HACE ALGUNAS semanas, Felipe Kast presentó su programa de gobierno. Se trata de un ejercicio interesante, pues intenta poner sobre la mesa ideas y propuestas al interior de una coalición adicta al corto plazo. En ese sentido, el esfuerzo -más allá de sus deficiencias- es bienvenido. Hay en él algunas ideas muy interesantes (como la simplificación tributaria y la importancia atribuida al espacio público), y otras que requieren mayor desarrollo. Sorprende, por ejemplo, que se proponga un sistema semipresidencial sin hacerse cargo de sus enormes dificultades implícitas; y también resultan llamativos los argumentos tautológicos ofrecidos para defender una cuestión tan relevante como el matrimonio homosexual.

Como fuere, el documento intenta elaborar una narrativa que responde más bien a cierto tipo de liberalismo que a la categoría política de derecha (en la que convergen varias tradiciones). Por allí van los principales méritos y defectos del texto: el puro liberalismo, concepto útil y a veces indispensable, suele ser insuficiente a la hora de elaborar un proyecto político. El motivo es el siguiente: el individualismo que lo inspira entra en tensión más o menos abierta con la idea misma de comunidad política. Aunque el texto no tiene pretensiones teóricas, esta dificultad lo atraviesa de punta a cabo.

Así, se habla mucho de diversidad, de esfuerzo individual y de emprendimiento, pero no hay mayor reflexión sobre el cuadro político que permite que todo aquello exista. La palabra nación, por ejemplo, no es mencionada; y la natalidad (uno de nuestros desafíos más urgentes) no figura ni como cuestión secundaria. De hecho, es curiosa la insistencia en el mérito pues ese concepto, a pesar de su importancia, debe ser equilibrado con otros para no exacerbar el atomismo social (esto sin mencionar los problemas teóricos de la noción de meritocracia, que el propio Hayek notó en su momento).

Un buen ejemplo de estas dificultades puede verse en las páginas dedicadas a la primera infancia. El texto advierte (con razón) que los primeros años de vida son decisivos para el despliegue de la persona, y nos insta a convertir este tema en prioridad nacional. Sin embargo, nunca se alude a la familia como el primer lugar habilitante de dichas personas. Es como si la crisis de la infancia en Chile no guardara ninguna relación con la crisis de la familia, y como si el primer espacio que acoge a los niños fuera completamente indiferente en su desarrollo posterior. En rigor, no podremos resolver los problemas de la infancia si no rehabilitamos a la familia como categoría política (y fundamento de la sociedad civil). Quizás el documento tema parecer "conservador", o quizás vea al niño como un objeto de política pública antes que como hijo y hermano; pero, en cualquier caso, hay una paradoja sin resolver. Si se quiere, es la paradoja de todo liberalismo, que intenta dar cuenta de la condición humana desde premisas individuales. Por momentos, pareciera que el documento, aunque interesante y novedoso, ni siquiera alcanza a vislumbrar esta antinomia. Y, desde luego, no es posible enfrentar (ni hablar de resolver) aquello que se ignora.