Las novelas de Germán Marín por lo general desarrollan un juego narrativo interior, un mecanismo que va más allá del mero relato de una historia o del avance convencional de la trama. En Adiciones palermitanas el procedimiento está sustentado por dos voces intercaladas que, en rigor, provienen de la misma mano, la de un anciano, ex funcionario de la Biblioteca Nacional, que sale poco de su departamento -sufre una enfermedad que le hace doloroso el caminar- y que, como un modo vago de enfrentar el tedio vital, se lanza a la escritura de una novelita ambientada en el Hotel Palermo, una vieja casona del barrio Brasil que vio tiempos mejores y que en la actualidad hospeda a algunos seres ligeramente fantasmales, "esa banda de pensionistas adueñados del Palermo", y recibe a parejas que arriendan cuartos por horas. "El Palermo transmitía un aire cansado y marchito, bañado por una pobreza disfrazada de austeridad que se podía observar desde la calle".

La segunda voz pertenece a un hombre bastante parecido al anciano, claro que, sumido entre los pliegues de la ficción manifiesta, a él le corresponde hacerse cargo lo mejor que puede del mencionado hotelucho, propiedad de un italiano cicatero de apellido Gentile: "Aunque no quiera como propósito literario, termino por asemejarme al personaje que sirve como administrador del Palermo, si bien existen algunas diferencias que nacen del libro mismo, escribiente uno, relatado el otro".

Habiendo abandonado las diversiones mundanas, el autor de la novelita en curso se contenta con dar algunos paseos cortos por su barrio, más que nada con el propósito de orearse y observar a la gente que transita por las calles. "En el pasado, al respecto disponía de otros medios tales como el sexo, el alcohol o el cine, pero esa combustión se ha agotado hasta ser hoy sólo un recuerdo y tal vez sea el precio que abonan algunos para sobrevivir". Y mientras describe sus quehaceres modestos y rutinarios, va agregando posibilidades y reflexiones en torno al desarrollo de su obra de ficción, la que efectivamente avanza capítulo tras capítulo, pues al relato de lo real, o de lo supuestamente real, le sigue de inmediato algún episodio encapsulado al interior del Palermo. El proceso, dicho sea de paso, explica el misterioso título de esta novela.

El acto mismo de escribir no escapa, por supuesto, de las reflexiones del autor, quien admite estar en "una edad en que es mejor dedicarse a imaginar". Al respecto, resulta particularmente gracioso el momento en que el hombre, tras conversar con unas chicas emprendedoras, se ve a sí mismo como miembro de un gimnasio de barrio, "ejercitando diferentes momentos de elongación", sintiéndose mejor día tras día, "al grado de que, muy pronto, alegre de la vida, llegaría por mi cuenta hasta la avenida Providencia". La novelita del Palermo, entretanto, se va incrustando sutilmente en esa especie de diario existencial que el anciano, eso hasta que, en la mitad exacta del libro, ocurre lo impensado: la ficción se entremezcla con la realidad supuesta y la distinción física entre los dos relatos (texto en cursivas para el día a día del autor, texto normal para los pormenores al interior del Palermo) queda trastocada por medio de un giro osado y revitalizador.

Los huéspedes permanentes del Palermo, varios de los cuales están presentes en novelas anteriores de Germán Marín, son en su mayoría seres en alguna u otra medida derrotados por la vida. Sin embargo, contrario a lo que uno pudiese pensar en un primer momento, dan vida en conjunto a una atmósfera espectral que constituye, literariamente hablando, un logro espectacular dentro de la voluminosa y variada obra de Marín. La prosa distintiva de este autor sigue siendo la misma, es decir, satisface con maestría las necesidades que va creando a medida que se desenvuelve, desentendiéndose olímpicamente de ciertas convenciones ordinarias del lenguaje que para los escritores menores constituyen las Tablas de la Ley. Lo novedoso aquí viene a ser un trasfondo misterioso, profundo, inquietante, que entre lo melancólico y lo fantasmagórico da forma a un relato memorable y a todas luces ejemplar.