EL CANDIDATO Sebastián Piñera tiene una nueva iniciativa: fundar un Museo de la Democracia, que se dedicaría a resaltar la "transición" y el consenso político que caracterizó a ese período. Hay que suponer que la transición por fin acabó, ya que ahora se erigiría un hito para recordarla.
Se ha dicho que la exposición incluiría referencias al plebiscito de 1988, la conformación de la Comisión Rettig y las reformas políticas que se tradujeron en la supresión de los senadores designados. Y material audiovisual como la película "No", cinta que refleja la campaña de esa opción en el mentado referendo. No se ha aclarado si esto lo permitirán los titulares del derecho de autor del film, pero –en fin- será cosa de llegar a un buen acuerdo económico, que se pagará, por cierto, con fondos de todos. Una cosa es estar en desacuerdo con el modelo neoliberal y otra regalar lo que es propio.
En una palabra, el museo no contendrá ni un símbolo, sílaba escrita o exhibida, u objeto que huela a derecha; o para ser más exactos, del modelo que le cambió la cara a este país, generando un nivel de bienestar y oportunidades sin precedentes en nuestra historia. No, se trata una vez más de cortejar y tratar de agradar a la izquierda, y creer que con eso caerán seducidos y se declararán dispuestos a colaborar con el flamante nuevo gobierno. Esto demuestra que Sebastián Piñera y su círculo no han cambiado: se niegan a ver cómo les "negaron la sal y el agua" durante la pasada administración, a pesar que dieron cabida a quienes no votaron por él en diferentes cargos y marginaron a los propios partidarios, sin que obtuvieren nada de ello. Y se las volverán a negar.
De hecho, personeros de La Nueva Mayoría ya han rechazado la idea, calificándola de oportunista y señalando que si piensan que por eso alguien de izquierda va a votar por Piñera, están muy equivocados. Pero son declaraciones –a su vez- oportunistas, porque a la larga se van a plegar a la idea del museo, no solo porque generará pegas y asesorías, sino porque terminará siendo según ellos quieran, como ocurrió con el Museo de la Memoria, que contiene una visión totalmente parcial. No hay ninguna alusión a cuál fue el sector político que trajo el odio y la violencia a Chile como método de acción política. Y como ya sabemos que el anterior gobierno de Piñera no se caracterizó por ponerse firme ante nada, la iniciativa terminará transformada en otra cosa. Por ejemplo, en el "museo de los cómplices pasivos". Propongo una ubicación: el cerro Chacarillas; los que estuvieron ahí con antorcha no se podrían negar.
Pero hay una dimensión doméstica del asunto que preocupa más: la próxima administración encontrará el presupuesto público en grave déficit y una economía en decadencia. Ello justificaría reconocer desde ya que habrá que limitar los gastos fiscales, pero en cambio se anuncia un nuevo gasto público: la construcción de un museo cuando menos superfluo. Y si bien su costo dentro del hoyo fiscal será casi irrelevante, denota la ninguna voluntad de pagar costos y tener la determinación política de llevar adelante las rectificaciones que el país requiere.