Estamos a pocos días de las presidenciales y la educación vuelve a tomarse la agenda pública. Ambos candidatos entregaron sus programas en primera vuelta y la tónica de esta etapa son los anuncios de "última hora" en educación superior: aumentar la gratuidad en educación, el fin al CAE y la condonación de deudas, parecen ser los grandes temas en disputa.
La discusión sobre estos temas se ha centrado en los recursos. Pareciera ser que la principal encrucijada es si el país cuenta o no con las arcas fiscales para financiar estas reformas. Mientras, los argumentos sobre las prioridades educativas, la apuesta en educación en el largo plazo y los modos de llevar a cabo estos cambios, parecen haber quedado en el olvido.
Nos preocupa la ola de anuncios de última hora, a modo de "lista de supermercado": muchas iniciativas, sin mayor precisión sobre las metas que persiguen, contenido y su real impacto. En educación la evidencia es categórica, no hay recetas mágicas, los países exitosos han emprendido procesos de reforma de largo plazo, con prioridades claras que ponen foco en la calidad de los aprendizajes de los estudiantes y progresivamente en las condiciones para asegurarla.
Por eso vemos riesgoso este afán de crear programas o priorizar iniciativas sin precisar si ellas son la mejor respuesta para asegurar una educación de calidad a todos los estudiantes. ¿Qué respuesta están entregando hoy los programas presidenciales a esos miles de niños que están en lista de espera para una sala cuna o un jardín infantil? ¿Qué proponemos a todos esos jóvenes que están egresando del sistema sin las habilidades mínimas? ¿Cuándo solucionaremos el enorme caos y desregulación en la educación superior y aseguraremos niveles equitativos de calidad entre las instituciones?
Quienes trabajamos en educación sabemos que, contrario a la propiedad matemática, el orden de los factores altera enormemente los resultados. Por tanto no da lo mismo qué temas privilegiar, por donde partir y las secuencias de políticas que hay que seguir.
Esto implica entender que para lograr que los estudiantes aprendan y se desarrollen de manera integral, tenemos que tener una perspectiva de trayectoria educativa, pues la pelea se juega en gran medida en los primeros años de vida. Como país requerimos dar un salto enorme en cobertura y calidad, desafío de largo plazo que requiere que comencemos ya a formar las 18.000 mil educadoras y 23.000 técnicos en párvulos que hoy faltan para contar con una proporción de adultos que asegure bienestar y aprendizajes de calidad a los niños que asisten a la educación parvularia.
Al mismo tiempo, los enormes avances logrados en cobertura y mejora de las condiciones del sistema educativo no se sostendrán en el tiempo si no priorizamos la sala de clases, donde requerimos impulsar con fuerza una verdadera revolución en las formas de enseñar y aprender, entregando mayores recursos a las escuelas, apoyando a las comunidades educativas con herramientas, pero especialmente con mayores niveles de confianza y autonomía.