BUENA PARTE de la población de EE.UU. está estresada y el orden mundial sobre ascuas desde que Trump llegara a la presidencia. El asunto ha llevado a que un grupo de 35 psiquiatras de ese país decidiera, en un hecho inédito, advertir de su "grave inestabilidad emocional" así como de su "incapacidad para servir con seguridad en el cargo".

No se entiende la sorpresa. Su forma de ser era conocida pero pudo más la subestimación, combinada con un sistema político autoconfiado e incapaz de ver las fisuras por donde podría colarse. Cuando no son pocos los que vaticinan que, de seguir a este ritmo, difícilmente terminará su mandato, vale la pena volcar la mirada sobre nuestros propios asuntos.

El país tiene por delante una carrera presidencial donde los candidatos enfatizan la importancia del programa pero, en el caso de la última elección presidencial, Michelle Bachelet era la favorita antes de proferir promesa alguna. Dada la importancia de los atributos personales en la decisión de voto y vista la situación norteamericana ¿no debiéramos ser más inquisitivos acerca del talante y carácter de los candidatos, más allá de los requisitos formales para acceder al cargo? Un ejemplo concreto de las consecuencias que acarrea desestimar estos asuntos lo entrega el manejo de la reciente catástrofe forestal. Es probable que ni la mejor institucionalidad para las emergencias pueda soportar un diseño político como el actual donde, según coinciden los analistas, se privilegian el secretismo y los compartimentos estancos, a lo que se suma la confianza personal por sobre el talento. ¿Qué sabíamos de la Presidenta Bachelet en 2005 en términos de capacidad para conformar y coordinar equipos, así como de generar una visión?

Esta dimensión debiera ser clave para anticipar el posterior desempeño en un cargo que fue graficado por Genaro Arriagada, en un libro que coeditamos con Eugenio Rivera sobre la presidencia, como "arriar una manada de gatos".

El estilo y la personalidad de quienes nos gobiernan resultan poco escrutados, más allá de programas de televisión tipo "perfil humano" y de biografías no muy inquisitivas. De ahí, las simplificaciones: la sobriedad de Aylwin, la parquedad de Frei, la arrogancia de Lagos, la ansiedad de Piñera y la empatía de Bachelet. ¿Qué explica esta situación? Con el auge de la democracia y del Estado de Derecho, se redujo el espacio para las cuestiones personales, lo que contrasta con el avance del personalismo en la política. En segundo lugar, desde la academia, se ha puesto más énfasis en las instituciones que en las características individuales del liderazgo cuando la verdad es que ambos interactúan. Enseguida, prima una tradición -por contraste con la anglosajona- donde la vida privada se disocia de sus implicancias en la esfera pública.

Sumemos el desarrollo, todavía incipiente en Chile, de una disciplina como la psicología política así como unos medios de comunicación que, luego de la demanda presentada por la Presidenta contra Qué Pasa, pudieran sentirse inhibidos de bucear en aguas tan procelosas. Nada más preocupante porque su rol es crucial.