El horizonte de Cuba sin Fidel Castro, en el análisis de muchos cuarteles generales de la política, tiende a ocupar el espacio de lo paroxístico. La intensidad de un debate ideológico polarizado, y fecundo en odiosidades en más de medio siglo, conduce a que el trazado de ese futuro entre en la zona laberíntica por la diversidad de escenarios posibles.

Más aún, con la carga especial que representa la llegada de Donald Trump a la presidencia y su equipo de "neos" (conservadores, fascistas, nazis, nacionalistas), el tibio progreso logrado por el presidente Obama (en la disminución de la tensión entre Estados Unidos y el gobierno cubano), podría borrarse de una plumada. Trump fue el mandatario más duro al referirse al gobierno cubano y advirtió que Cuba recuperará su libertad. Seguramente invitando a que los tres millones de cubanos de varias generaciones que se desplazaron a Estados Unidos, se hagan cargo de Cuba, respondiendo al apoyo electoral clave para asegurar Florida.

En los detractores de Fidel Castro y el socialismo cubano, resalta la destrucción total del sistema a partir de la disputa por el poder entre las élites formadas en Cuba. Se minimiza la capacidad de la población cubana para formar un cuerpo político protagónico. Se le atribuye al cubano una capacidad de absorber y enfrentar dificultades, sin asignarle ningún atributo político.

Por su parte, los defensores del sistema cubano, destacan este último punto: en Cuba se generó una ideología de protección social e independencia nacional, que es lo que le da un pie de apoyo importante a los beneficios del sistema, que no estuvieron en duda.

Entre las 188 naciones que presentan los datos de Desarrollo Humano al Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Cuba ocupa el lugar 67, al 4 de enero de 2016, lo cual mejora en dos escaños su posición respecto al informe del 2014, y la sitúa, nuevamente, entre los países con Desarrollo Humano Alto. La curiosidad intelectual invita a indagar en que algo habrá en el sistema.

Con la partida de la figura símbolo más importante, la pregunta más medular es: ¿Ahora sin Fidel cuando dura el gobierno cubano?

Esa pregunta siempre estuvo allí latente y acechando con un devenir apocalíptico. El analista Francisco Wong- Díaz, en un trabajo para el Pentágono en 2006, planteaba que Fidel Castro era el garante de la transición, porque representa estabilidad en un sistema de autoridad y control. Según Bruce Bueno de Mesquita, ('Political Instability as a Source of Growth (2000), una sociedad después de un período largo de autoritarismo, no regresa con facilidad a la democracia plena sin una dosis de autoritarismo. El caso de Chile, en donde la estabilidad -aparente- se fortalece con las claves de autoritarismo que son más que un remanente, sino que atributos esenciales de la estabilidad política. En el caso cubano al ser una sociedad con propensión a la igualdad social, la aplicación de la democracia liberal occidental, puede encontrar un test paradigmático en esta etapa de su modernidad.

Los posibles escenarios centrados en el gradual deterioro de salud de los dos hermanos, más que revelar la ausencia de un sistema político desnudan un problema en los análisis reduccionistas y unilaterales sobre cualquier tipo de transición en Cuba hacia otro sistema de gobierno y modelo de desarrollo. Es decir, si están vivos los dos hermanos con facultades mentales para dirigir, el sistema continúa, sin ellos el sistema colapsa.

En otras palabras no hay sistema, ni generación de recambio. Lo que existiría es una lucha entre elites del poder separadas aparentemente por su proclividad a Fidel o a Raúl. Sin la presencia de los dos hermanos, Cuba estaría al borde de la desintegración según Wong-Díaz y lo más probable es que el legado político se convierta en un regreso al tradicional estilo latinoamericano de la política del control militar o, de poderes civiles débiles a merced del poder militar, como ha sido el caso de muchas democracias post dictaduras militares en la región.

La otra vertiente, que retrata la capacidad de la población en asumir una ideología y una comprensión política diferente, se diluye en la batalla propagandística. Debido a la incapacidad en los estados liberales protagónicos de reconocer el descalabro propio en la justicia social y el elevado autoritarismo de sus sistemas políticos, el análisis que proyectan de la realidad cubana es incompleto e ideológico, provocando una grave distorsión en lo que se promueve como transición para Cuba

Debido a la creencia de que el sistema cubano descansaba en Fidel Castro, la campaña de desestabilización apuntó a desprestigiarlo. La revista Forbes de mayo 2006 señalaba que la fortuna personal de Fidel era de US $ 900 millones. Tanto el gobierno cubano, como análisis más independientes, desmienten esta información.

Con Barack Obama, el panorama analítico cargado al paroxismo sobre el futuro de Cuba algo cambió, pero no la esencia de la incertidumbre basada en una creencia errada: de que el ciudadano no cubano tenía muy poco que decir, porque todo residía en una lucha entre las elites que dejó el sistema.

Las reacciones sobre el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, no estuvieron exentas del sello de paroxismo y la intensidad de la carga ideológica y emocional acumulada por detractores y apologistas del sistema cubano al socialismo. Todo ello hace más difícil la tarea de dilucidar la diversidad de escenarios en el futuro de Cuba, ahora con la partida de la figura simbólica mayor de Fidel Castro.

Esta incertidumbre es atractiva cuando se aplica el análisis con mediana racionalidad. Sin embargo, el gran escollo surge cuando el asunto, que se supone estrictamente político -de supervivencia, reordenamiento, y legitimidad-, se transforma en individualidad emocional, de reacciones para soluciones inmediatas, donde predomina el factor de la tensión acumulada por más de seis décadas.

Yoani Sánchez, la bloguera cubana, en The New York Times aparecía con la frase: "la traición de Raúl Castro a los militantes y partidarios del gobierno". Es la tensión acumulada que puede terminar en violencia. En la misma cuerda, Ted Cruz y Marco Rubio, candidatos derrotados en las primarias que venció Trump, ambos de origen cubano, consideran que el presidente Barack Obama traicionó al anticastrismo y que ayudó a "la perpetuación del régimen". Para esta interpretación, solo existe el régimen castrista y una masa de cubanos aplastados en una dictadura sin una expresión de gente que también piensa, opina, y forma nación.

Se tiende a privilegiar aspectos que terminan siendo una distorsión. El primero se refiere a un sistema polí¬tico de un nivel centralizado y personalizado como que el funcionamiento del mismo residiera en la figura de un lí¬der máximo y que no hubiera un sistema. Sucedió con China y Vietnam: pasaron los lí¬deres y el esquema continuó. Y si bien Cuba no está en Asia, hay bases comparables, principalmente, porque el gran peso se lo ha llevado un capital humano formado en tres estructuras esenciales: partido de gobierno, estado y ejército. Como corolario, en medio siglo no se logró formar una disidencia que desestabilizara al gobierno; los indicadores no están solo en las caracterí¬sticas del sistema polí¬tico.

La transición cubana abre una oportunidad única, en el sentido de combinar la trayectoria de una política social emancipadora, con el tráfago de pulsiones que desatan las contradicciones que una sociedad en transformación demanda y con la libertad creadora del individuo en el foco, no como una mercancía sino como un sujeto social.

Desde esta perspectiva, algunas opiniones que invitan a preparar bayonetas polí¬ticas para la revancha contra el comunismo, no contribuyen a desatar esas cualidades humanas acumuladas en Cuba para hacerse cargo de una transición. Todo indica que acelerar la transición sólo generará un daño innecesario, debido a la fortaleza estructural del gobierno cubano y la organicidad dispersa en los disidentes.

El paso diplomático dado por ambas naciones, desactiva en principio el intervencionismo unilateral a que Estados Unidos se sentía con el derecho a recurrir, y constituye en sí mismo, un cambio de régimen.

Fidel Castro, el líder cubano fallecido en la noche del viernes 25 de noviembre a los 90 años, en uno de sus últimos discursos masivos en 2007 aparece con toda su dimensión y sin eufemismos advierte: 'La revolución no la harán fracasar ellos. Si fracasa, será porque nosotros la hicimos fracasar'. Similar a una frase de Richard Nixon antes de fallecer, cuando advierte que "al comunismo no lo habíamos derrotado nosotros (el capitalismo), sino que se había desplomado la Unión Soviética por sí misma y que le idea comunista subsistiría mientras el capitalismo no supere la pobreza". (Beyond Peace. 1994). Aunque con Trump… nunca se sabe.