El español afincado en Bolivia Alex Ayala (1979), es uno de los mejores cronistas de nuestro tiempo. Autor de Los mercaderes del Che y La vida de las cosas, ganó el 2015 la primera Beca Michael Jacobs para Periodistas de Viajes de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. El resultado de esa beca es Rigor mortis: la normalidad es la muerte, un hermoso libro con 16 crónicas sobre algunas de las maneras extrañas con las que los bolivianos se enfrentan a la muerte. Ayala aúna periodismo y literatura para recorrer y hacer suyos territorios trabajados anteriormente por investigadores de tradiciones y costumbres bolivianas, como Antonio Paredes-Candia en Tukusiwa o la muerte (1995).
Uno de los entrevistados de Ayala dice que en Bolivia "la mentalidad mágica y supersticiosa es apabullante… Y es casi imposible luchar contra eso". Ayala no le contesta directamente, pero Rigor mortis da una serie de ejemplos que confirman la postura del entrevistado: está la historia de la Almita Desconocida -adolescente asesinada en un pueblito en la frontera con Argentina, convertida con los años en santa popular-, o la visita a Juanito y Juanita, dos ñatitas en urnas de madera de la División de Homicidios de El Alto (las ñatitas son "cráneos humanos venerados, sobre todo, por las clases más populares de Bolivia. Calaveras acicaladas con bufandas, sombreros, gafas de sol y otros implementos").
Pero no todo es magia. En Rigor mortis abundan los ejemplos de gente que debe enfrentarse de manera práctica a la muerte. Ayala, un gran escritor de perfiles, hace memorable la figura de Raúl Mercado, un hombre que se enfrenta al hecho de que en su pueblo nunca hay cajones para los que se mueren. ¿La solución? Plantar un nogal 60 años antes de su muerte y cortarlo tres décadas más tarde "para que un carpintero hiciera el ataúd en el que debían enterrarle". En "La mujer que ama las despedidas", la crónica más literaria del libro, descubrimos a Elsa Ocampo, una mujer de Oruro que ha dedicado su vida a ir a velorios, funerales y entierros. También aparecen en el libro los pobladores de El Palmar A, que para llegar a sus cultivos deben arriesgar la vida diariamente y cruzar el río a través de cables delgados y frágiles, y los camioneros que recorren la carretera de La Paz a los Yungas, conocida como el Camino de la Muerte: al borde del camino están las cruces y las urnas que recuerdan a los muertos. En Todos Santos, "algunas familias colocan velas en los bordes de la carretera como 'guía' de las almas de los que allí murieron".
Ayala viaja por todo el país, visita lugares predecibles del encuentro con la muerte -funerarias, morgues, cementerios, islas de ancianos, pueblos devastados por un terremoto- y explora temas que lamentablemente se han vuelto familiares en la Bolivia contemporánea, como el de los linchamientos populares. Su crónica sobre ese tema, "Los linchados de El Alto", que cierra el libro, es una maravilla de rigor periodístico, lucidez analítica, capacidad de observación y escritura.
Y uno piensa en el Alex Ayala joven, llegando a Bolivia en septiembre de 2001 y escribiendo al respecto: "Irse a vivir a otro país es como mudarse de casa: se deja a un lado el boceto de lo que pudo ser una vida distinta". No sabemos cómo hubiera sido esa vida distinta si Ayala se quedaba en el País Vasco del que provenía, pero sí tenemos la fortuna de conocer, gracias a libros como Rigor mortis, el acucioso boceto de su nueva vida.
*Escritor boliviano, autor de Iris.