Esta columna fue escrita junto a Mauricio Salgado UNAB - Centro para la Educación Inclusiva.
Chile está ad portas de la segunda vuelta Presidencial con la amenaza de que el 53,3% de los ciudadanos inscritos en el Registro Electoral no votó en la primera vuelta.
Aunque aún no contamos con datos de participación desagregados por edad, sabemos que son los más jóvenes quienes se están restando del proceso eleccionario. En las últimas elecciones municipales del 2016, la población entre 18 y 19 años la participación fue de 14%, mientras que entre 18 y 44 años no sobrepasó el 33%.
Esta situación de desafección con el proceso electoral entre los más jóvenes puede estar incubando una crisis de legitimidad mayor respecto a las instituciones políticas de nuestro país. Aunque la participación política no se agota en el proceso eleccionario, éste sigue siendo fundamental en toda democracia.
¿Qué podemos hacer para fomentar la participación electoral de los más jóvenes? Para la mayoría de las personas, la respuesta radica en la escuela, que es el espacio donde buscamos formar en la diversidad y educar para la colectividad. Entonces surge la pregunta sobre cuáles son los alcances y las limitaciones que tiene la formación ciudadana.
Este es un momento clave para autoevaluarnos como sociedad, entender qué ha sucedido y qué sucede, a qué se deben estos resultados electorales y por qué existe una apatía (del griego apátheia "falta de sentimiento"), falta de interés y de motivación, a participar de este proceso político.
Pero ¿qué tipo de ser humano queremos formar? Personas funcionales que respondan a un modelo de crecimiento que se orienta a ser productivo y aportar al producto interno bruto. O personas que, además de incrementar su capital cultural y adquirir destrezas cognitivas, saben vivir en sociedad, tienen mentalidad crítica y reflexiva, con autonomía, responsables y comprometidos, que reconocen a los otros como iguales, que poseen virtudes, derechos y responsabilidades consigo mismos y con su entorno local y global.
En ese sentido, la formación tiene un rol clave. Para Aristóteles, la educación desempeña un rol fundamental para la actividad política. La habitud, desarrollada tanto en el contexto familiar como en los programas de educación pública, es el factor decisivo a adquirir la bondad.
Pero la desafección electoral de los jóvenes no responde a una única razón. De acuerdo a un reciente informe del PNUD, una de las principales razones de la baja participación electoral es la deficiente educación para la ciudadanía en el sistema de educación chileno, con un incipiente foco en la institucionalidad política. Otra razón, sería la desconfianza hacia las instituciones, la falta de información y conocimiento sobre cómo funciona el sistema político.
En el informe 2017 del International Civic and Citizenship Study (ICCS), Chile no muestra cambios en el conocimiento cívico entre 2009 al 2016, más bien un leve retroceso. Una estrategia que algunos países han adoptado es bajar la edad de sufragar a 16 años, como es el caso de Austria. Se ha demostrado que esta medida genera un aumento no sólo en la participación electoral futura de los jóvenes, sino que además, al discutir de política en la escuela y en sus hogares fomentan también el involucramiento de los adultos al debate político.
Por tanto es el momento de preguntarnos si ¿estamos educando desde nuestros hogares hacia la bondad? ¿De qué trata la educación ciudadana en la escuela? ¿Qué ser humano queremos educar? En base a estas tres preguntas podríamos diseñar plan de educación tanto en las familias, en la escuela y en la sociedad, porque la democracia se construye en el cotidiano, con los dilemas y conflictos que podemos resolver, no de manera individual, sino con todas y todos quienes viven en este territorio llamado Chile.