QUE JUDAS habitaría en el corazón del socialismo chileno es lo menos que se ha dicho para criticar la decisión del PS de no apoyar la candidatura presidencial de Ricardo Lagos. Pero ¿tenía otra alternativa? Los partidos, que han visto usurpadas sus funciones por otros actores en forma creciente, no pueden claudicar de la que ha terminado por justificar su existencia: competir por votos en elecciones e intentar ganarlas. Siendo más competitivo el senador Guillier, no había escapatoria posible. Y eso que el exmandatario parece haber puesto todo de su parte. Aceptó ir a primarias (inimaginable hace años), sollozó en la televisión, editó un libro con sus ideas, nombró como "generalísimo" al único ministro que descollaba en el gabinete, destacó a una mujer joven como vocera y recurrió a senadores de fuste como articuladores. Se arrepintió por el Transantiago y por el CAE. Enfatizó, además, la importancia de continuar con las reformas estructurales iniciadas por el actual gobierno aunque de otra forma, haciéndole guiños a un gradualismo cuyos bonos están a la baja. Recurrió a lo que sabe hacer: conversar, negociar, prometer y transar. Aunque señaló que no había logrado la convergencia de la centroizquierda en torno a él, su problema fue otro: no haber remontado en las encuestas. Múltiples razones lo explican pero, si cometió un pecado, fue no tratar de pasar por algo distinto a lo que es: un político. Por contraste, se habla de la trudeaumanía para explicar que el furor que provoca el Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau, se debería a que, aún no ocultándolo, no es percibido como tal.
Se afirma que su renuncia a seguir en la carrera representaría el fin de la era concertacionista. Pero pudiera ser también un hito más en el avance de una antipolítica que, en Chile, cobra formas variadas, difusas y hasta inadvertidas por quienes las encarnan. Al día de hoy, se apoya en generalidades, se cobija en un ciudadanismo hasta la náusea y refuerza las asociaciones de la política con lo corrupto e injusto. Pero ya antes cobró formas más amables, como el "cosismo" lavinista y la irrupción de Bachelet, percibida como exógena a la política cupular. La manera como enfrentó la crisis económica del 2008 o reformas como la previsional no explican totalmente el alto nivel de apoyo con el que abandonó La Moneda. Hay que añadir un cierto arte para levitar, colocándose por sobre las reyertas partidarias ("a mí no pueden aplicárseme los códigos de la política"). Aunque se le imputa al caso Caval la responsabilidad por su descenso en las encuestas, éste comenzó antes como lo reflejan las de fines del 2014. Había estallado ya el caso Penta, es cierto, pero también las reformas cabalgaban a lomo de retroexcavadora y se decía que el corazón de las mismas era intocable. Coincide con una Bachelet que, confiada en la mayoría electoral, deja atrás su reivindicación de un liderazgo femenino, más empático y colaborativo, y decide pasar a la zona de conflicto, politizándose.