Seguirán por un tiempo los análisis respecto al resultado del 17-D. Para el mundo de la derecha, un triunfo contundente, inapelable, indisputable. Carecería de seriedad cualquier tesis que diera cuenta de una "derrota de la izquierda" más que de "un triunfo de la centroderecha". Si el Frente Amplio se hubiese desplegado por Guillier, habría sido un resultado más estrecho, pero es altamente probable que Chilevamos hubiese obtenido un triunfo igual: un pésimo Gobierno, con pésima aprobación (la mayor de la historia), con el peor segundo candidato en primera vuelta desde Marmaduque Grove, con citas entremezcladas de "che Guevara" y concertacionismo inverosímil, y sin acuerdo programático. ¿Podrían los muchachos del Frente Amplio haber revertido todo aquello en tres semanas? Muy difícil.
No son pocos quienes dicen que la derecha chilena se encuentra en el momento más competitivo de su historia: unidad y disciplina (aunque no exentas de dificultades); claridad en el mensaje; un despliegue sin precedentes 50.000 personas el día de la elección para evitar que un resultado estrecho se hubiese definido igual que el mito de la elección del '99 (un voto por mesa). A lo anterior se suma capacidad de trabajo en equipo y, lo más importante, sentido patriótico del deber.
Esto fue lo más clave. No fue sólo el mundo político tradicional de los partidos de la centroderecha quienes hicieron su habitual despliegue. Fueron cientos de miles quienes concurrieron movilizados para evitar la continuidad del peor gobierno desde la Unidad Popular. Este hito sin precedentes, dio cuenta que en Chile existe una mayoría social real que no hace alarde y que contribuye al bien común desde la actitud cívica desde el día a día que significa ocupar posiciones de trabajadores; de pequeños, medianos y grandes empresarios; de profesionales; de gente de familia de esfuerzo, y de distintas posiciones económicas y sociales.
En el fondo, esto es lo que más le dolió a la izquierda: ver cómo el mito de una derecha económica y que supuestamente obtenía poder político desde los enclaves autoritarios (el binominal se acabó) se desvanecía entre 3.792.747 votos válidamente emitidos. No pudieron resistir que el silencio de las conciencias movilizadas por progreso y bienestar –y no a través de la chapucería movilizadora de las consignas callejeras- acallaran en un día la estridencia de las agendas de izquierdas que hicieron de la campaña del terror (la cantinela del "retroceso" en los avances de las reformas), el arma principal de su campaña. De ahí que los epítetos con desprecio sobre la presencia de gente rubia en recoleta, o la mención de "desclase" en televisión de la diputada comunista Karol Cariola hacia los votantes piñeristas en sectores populares, son síntoma de la peor pesadilla de izquierda: ver que la centroderecha es capaz de conquistar verdaderamente una mayoría política social (silenciosa) que no está más disponible para experiencias regresivas y populistas que amenacen el progreso de Chile.