El sacrificio de Allende le dio a la izquierda chilena, latinoamericana e incluso mundial un referente moral que ha seguido creciendo. A 44 años de su muerte su gesto continúa emocionando. Así quedó de manifiesto en la conmemoración de los 44 años del golpe que tuvo lugar el pasado lunes 11 de septiembre en el Palacio de La Moneda. Sus últimas palabras, escuchadas una y mil veces, todavía sacan lágrimas. Las vi en las caras de algunos de los sobrevivientes de ese periodo, pero las vi también en las de algunos jóvenes que participaban de la ceremonia.
Es impresionante la transformación del dirigente político denostado por tantos en héroe mítico. En la lucha práctica por el poder la victoria se la llevó Pinochet. En el juicio de la historia Pinochet terminó en el más bajo fondo y Allende en las máximas alturas.
El sacrificio de Allende fue fundamental en el proceso de recomposición de la izquierda y el socialismo chileno. Luego de una tan contundente derrota el principal estímulo para la reconstrucción era el ejemplo de quién había estado dispuesto a entregar su vida por una causa. Con ello esta adquiría grandeza y proyección.
En el recuerdo Allende aparece como un mártir. En vida fue un gran promotor de la unidad de las fuerzas de izquierda y de progreso.
Para darle sustento a un gobierno cada día más asediado trató de llegar a acuerdos con la Democracia Cristiana. Desafiando la posición mayoritaria dentro de su propio partido convocó a las Fuerzas Armadas a participar de su gobierno. Para no abrirse un flanco demasiado grande por la izquierda contemporizó también con el MIR confiándole incluso su seguridad personal.
Allende estuvo incluso dispuesto a poner en juego su periodo presidencial en el plebiscito que pensaba convocar justamente ese día martes 11 de septiembre de 1973 y que con seguridad perdería.
Es cierto, desde el primer momento las fuerzas más reaccionarias iniciaron una ofensiva para liquidar esa experiencia. Para derrotarla se necesitaba de una alianza social muy amplia que pudiera hacerle frente. No se consiguió y con ello se crearon las condiciones que desembocarían en el drama de 17 largos años de dictadura.
Desde la extrema izquierda, los esfuerzos de Allende por generar acuerdos que ampliarán la base de sustentación del gobierno popular eran vistos con sospecha y desdén. Consideraban que esos arreglos importaban concesiones inaceptables que desnaturalizaban la causa de la revolución. Para muchos, incluso en su propio partido, Allende era considerado un reformista y un vacilante.
El triunfo de la polarización produjo el colapso de la democracia. Al final perdió Chile y perdimos todos. La dictadura no distinguió entre reformistas y revolucionarios, entre partidarios del "avanzar sin tranzar" o de "consolidar para avanzar". Chile perdió y las fuerzas populares sufrieron una derrota histórica.
Las condiciones de la década del 70 son muy distintas de las actuales. No nos amenazan los mismos peligros. Existe sin embargo el riesgo de la regresión social y la involución conservadora. Para enfrentarla existe un solo camino: la máxima unidad social y política. En esto hay todavía mucho que aprender de la historia y del ejemplo de Allende.