Chile está hardcore. Vivimos tiempos de cierta violencia en el ambiente. No, no estoy siguiendo el juego del ministro que dice que las inversiones están deprimidas por miedo al cuco del PC y la Asamblea Constituyente. Me refiero a que la cosa está muy binaria: es cero o es uno. Los decimales no tienen mucho espacio en la discusión.

Me pasó el otro día en redes sociales. Era el debate de los precandidatos de la oposición, escribí en un tuiteo que Velasco y Orrego me parecían los más sólidos de la noche, y me trataron de facho. Tal como lo escucha. No estaba aplaudiendo a Longueira ni a Allamand, sino que al ex ministro de Bachelet y al candidato DC y resulta que, para varias personas, eso me hacía facho. De antología.

No es raro que en esta época de mayor crispación, de neurosis colectiva y de poca paciencia, empiece a respirarse el tufo de la intolerancia. Algo así como "o piensas como yo o eres poca cosa". Lo reconozco, yo también he caído en la trampa, claro que horas o días después me he sentido como un verdadero pelmazo. Y he tenido que volver a la frase que tanto admiro, que es una especie de leit motiv y que considero extraordinariamente importante. Es ésta: "Deberemos reclamar, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes".

Esa fantástica combinación de 74 letras es parte de un libro llamado "La Sociedad abierta y sus enemigos". Lo escribió Karl Popper, filósofo nacido en Austria y uno de los grandes pensadores contemporáneos, en la década cuarenta. Conocida como "La Paradoja de la Tolerancia", se entiende mejor aún si sumamos otras frases del mismo autor. "La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto como ellos, de la tolerancia".

Interesante, ¿no? Aquí uno empieza a entender que, por liberal que seas, no puedes permitir la libertad de expresión hasta el infinito. ¿Ejemplo? En Alemania, nación altamente democrática, el Partido Nazi está prohibido. Punto. Así de simple. Si algo o alguien tienen como fin destruir la posibilidad de un espacio libre y tolerante, no es posible extender la tolerancia a esos elementos disruptivos.

Pensemos en los encapuchados de las manifestaciones por la educación que se han hecho en Santiago. No sólo destruyen la ciudad, también le quitan legitimidad a los manifestantes democráticos al mezclarse en sus protestas. Con ellos hay que ser intolerantes: si eres encapuchado, te vas preso y no te sueltan por un mes. A la segunda vez que caigas, seis meses. A la tercera, un año en la cárcel. Nada de medias tintas. Libertad total para el que tolera y justicia implacable para el que no lo hace.

Veamos qué más dice Popper al respecto. "…con este planteamiento no queremos significar, por ejemplo, que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente. Pero debemos reclamar el derecho de prohibirlas, si es necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que no estén destinadas a imponérsenos en el plano de los argumentos racionales, sino que, por el contrario, comiencen por acusar a todo razonamiento; así, pueden prohibir a sus adeptos, por ejemplo, que prestan oídos a los razonamientos racionales, acusándolos de engañosos, y que les enseñan a responder a los argumentos mediante el uso de los puños o las armas". Imposible una visión más justa. Popper dice que hay que ofrecer todas las opciones de libertad hasta el punto en que el otro ya no quiere participar en el juego democrático. Quien predique o incite a la intolerancia debe quedar al margen de la ley, debe ser considerado criminal. Es una reflexión extraordinariamente profunda e importante para estos tiempos.

En Chile tenemos suerte. Vivimos en democracia, somos un pueblo libre, el Estado está separado de la religión, las mujeres viven en igualdad de condiciones que los hombres (algo que en muchos países no sucede, desgraciadamente) y podemos expresarnos sin miedo. Por eso mismo, hay que cuidar lo que tenemos. Así como afirmamos a las instituciones, leyes y personas que permiten esta vida medianamente republicana, hay que castigar con la misma fuerza a los que intentan debilitar el juego democrático y que apuestan por la intolerancia. Mientras tanto, y armado de paciencia, seguiré reportando por spam a los que trolean en redes sociales. Serán odiosos, pero no están poniendo en riesgo mi capacidad de expresarme. No todavía.