LA DECISIÓN de la Junta de la DC de competir en la primera vuelta impactó en una carrera presidencial enredada en una discusión sobre mecanismos de competencia que difícilmente ayuda a recuperar el entusiasmo con la política. Cabe preguntarse cómo no se anticiparon los problemas que vendrían habida cuenta que -desde el primer día- ciertos sectores insistían en afirmar que la NM, más que un pacto de gobierno, era un mero acuerdo electoral.
En una primera lectura, sus efectos parecen tan dramáticos, que hay que buscar culpables. Pero resulta injusto atribuirle únicamente a la DC el fin de la alianza histórica con la izquierda cuando no puede permanecer impávida frente a una tendencia al "vaciamiento del centro" del espectro político que no solo se ve en Chile. Por lo demás, fue el PS quien anticipó el escenario al darle un portazo a las pretensiones del expresidente Lagos. En la decisión de no ir a primarias, más que el fin de un ciclo se esconde un dilema más profundo, relacionado con la gobernabilidad.
La centroizquierda ha evadido el análisis en profundidad acerca de las causas de su derrota en 2010, salvo buenas cuñas para los medios (como, por ejemplo, su "incapacidad para comprender la sociedad que contribuyó a cambiar") o bien no sopesar factores tales como el impacto de la fractura al interior de su propia elite (los díscolos), el deterioro de la capacidad presidencial para maniobrar en contextos de coalición (reflejada en una presidenta distante de sus partidos) o la existencia de actos que escondían el germen de la corrupción ("hechos aislados"). Se refugió también en una cierta hagiografía (reflejada en libros como "Más acá de los sueños, más allá de lo imposible. La Concertación en Chile", editado por el mismísimo yerno del expresidente Aylwin, entre otros). Encontró la posibilidad del Ave Fénix al atarse, en clave personalista, a la inédita popularidad de Bachelet con reformas indispensables, pero de factura desprolija y con resultados ubicuos y donde las primarias, más que solución, han mostrado que pueden ser un entuerto. De esta forma, se ha ido eludiendo una reflexión adaptativa a la creciente dificultad para configurar mayorías legislativas estables, que entreguen ciertos niveles de previsibilidad política en el contexto de un presidencialismo que debe combinarse con el multipartidismo que aflora con la desaparición del sistema binominal. Súmese la ausencia de incentivos institucionales para la disciplina parlamentaria, el abstencionismo estructural y una ciudadanía con opiniones cambiantes y disociadas.
Que tras la opción por el camino propio de una DC conducida por Goic (política hábil que ha demostrado a los despistados que se puede pisar fuerte sin tener vozarrón), aparezcan como desechados los posibles costos en su elenco parlamentario no es solo, como sentencia Jorge Navarrete, la señal de que "el pacto parlamentario debe ser consecuencia de un debate y no una condición". También, y aunque sea ocasionalmente se envía otra, tanto o más importante: que la política puede ser algo más que cálculo.