con agregado por $8.590, pastel de choclo por $8.950 o un costillar de cerdo de 350 gramos por $10.990.

La dueña del restaurante San Antonio subraya: “Lo más importante es que los clientes vean la carta, pregunten, sean inquietos y quisquillosos, porque es su derecho”.

Pomaire
Muchos locales cerraron definitivamente sus puertas en Pomaire. El resto, ha logrado sobrevivir entre de la incertidumbre.

Ese es otro de los desafíos que tienen los locatarios de Pomaire, además de trabajar constantemente para reencantar a los visitantes para que vuelvan a esta zona típica de la región Metropolitana. Porque, más allá de la tradición de los locales, que han sido traspasados de generación en generación, los restaurantes subrayan que deben seguir trabajando en la calidad de sus platos y de sus productos de greda, tan característicos de la zona. Y también de los distintos protocolos que han surgido.

“Reconozco que no somos baratos en Los Naranjos, pero acá se mantiene la tradición de comprar las cebollas más grandes, los mejores tomates, las mejores carnes, platos contundentes y preparados con leña. En Santiago hay restaurantes carísimos y acá ofrecemos un producto mucho más barato que eso, con mucha calidad, y platos muy típicos. Mi padre fue el que inventó la empanada de medio kilo, y aunque no la podemos ofrecer ahora porque no es individual, es algo que nos caracteriza”, resume Clodomira Garrido, quien agrega que la incertidumbre de la pandemia es algo que seguirá marcando al pueblo. Su restaurante ofrece lomo listo por $11.900, costillar de cerdo por $12.400, empanadas desde $2.500 y pastel de choclo por $8.900, entre otros.

Para Juana Mendoza, quien gracias a su ancestral trabajo de alfarera ha podido tener su casa propia, el mayor temor es que las nuevas generaciones pierdan la tradición de la greda y eso disminuya en el atractivo de la localidad. Por eso ha puesto más energía a preservar las características culturales a través de talleres para que los niños aprendan del oficio, aunque más grande salgan a estudiar carreras profesionales. “Quiero dejar un legado, por último para que los más chicos defiendan la cultura y tradición del pueblo”, acota mientras enseña un jarro pato hecho de greda.

Por lo mismo, el llamado que hacen es que las autoridades locales, ante la inexistencia de una asociación que los agrupe y trabaje para potenciar la zona, busquen alternativas para mejorar el orden de las calles y potenciar el trabajo local por sobre productos importados. “La municipalidad puede apoyarnos, por ejemplo, a que no haya autos estacionados y así no se generen tacos y molestia de los visitantes. O que no haya trabajadores acosando a la gente para que entre a un restaurante, algo que muchas veces no le gusta a quienes vienen al pueblo”, dice Nancy Arratia.

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