*Esta columna fue escrita junto a Eduardo Saffirio
Es completamente atendible y justa la ira de algunas mujeres cuando escuchan a demasiados hombres hablando en contra del aborto. Casi cuatro de cada diez padres ausentes no visitan a sus hijos nunca o casi nunca. Tres de cada diez padres ausentes no pagan, por diversas razones, la pensión de alimentos. Del tercio de las madres que se han separado de sus parejas, la mayoría viven solas o en la casa de sus parientes. Una pequeña minoría tiene una segunda pareja estable. La mayoría vive con sus madres, quienes cuidan a sus nietos, que parecieran no tener papá. Oprime la doble jornada laboral, 37 horas fuera de la casa y 44 dentro de ella, especialmente entre mujeres jefas de hogar.
Atendible es la ira de estas mujeres cuando escuchan a hombres hablando con toda libertad de embarazos y abortos. Justa rabia, que es extrema cuando constatamos que casi nueve de cada diez congresistas son hombres. Hombres decidiendo asuntos de mujeres.
En este caso se hace patente, hasta el escándalo, que las mujeres están fuera del poder político, ideológico y económico. Se nos viene a la mente Gabriela Mistral cuando declaró, al recibir el Premio Nobel de Literatura, que ella era "hija de la democracia chilena", democracia que le negaba el derecho a voto. Por ello no podemos sino apoyar a los gobiernos que promueven leyes en contra de esos padres del olvido y que apoyan a esas mujeres solas en la inmensidad de la maternidad. Es motivo de aplauso democrático que se haya establecido el sistema electoral proporcional y la acción afirmativa que permitirá a las mujeres un poco más de oportunidades para competir electoralmente y ganar más escaños parlamentarios.
Sin embargo, sólo se puede rechazar la lógica que deja exclusivamente en manos de mujeres los asuntos que son de las mujeres.
Es evidente que es desigualmente compartida la responsabilidad del embarazo, pues la mujer tiene una autoridad superior en esta materia, pero no exclusiva. El afirmar que cada grupo particular debe involucrarse en lo que lo que directamente le concierne, absteniéndose de meterse en los líos de los demás, no fortalece la república, sino que la debilita. Porque el republicanismo reclama que todos participen en el gobierno de los asuntos comunes. La república es el gobierno de los muchos en aras del bien común. ¿Y qué más común que la concepción, cuidados en el embarazo, nacimiento y primera socialización, a cargo de padre y madre, de los que están llamados a ser futuros ciudadanos renovando, generación tras generación, esa comunidad independiente que se autogobierna llamada Chile? Nada menos republicano eso de "pastelero a tus pasteles". No eran especialmente tiempos buenos para la república cuando se afirmaba "los curas a las misas y los estudiantes a estudiar".
Hay un cierto incivismo, nacido de la ignorancia política o de un liberalismo individualista extremo, cuando se señala que sólo debemos participar en asuntos políticos que inmediatamente nos conciernen. El final del camino de este razonamiento es nada menos que la imposibilidad de fundar un orden social legítimo. Pues si de lo que se trata es reclamar los propios derechos respecto de políticas públicas que sólo a mí me atañen, ¿a título de qué debería involucrarme en discriminaciones positivas a favor de mapuches o de inmigrantes arribados a mi país, si no lo soy ni lo seré jamás? Los hombres no se embarazan, pero de ello no se colige que si no parimos, las mujeres deciden. Por el contrario, un ciudadano tiene el derecho y el deber de deliberar y tomar las decisiones que quieran dar respuesta a los problemas sociales. Tanto más si ellos incumben la vida de los más débiles: de mujeres que tienen embarazos inviables, que han sido objetos de violaciones o de niños que están por nacer. Como ha dicho la feminista Anne Phillips, un hombre parece adoptar "una postura progresista cuando se disculpa por hablar del aborto; pero no es una postura republicana".
Dejar la legalización o la despenalización del aborto sólo en manos de mujeres puede ser expresión de un respeto bien intencionado o de disfrazado machismo, pero republicano no es.