Cuando ya no podemos alegar ignorancia o desconocimiento respecto a que el 50% de los trabajadores recibe menos de $400.000 mensuales por su trabajo, que las diferencias en la salud, educación, pensiones, barrios inseguros, delincuencia, vivienda, y otras, son siempre acumulación de bienestar para algunos y desventajas acumuladas para otros; debemos preguntarnos seriamente por qué seguimos sacándole el bulto al tema. Estamos habituados ya hace décadas, al argumento de que debemos crecer primero y repartir después. De repente pareciera que nunca hubiéramos crecido con robustez suficiente como para haber repartido las oportunidades de otra manera, a como lo hemos hecho hasta ahora.

La semana pasada se dio a conocer el estudio "Desiguales: orígenes, cambios y desafíos de la brecha social en Chile", un aporte del PNUD que viene a vigorizar este debate siempre pendiente.

El PNUD nos reitera, con nuevos antecedentes, que el tema de las desigualdades va más allá que una mera cuestión de ingresos: la desigualdad en Chile tiene que ver con algo tan vital como la aspiración de ser tratado con dignidad y respeto, y con vivir en un ambiente más fraterno o solidario. De las personas consultadas por el PNUD a través de diferentes medios, más del 40% señaló haber sufrido discriminación durante el último año. Las razones, en forma decreciente son: por la clase social, por ser mujer, por el lugar en el que vive, por cómo se viste y otras. Y al ser consultados por aquello que gatilla sentimientos de injusticia, las respuestas se concentraron en el hecho que algunas personas accedan a mejor salud y educación que otras, y en que sólo algunas personas sean tratadas con respeto.

A estas alturas cabe preguntarse ¿de qué estamos hablando cuando hablamos de igualdad? Hablamos de que la sociedad permita a sus miembros experimentar oportunidades equivalentes. ¿Podemos hablar de igualdad si los seres humanos somos  únicos y diferentes? Si,  hablamos de  la necesaria y pretendida igualdad en dignidad y derechos (también llamada igualdad en la diferencia) de todos los seres humanos.

Respecto de la igualdad de derechos, este planteamiento tiene un fundamento ético innegable que se encuentra a la base de la construcción social. Siguiendo a Rawls, los talentos de las personas no son más que producto de una "lotería natural" de la vida (nadie elige donde nacer), por lo que el sistema institucional debe alivianar a los individuos que tienen una carga de desventajas. Para ello entonces, se deberá dotar a los individuos de lo necesario para que puedan ejercer su libertad y no ser privados de ella por la acción del Estado y/o del mercado. Por ello, los derechos sociales, como integrantes de los derechos humanos, nacen conectados al Estado como una manera de plasmar las necesidades básicas y desigualdades que deberán ser corregidas para que cada uno pueda ejercer su libertad.

Se trata ni más ni menos, de que la libertad sea igualitaria. De ahí que si la libertad no puede ser ejercida por todos en una sociedad, no es verdadera libertad. Pero siendo más precisos aun, solo se puede hablar  de desigualdad cuando se produce  una desmerecida acumulación de desventajas por algunos en la sociedad. Lamentablemente, la acumulación de desventajas en salud, educación, trato, hábitat, ingresos, y otras, hoy afecta a millones de compatriotas, privándoles  de la posibilidad de escoger la vida que quieren llevar.

En relación a la igualdad en dignidad, la evidencia que nos muestra el PNUD es la de una sociedad que maltrata y menosprecia. Por ello se requiere un cambio de las relaciones entre los propios ciudadanos y su contexto económico, político, social, institucional y cultural. La reparación que requerimos como sociedad, implica escenarios de validación y reconocimiento social de las personas, sus familias y comunidades, así como también de sistemáticos ejercicios de dignificación, que pasan por el involucramiento activo de los afectados en las  decisiones que les atañen y en las soluciones de sus problemas y desafíos.

Una de las cuestiones más complejas que el estudio del PNUD revela es que muchas de la desigualdades que hoy nos afectan en los ámbitos de la dignidad y derechos, más allá de sus raíces históricas, han emanado desde la propia acción del Estado. En efecto, la política social, que ha reafirmado una lógica de mercado, subsidiando allí donde éste no ha operado con eficiencia, ha provocado más fragmentaciones que cohesión. Un doloroso ejemplo de ello, señalado en el Informe, es que las personas perciben que el servicio del Estado busca más "parecer" que "ser". Es ahí donde el trato de las instituciones daña fuertemente la dignidad de las personas. Ello es plenamente coherente con lo que la FUSUPO constató en 2010 con un estudio cualitativo de gran escala denominado "Voces de la pobreza".

Concordamos con el PNUD en que la igualdad no es de izquierdas ni de derechas, es nada menos que el pacto social que entre otras cosas,  permitió abolir la esclavitud y fundar los Derechos Humanos.