Esta semana distintos medios anunciaron un crecimiento importante del parque vehicular, el cual superaría los siete millones de vehículos en el país. Como el tamaño y crecimiento del parque ha sido utilizado para justificar e impulsar importantes inversiones en infraestructura para vehículos motorizados, creemos necesario hacer algunas precisiones.

La cifra citada proviene del Registro Civil y corresponde a las inscripciones de vehículos realizadas a la fecha. Dado que todo vehículo se inscribe solo una vez, este valor refleja la cantidad acumulada de vehículos que se han inscrito en Chile. Es decir, incluye miles de vehículos que ya están fuera de circulación, por lo que no parece correcto utilizar esta cifra para referirse al parque vehicular. Tampoco se observa un explosivo aumento en este número; de hecho, las cifras muestran una interesante tendencia respecto de su crecimiento, ya que la cantidad de vehículos nuevos que se incorporan al año (diferencia entre dos años sucesivos) tiene una clara tendencia a la baja en los últimos años: 480 mil, 420 mil y 372 mil en el 2013, 2014 y 2015, respectivamente.

Por otra parte, el INE publica anualmente la cantidad de permisos de circulación que cada municipalidad registra, lo cual es una mejor aproximación de la cantidad de vehículos que efectivamente se utilizan. Así, el parque vehicular activo alcanzaría los 4,5 millones de vehículos en Chile al año 2014. Es decir, una tasa de motorización cercana a los 250 vehículos por cada mil habitantes. En cuanto a la tasa de crecimiento del parque vehicular, esta ha bajado de 8,8% a 7,2% en los últimos tres años.

En resumen, siguen entrando a circulación más vehículos de los que salen de circulación, por lo que hay un aumento del parque vehicular de Chile; no obstante, afortunadamente aún está muy lejos de alcanzar los siete millones. Además, el incremento anual ha sido cada vez más lento durante los últimos años.

En ausencia de políticas públicas adecuadas, una alta tasa de motorización implica un mayor uso del automóvil. Esto genera importantes externalidades a la sociedad, como las demoras por congestión, la contaminación y los accidentes de tránsito. Además, las ciudades con alta tasa de motorización suelen ser más extensas, lo que dificulta el desarrollo de formas más sustentables de transportarse como caminar y usar bicicleta o transporte público.

No es posible pensar en el desarrollo sustentable de una metrópolis si se postula al automóvil como el eje central de una solución al problema de transporte. Las soluciones deben pasar por una mayor inversión en modos de transporte más eficientes en el uso del espacio y la energía, y con una menor emisión de contaminantes por pasajero transportado. El fortalecimiento del transporte público y de los modos no motorizados, unido al desincentivo al uso indiscriminado del automóvil son políticas fundamentales.

Impulsar inversiones en infraestructura vial destinada a los automóviles como solución a los problemas de congestión, es equivalente a tratar de combatir la obesidad comprando ropa de mayor talla. Es una visión que no solo no apunta a la causa del problema, sino que tiende a intensificarlo en el mediano plazo. Y eso, claramente, no es sustentable en el tiempo.