El cronista del Católica-Colo Colo en este periódico no se animó a reflejar que el gol decisivo llegó en el último segundo. Se lo pensó al releerse y cambió por en la última jugada. Es paranoia. A la que se le asocia la palabra maldita, por inofensivo que parezca el parentesco, la UC se siente agredida y el hincha insultado. Un complejo sobre el que hurgan los rivales (vean a Paredes en la página de al lado), lo que avala en el fondo la suspicacia obsesiva de los cruzados. Ese mal mental que los bloquea y condena a quedarse cíclicamente en la orilla a la hora exacta de la verdad. Una patología que tiene incluso nombre: creencia limitante. Pasa en el fútbol, en el deporte, en la vida, y se cura precisamente a base de sucesos traumáticos como el del domingo. Cuando parecía que la UC volvía a su diván, con el 1-1 de Valdés en inferioridad, la respuesta milagrosa:  un gol de fe en el último SEGUNDO. Una paradoja para volver más rotundo el punto de inflexión: el último segundo como momento épico para recordar, no el estigma del que avergonzarse. El último segundo que molesta. Se puede, es convencerse.

Como se puede, aunque Chile parezca resignado o cruzado de brazos, acabar con los continuos actos de indisciplina que ensucian su fútbol. El escupitajo de Pavez, censurado esta vez por todos, no es más que la consecuencia de la complicidad o pasividad con la que se asiste a la cadena incontrolada de episodios reprobables. El jugador nunca siente que lo que hace está mal y se atreve incluso a faltar a un palmo del árbitro. Como tampoco ningún futbolista, porque nadie se lo afea, se sonroja por saltarse el reglamento (con el perjuicio que supone) al celebrar los tantos. No puede quitarse la camiseta al cantar un gol, se castiga.  Pero al tipo le resbala la ley y nadie le pone ni mala cara cuando la rebasa. Miren a Llanos, Valdés y Gutiérrez, como si la física empujara a desnudarse como un resorte a la que se marca un gol. Ni revoluciones ni gaitas: indisciplina. Y lo que es peor, eternamente consentida.