Se indica que estamos ad portas de la irrupción en nuestras ciudades de vehículos autónomos y conectados. "Autónomos", pues estos autos podrían moverse prescindiendo de un conductor. "Conectados", porque actuarían coordinadamente con otros vehículos, equipos e infraestructura, aumentando la eficiencia del flujo vehicular. Esta irrupción transformará muchos aspectos de la movilidad urbana. Analicémoslo desde la perspectiva de su oferta y de su demanda.
Desde la oferta, si todos los autos fuesen de este tipo, la capacidad vial aumentaría, pues las pistas podrían ser más estrechas, los vehículos reaccionarían más rápido a cambios en el sistema, y la distancia requerida entre autos sucesivos sería menor. Si la capacidad actual en avenidas urbanas es de mil autos por hora por pista, algunas proyecciones apuntan a que esta cifra podría duplicarse. Con automatización vehicular plena, los semáforos podrían ser solo necesarios para peatones y ciclistas.
Desde la demanda, cabe preguntarse qué se hará con el auto cuando se concluya un viaje. Algunos podrían optar por compartirlo con otras personas, lo que podría reducir la necesidad de adquirir autos. Otras personas podrían dejar el auto circulando en la red local, para evitar el costo de estacionamiento, o enviarlo de vuelta a su hogar mientras se realizan actividades en el destino de su viaje, y programarlo para que retorne a recogerlas en la puerta, en el momento preciso. Cómo gestionar la irrupción urbana de estos autos circulando vacíos y la congestión que generarían es una pregunta importante. Aún más, si el costo operacional cae fuerte, producto de la irrupción de vehículos eléctricos.
En un sistema en que todos los vehículos estén conectados, es posible imaginar que todos se desplazan minimizando el costo total. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, en la operación de las bodegas más modernas en que los movimientos de las grúas autónomas son sincronizados en el tiempo y espacio de forma espectacular. Algo similar ocurre en los puertos de contenedores más sofisticados en donde se automatiza la operación de vehículos y grúas.
Para que esta sincronización de viajes ocurra en una metrópolis es necesario considerar una de las externalidades más importantes que generan los viajes en la ciudad: la congestión. Cada viaje que se desplaza en una serie de colas, genera demoras y costos de operación a otros viajeros. Para minimizar el costo global, esas externalidades deberían ser internalizadas por quienes las causan. Esto significa que en ocasiones a los viajeros se les forzaría a tomar rutas o a viajar en momentos que eviten los de mayor congestión. Así, esta operación eficiente exigiría que los vehículos se sometieran a un esquema que no solo permite que el auto se ponga en marcha simultáneamente con el que le precede y que coordine automáticamente la circulación por las intersecciones, sino que también limita las opciones para el viaje respecto de la ruta o el momento de viajar. Así como hoy algunas ciudades empiezan a regular el tipo de propulsión de los automóviles, limitando aquellos que circulan con combustibles fósiles, es posible imaginar que ellas podrían exigir que sus autos se sometan a un planificador central único que regule los viajes de la misma forma que las grúas en la bodega.
Evidentemente un esquema organizacional como el que describo exigirá que la privacidad y anonimato de los desplazamientos sea debidamente resguardada, de la misma forma que actualmente se resguardan los registros que dejamos de nuestros movimientos y actividades en las aplicaciones de nuestros celulares.
A pesar de los aumentos en eficiencia, dudo que la movilidad urbana se centre en el automóvil. Producto de la concentración en tiempo y espacio de los viajes urbanos, el aumento de la capacidad vial seguirá siendo muy insuficiente como para que ello ocurra. A modo de ejemplo, la línea 1 de Metro mueve más de 45 mil pasajeros por hora desde el poniente en la mañana. Esta demanda no sería posible moverla con una flota de autos por Alameda, por muy eficiente que sea la automatización. Además, progresivamente hemos descubierto la importancia de reorientar el apreciado espacio vial desde estacionamientos y vías para automóviles, hacia espacios públicos y usos que favorecen el encuentro social. No debemos perder de vista que este encuentro da vida y explica en parte la existencia de las ciudades.
De esta manera, la irrupción de estas tecnologías no modificará la necesidad de priorizar los modos alternativos al automóvil para los desplazamientos urbanos. Por el contrario, debiese fortalecer el nivel de servicio de esos modos alternativos. Sí, la misma tecnología que permitiría a los automóviles circular en forma eficiente y segura debiera restringir su movimiento cuidando no obstaculizar a los modos de transporte más eficientes y sustentables. Así, ciclovías, peatones, buses y tranvías recuperarían las vías prioritarias que son imprescindibles para una operación eficiente. Intuyo que el proceso de automatización de la movilidad urbana traerá un impulso a los modos alternativos al automóvil.
La automatización debiera beneficiar a los modos de transporte colectivos de superficie, como el bus. Adicionalmente, podrá corregir una de sus más graves y sistemáticas carencias respecto de las expectativas del usuario: intervalos regulares entre buses e, incluso, ajustarse a horarios de pasada. Otra de sus externalidades positivas será hacia la multimodalidad entre modos de transporte colectivo, facilitando la coordinación de transbordos. Toda una revolución.
Hace dos años ingresó a Chile la empresa Uber que revolucionó la industria de los taxis. Mediante un uso intensivo de las tecnologías ofrece un servicio que mejora drásticamente la experiencia del usuario de este modo de transporte. En muchos países, el ingreso de Uber pilló desprevenidas a las autoridades que se vieron enfrentadas a un conflicto directo con el gremio de los taxistas. Por ello, se tuvo que generar sobre la marcha una regulación para esta nueva forma de desplazarse en la ciudad. Esta vez nuestros legisladores deben anticiparse y conducir la irrupción de los vehículos autónomos y las oportunidades que ofrecerá su coordinación colectiva. Falta poco.