Aunque la incertidumbre electoral aumentó en Chile como producto del cambio del sistema binominal y de las normas de financiamiento de la política, asistimos también a alguna que otra certeza. Los debates de la noche del 19 de noviembre no podrán eludir la referencia a un nivel de abstención que, según los expertos, ha adquirido la condición de estructural. Se anticipa que no bajará del 50% en el mejor de los casos, pero existe también el temor a la reedición del 70% de las elecciones municipales de 2016.

Además, a pesar de que las mujeres votaban tradicionalmente en mayor proporción, son también quienes más han dejado de hacerlo. El fenómeno es particularmente notorio en cerca de un 15% en aquellas entre los 40 y 59 años, medido entre las municipales de 2012 y 2016, según el PNUD. Se ha esbozado que uno de los motivos podría ser la baja representación de las mujeres en cargos de elección popular, aunque también resulta plausible una revolución de expectativas no satisfechas, generada por lo que en su momento se llamó el "fenómeno Bachelet". Lo cierto es que, al día de hoy, Chile encabeza, junto con Madagascar, el ranking de los países que menos votan en el mundo.

Asistimos, en principio, a un problema serio dado que la teoría democrática reconoce que, en una democracia representativa, la participación ciudadana en la elección de autoridades es clave para su funcionamiento y legitimidad. Si se piensa en futuras correcciones mediante reformas políticas no habría ninguna más efectiva, pero también más improbable, que el retorno al voto obligatorio. Mientras tanto, no deben desestimarse esfuerzos como las campañas "¡Ahora vota!", del PNUD, o "No te restes, súmate", promovida por el gobierno.

Sin embargo, sus alcances pudieran ser limitados si atendemos a tesis como las de Daniel Innerarity. Para dicho autor, "la democracia es un sistema político que genera decepción, especialmente cuando se hace bien porque se convierte en un régimen de desocultación en el que se vigila, descubre, critica, desconfía, protesta e impugna". La sociedad chilena actual exhibe, como nunca, dosis de todo ello. En esta línea, aquella decepción que alimentaría un descontento que, se supone, subyace a la abstención sería más bien un indicador de éxito, aunque en una tesitura diferente a la planteada por el economista Sebastián Edwards en este mismo diario. Para él, las personas que no votan lo harían porque piensan que "el país estaría funcionando bastante bien y que seguirá por una senda adecuada, independientemente de quién sea el próximo presidente" o por el hecho de que "la política no es tan relevante".

Necesitamos estudios que, más que centrados en cifras y, liberándose de ciertos corsés normativos, indaguen en las causas más profundas, pero también paradójicas, de la abstención.