La reforma a la educación en curso, ha puesto foco en aspectos que para muchos de los involucrados directamente, como apoderados, alumnos, o educadores, no son en absoluto los más relevantes. Mientras las autoridades ponen sus fichas en aspectos financieros e ideológicos, quienes hemos sido profesores o tenemos hijos en el sistema escolar, técnico, o universitario nos preguntamos en cambio, si estamos formando o no buenas personas.
Los problemas de convivencia, de bullying, el acoso por las redes sociales, la fuerte presencia de alcohol, incluso drogas, hoy en día son mucho más que simples piedras en el camino con las que hay que lidiar. Se han convertido en el gran tema a reflexionar y enfrentar en miles de comunidades educativas. ¿Qué ocurre con nuestros niños y jóvenes? ¿Es el modelo educativo instalado lo que queremos para ellos y para el futuro de nuestro país?
El estudio "Emergencia de nuevos valores en la juventud chilena actual" (Centro de Estudios en Juventud, UCSH, 2012) ya revelaba que "Los jóvenes secundarios se ven tensionados entre un discurso del valor del altruismo e incluso la negación de sí mismo, y el discurso del éxito asociado a la alta remuneración y el mayor de los posibles goces personales". Una juventud dividida entre los ideales propios de esta etapa de la vida y las exigencias pragmáticas de la vida real que apunta a un camino de éxito a corto plazo.
También la Iglesia, por medio de los documentos "Iglesia y Educación" (Abril, 2014. Mons. Héctor Vargas Bastidas) y "Por una educación pública, laica y gratuita" (Marzo 2014, Pbro. Tomás Schertz), ha manifestado sus aprensiones respecto a las prioridades del modelo educativo instalado en nuestro país, que también está presente en varios países latinoamericanos y cuyos frutos, a juicio de los obispos del CELAM, revelan una real "emergencia educativa" en la región.
Debido a la ausencia por un lado, de una antropología de base que sea integral y la falta de formación de un espíritu crítico que ayude a impregnar de valores la cultura, en lugar de aceptar pasivamente lo que ésta propone. Al mismo tiempo, la Iglesia propone un horizonte educativo que se enfoca en el proceso más que en los puros resultados (apuesta por el largo plazo) y en una formación anclada en el sentido: "Nos asiste la convicción de que nuestro actual sistema educacional tiene serias dificultades para dar respuestas adecuadas a las grandes ansias del corazón de nuestros jóvenes, a sus necesidades de desarrollo afectivo, intelectual, ético, social y espiritual."
Cuando el foco está puesto en la adquisición de un gran cúmulo de conocimientos (que además están disponibles a sólo un click) y habilidades concebidas en función de la productividad, la competencia y el éxito medible, se corre el riesgo de caer en un reduccionismo antropológico. Se deja de lado una formación integral, para privilegiar una instrucción pragmática. Este tipo de habilidades podrán servir para insertarse en el mercado laboral, pero no para permanecer en éste o para tener "éxito" en otras áreas de la vida que son tanto o más importantes.
Sobre todo si pensamos en los desafíos que nos pone por delante la Cuarta Revolución Industrial, para la cual se requieren personas que sepan pensar, que resuelvan problemas complejos, creativas, reflexivas, inclusivas, colaboradoras y con una sólida formación ética, para dar soluciones humanas a los graves conflictos que depara el futuro. ¿Evalúan esto las actuales mediciones?
Necesitamos volver a centrar el debate en el corazón del modelo educativo vigente, en sus objetivos, procesos, prioridades y volver a erigir la formación ética como el principal aspecto a promover y medir. Jugárnosla por una concepción de persona que abarque la totalidad del misterio del ser humano, que no se realiza con puro conocimiento pre fabricado para rendir en pruebas estandarizadas, sino que necesita encontrar sus propias preguntas, respuestas, soluciones y el sentido profundo de todo lo que aprende y vive. Más que una reforma, una revolución, en nuestra educación.