El 2013 estuvo marcado por la conmemoración de los 40 años del Golpe de Estado. En el teatro, la catarsis colectiva, en especial la de los jóvenes que no vivieron la época, llegó de la mano de Víctor sin Víctor Jara, conmovedora cantata sobre la vida y obra del músico -acribillado por 42 impactos de bala- que se convirtió en homenaje simbólico a todos los ejecutados políticos. La dramaturgia del monumental montaje, con 40 artistas en escena, no pierde ocasión para reiterar que los asesinos del cantautor aún permanecen impunes.
Hubo otra gran obra sobre el tema cuya mayor virtud fue alejarse del fiel relato histórico. La imaginación del futuro, dirigida por Marco Layera y protagonizada por José Soza, se convirtió en el espectáculo más transgresor y políticamente incorrecto del año. Lo que sucedía arriba del escenario parecía imprevisible y sorprendente. En su ruptura de las convenciones, mezcló en forma descarada géneros y estilos: teatro físico, humor del absurdo, musical y hasta marionetas. ¿La trama? Un grupo de modernos ministros de Estado intenta asesorar al Presidente Salvador Allende cambiando su último discurso. La obra también puso en crisis la idea de representación. La presencia dentro del elenco de un niño real, víctima de las inequidades del actual modelo económico, fue el recurso que más colaboró con el espíritu provocador del montaje.
Al contrario, el director y dramaturgo Guillermo Calderón recreó en riguroso tono documental la lucha armada contra Pinochet en las postrimerías de los años 80. En una opción extrema y polémica, el elenco de Escuela permanecía durante toda la obra a rostro cubierto, cual encapuchado. Con una visión crítica al período de la "transición", Calderón plantea la hipótesis de que con el plebiscito de 1988 esas organizaciones radicalizadas fueron derrotadas en sus aspiraciones de una democracia más profunda. A su juicio, esos anhelos no cumplidos tendrían relación con el malestar de las nuevas generaciones expresado en las calles en las manifestaciones estudiantiles de 2011. Una obra que dejó perplejos a muchos y encendió el debate.
Más experimental y con la intención de reflexionar sobre los límites del teatro, se estrenó Escuchar, de Rodrigo Pérez. La lectura en off de los nombres de 1.198 detenidos desaparecidos, que acompañaba el desarrollo de casi todo el montaje, puso a prueba al espectador, mientras los actores se movían sutilmente, susurraban, teorizaban, cantaban, gestualizaban o se mantenían en silencio. La conmemoración de los 40 años adquiría una dimensión más profunda.
Fuera de este revival de la memoria histórica, Historia de amor consolidó al Teatro Cinema en su quimera de crear un modelo de relato que busca la hibridez de los lenguajes: cine, teatro, literatura, cómics y música. A su vez, entre los estrenos más potentes del año no se puede dejar de mencionar Castigo, de Cristián Plana, un logro insoslayable inspirado en la atormentada infancia de dramaturgo August Strindberg (1849-1912), autor de los clásicos La señorita Julia y El pelícano.