EL PROGRAMA constituye un eslabón más en una campaña electoral. Sin embargo, la NM le asignó un protagonismo inédito como referencia aglutinadora para la acción del gobierno, aunque con menos éxito para movilizar a sus adherentes. La disminución del apoyo a las reformas ha revelado que la adhesión por parte de algunos de los miembros de la coalición estaba gatillada, más por la oportunidad de una rápida recuperación del poder en torno a una figura ganadora como la actual Presidenta, que por un corpus compartido de ideas. Como reacción, algunos de los aspirantes a La Moneda se han apresurado en señalar la necesidad de invertir los términos, recalcando la importancia de las ideas por sobre las personas. Pero los aprontes presidenciales van en dirección contraria. Pese a que todos los partidos se encuentran preparando comisiones y debates programáticos, las dinámicas, volcadas en aspectos procedimentales como las primarias, no ocultan la ansiedad por tener primero el candidato ganador que permita el ordenamiento coalicional posterior.
La historia reciente revela, no solo la importancia de los programas, sino también la forma en que son elaborados. Los últimos gobiernos se han visto asaltados por demandas que no supieron atisbar a tiempo como el primer mandato de Bachelet, con los pingüinos y el de ahora, con las pensiones, mientras el gobierno de Piñera ni en pesadillas imaginó los embates del movimiento estudiantil. Sin embargo, los comandos se siguen organizando como si nada hubiera cambiado por lo que no debiera sorprendernos la reedición de grupos, tipo Tantauco u Océanos Azules, aunque con otros nombres.
Al final del día, la dificultad para elaborar programas que sintonicen con el sentir de las personas es reveladora de otra mayor: la de los partidos para articular y agregar demandas. Es más, en un contexto donde el 65% de abstención en las recientes elecciones municipales parece indicar que la desafección hacia la política está lejos de remitir, la dimensión programática pasa a ser crítica para avanzar hacia un mayor compromiso de los representantes con sus electores. De ahí la importancia que algunos le asignan al voto programático, visto como una alternativa para mejorar la calidad de la "promesa electoral". Así lo ha sostenido en este mismo espacio la exsenadora Soledad Alvear quien postula su contribución para estrechar la relación entre los ciudadanos y sus representantes así como la posterior rendición de cuentas. También lo asocia con una medida que, como la revocatoria de mandato, causaría vértigo en más de un parlamentario. Alternativas como ésta, pero también otras pendientes de imaginar, quizás puedan lidiar mejor con una ciudadanía difícilmente contenida en ese lugar común en que la sitúan los discursos en su condición de empoderada y que, cambiante y volátil, muestra signos de disociación. ¿Cómo entender, si no, que se reclame más participación y que, creados los canales, se los ignore? No por nada, Nicolas Berggruen y Nathan Gardels, autores del libro Gobernanza inteligente para el siglo XXI, dijeron de nuestra democracia que era una de demanda por "gratificación instantánea".