MIENTRAS EL país asistía al peor desastre forestal de su historia tuvieron lugar dos situaciones que ponen de relieve las dificultades que enfrenta el gobierno para mejorar la calidad de la democracia. El Servel decidió simplificar el trámite de refichaje de militantes frente a las dificultades para alcanzar el umbral de 17.500 exigidos dentro del plazo previsto. Con ello, transmitió la impresión de favorecer a las toldas tradicionales en desmedro de los partidos en formación, sometidos a exigencias mayores. Por su parte, la Presidenta Bachelet nombró en un cupo en el Consejo de Defensa del Estado a Javiera Blanco, una de sus ex ministras más impugnadas y con un nivel de granjerías que, por muy legal que sea, resulta obsceno por donde se lo mire.
La retórica en torno a las reformas políticas apunta a acercar la política a la ciudadanía. En mayo de 2016, la encuesta Cadem arrojaba que 60% de los chilenos pensaba que éstas permitirían recuperar la confianza ciudadana en la política. Parecía tan obvio que Eduardo Engel, apresuraba que el efecto de las primeras leyes aprobadas se notaría en las campañas municipales. El contraste no pudo ser mayor ya que la abstención electoral escaló hasta el 65%.
Se suele asociar la dificultad para reformar la política con la resistencia de los propios políticos a concurrir con su voto a la aprobación de medidas que, por lo general, cercenan su poder y privilegios. Sin embargo, otras razones podrían encontrarse en agendas con visiones tradicionales y reduccionistas, así como en algunos de los supuestos que las informan. ¿Cómo recuperar la credibilidad cuando el sistema político se asemeja a un campo minado, por donde van estallando situaciones similares a las que originaron las reformas? Un ejemplo es el reciente allanamiento de las oficinas de la empresa OAS en Chile por su presunta vinculación con las campañas de la Presidenta y de ME-O. En segundo lugar, solamente creer que la ciudadanía no piensa explicaría la mantención del cuoteo para elegir autoridades en los poderes autónomos, luego de haber execrado por años el sistema binominal.
En tercer lugar, el malestar provocado por la designación de Blanco muestra que la política es mucho más que cargos de elección popular. La existencia de condiciones como la vitalicia le daría material a Norberto Bobbio para una versión corregida y aumentada de Las falsas promesas de la democracia. Por lo demás, las ideas sobre el poder y la democracia que subyacen a las reformas están hoy día en revisión, circulando ya una incipiente literatura al respecto. Por último, si bien las herramientas digitales se erigen como la panacea, hay que andar con cuidado. Holanda acaba de regresar al conteo manual de votos por temor a ciberataques. ¿Quiere ello decir que asistimos a una misión imposible? En ningún caso. Reformar la política es una tarea ineludible por el rol tutelar que le cabe con relación al resto de las actividades humanas pero, sobre todo, inacabable y urgida de audacia. Basta ver los vientos populistas que soplan en aquellas democracias que parecían consolidadas.