Para toda una generación, esa que va de los cincuenta años en adelante, la palabra graffiti (o grafiti, el término castellanizado) es sinónimo de suciedad, de garabato urbano, de rayado, de atentado patrimonial. Si nos atenemos a su origen, razón tienen: viene de "graffiare", que en italiano significa rayar o garabatear. Más aún, el hecho de que el grafiti haya nacido como parte de la cultura hip-hop, poco ayuda a que los amantes de las artes refinadas puedan darle el beneficio de la duda.

Pues bien, señoras y señores, es hora de cambiar el paradigma y abrir los ojos. En Chile estamos desarrollando una incipiente, pero cada vez más sólida, industria del grafiti. Una que nos tiene en los ojos del mundo. Los muros de Valparaíso y Santiago están hablando con fuerza, están comunicando demasiadas cosas que, al no entender y por lo tanto no apreciar, dejamos pasar inadvertidas. Y eso hace que nos estemos farreando una extraordinaria manifestación cultural.

Vamos a los hechos que lo prueban. Ambas ciudades, puerto y capital, son constantemente mencionadas en rankings internacionales de street art o arte urbano, que es como hoy se le llama genéricamente al grafiti (cuando es arte), al stencil (el artista Banksy es la estrella mundial de esta técnica que implica una plantilla de papel y spray), al muralismo y a otras formas menos populares. Ya sea por los fantásticos museos a cielo abierto de Valparaíso y de San Miguel (Santiago), así como el más modesto, pero también meritorio que está en La Pincoya (Santiago), lo cierto es que Chile está roncando fuerte. Y ya tenemos representantes de talla mundial. Inti Castro, nacido y criado en Valparaíso, es hoy una firma de carácter planetario: ha llevado sus latas de spray y sus inconfundibles figuras altiplánicas a paredes de Francia, Polonia, Noruega, Líbano, así como también a Suecia, Perú y Bolivia. Otro que hace patria afuera es Nelson Rivas, más conocido como Cekis, que ha estampado su sello en Buenos Aires, Sao Paulo, Sevilla, Hamburgo, y que desde 2004 está instalado en Nueva York.

Al mismo tiempo, hemos recibido en Chile a algunos de los nombres más grandes del orbe, los que generosamente han dejado su legado. Lo hizo el francés Thierry Noir, el primero en pintar el Muro de Berlín, quien le regaló una hermosa obra al barrio Lastarria, pero que el año pasado fue destruida por quienes hoy construyen allí un hotel. Lo hizo el belga Roa, que ha recorrido todo el mundo cubriendo paredes con sus imágenes de animales en blanco y negro, y que en el Museo Abierto de San Miguel pintó una impactante cabeza de caballo.

Abro paréntesis. Si no ha visitado los más de cuarenta murales de San Miguel, se está perdiendo de conocer uno de los lugares más sorprendentes de Santiago. En la esquina de Departamental con la Autopista Central comienzan a desplegarse decenas de edificios de cuatro pisos que, desde que comenzaron a ser intervenidos en 2010, le han cambiado la cara a la Población San Miguel. Un gigantesco ejemplo de gestión vecinal que ha convertido un sector, antes víctima de rayados, en una verdadera galería de arte público de acceso gratuito. Cierro paréntesis.

O en realidad no lo cierro, pues me cuelgo de esa palabra: rayados. Sí, es cierto, en la concepción original del grafiti está la idea de hacer daño, de lo ilegal, lo anónimo y lo egocéntrico. Sí, es verdad, "la finalidad del grafiti no es ser un aporte", explica Inti Castro en una entrevista al sitio El Fracaso. Y agrega que "es un medio de expresión que está en las calles, con sus cosas buenas y sus cosas malas, porque la esencia del grafiti es el vandalismo". Pero aquí, antes de arrugar la cara, hay que preguntarse por qué. ¿Tienen esos jóvenes, muchas veces notablemente marginados, otros medios para expresarse? ¿No son los rayados -que claro, muchas veces afectan al patrimonio más clásico- una forma de desahogo, de transmitir ideas, quejas, necesidades? ¿No deberíamos intentar traducir esos tageos o rayados (ojo, así deberíamos llamarlos, no "grafitis", para no confundir con la manifestación artística de ese estilo) antes de repudiarlos?

A mí tampoco me gustan, también siento rabia de que no respeten las esculturas o los edificios, pero lo cierto es que los "garabatos" en las paredes son tan antiguos como el arte rupestre de las cavernas. Mejor no hacerse mala sangre con la parte fea y enfocarse en la belleza de este arte. Tenemos tremendos grafiteros jóvenes, cada vez más espacios para apreciar street art, gurúes del muralismo como el "Mono" González, brigadas como la Ramona Parra y Elmo Catalán, así como kilos de historia que se aprecian en los edificios pintados de la Villa Francia o en las calles de la Población La Victoria. Nuestras paredes llevan mucho tiempo hablando. Y hoy lo hacen con más brillo que nunca. Es hora de empezar a escucharlas, entenderlas, respetarlas y apreciarlas.