Ante las múltiples lecturas que hasta hoy se hacen respecto a los resultados electorales, solo se puede concluir que todavía falta procesar lo ocurrido en los últimos años para consolidar una mirada amplia y justa que sirva de guía para las fuerzas del centro y la izquierda.

Para que este ejercicio tenga consistencia y podamos reconectarnos con la ciudadanía, resulta imperioso escuchar lo que nos dice la sociedad. Y eso solo se hace escuchando mucho y bien.

Si nuestro sector se pierde en conjeturas a puertas cerradas, corremos el riesgo de funcionar con ilusiones falsas y extraviarnos en nuestra misión de conectarnos al progreso social al que aspiran las familias chilenas.

Para reconectarnos con la gente, debemos preocuparnos de la economía, un área que hemos descuidado por distintos motivos, ya sea por sentir complejos ideológicos, por una predilección por lo inmediato o por miopía. Los sectores de izquierda no tienen el derecho de abandonar la preocupación por la economía, cuando es algo que afecta diariamente la vida de todos.

Dejamos que la derecha se adueñara de un tema tan sensible para la vida de los chilenos. Nos desentendimos del devenir de la economía como si lo cotidiano fuera algo menor, quizás por lo poco glamoroso que resulta para las conversaciones académicas o de alta política. A veces, en nuestro mundo, parece que hablar de economía es solo relativo al crecimiento del PIB y cómo éste favorece el crecimiento de las utilidades de las empresas y su positivo impacto en la Bolsa de Comercio y el valor de las compañías. No nos equivoquemos más: la economía es algo mucho más profundo para las familias.

Por eso, debemos tener claro que escuchar significa dejar nuestros sesgos de lado y dar valor a la búsqueda de progreso económico de la gente y por lo mismo mirar sin desprecio a la economía  como una dimensión de la vida familiar.   

Hablar de economía es entender cómo las familias llegan a fin de mes con el dinero que ganan;  cómo pagan sus cuentas básicas, entre ellas la cuenta de la luz; por qué y cómo se endeudan; cuál es la pensión que reciben después de años de trabajo  y si pueden ahorrar para salir de vacaciones o adquirir un electrodoméstico.

Si la desigualdad es más una consecuencia que una causa de los procesos económicos, políticos y sociales, se hace muy necesario impulsar políticas públicas que, a través de la innovación y la inversión, nos permitan avanzar hacia un progreso compartido que beneficie a consumidores y trabajadores, teniendo como eje principal el fomento de la competencia en los mercados.

Y no basta con tener ese motor. Debemos poner foco en la disciplina de la ejecución de las políticas públicas que tengan esta inspiración. Esto significa asegurar que las cosas se hagan y se hagan bien, porque a través de la ejecución es que las familias reciben los beneficios de las políticas públicas. Por cierto, también se requiere legitimidad social y disciplina para ejecutar las políticas y programas. En estos factores está la razón de por qué las promesas no se cumplen. La ejecución debe ser nuestro cable a tierra con la realidad que viven nuestros compatriotas. Más allá de lo que podamos recoger en este proceso de escucha, no tengo dudas que desde ya debemos interiorizar en nuestro sector el cuidado que merece la economía y también la calidad de la gestión pública, si queremos recuperar la confianza ciudadana.