Se necesita crecer en una casa donde paseaban Orson Welles, Ernest Hemingway y Pablo Picasso para que un chico que enamoraba a compañeras y profesoras con sonrisa infartante, y cuya ambigüedad también inquietaba a machos, desarrollara una carácter tal que permitiera olvidar su voz pequeñita y quebradiza. Miguel Bosé hizo en la España de la transición lo mismo que Gustavo Cerati en la Argentina post dictadura: romper moldes con ojo puesto en Inglaterra, personalizando patrones musicales de pop sofisticado para acercar lo latino a esa frialdad británica que les conmovía. Adaptaron a su manera la originalidad de otros con incuestionable talento.

Bosé recurre a un formato antiguo y plenamente identificado con los noventas como el unplugged, que en esta era de obsesión nostálgica calza perfecto. La historia del género dicta que los shows más sorprendentes y valiosos son aquellos donde el paradigma se altera. Bandas de alto voltaje como The Cure, Korn y Alice in chains reconvirtieron la electricidad en frecuencias mullidas e ingeniosas sin transar intensidad. El astro español, a punto de cumplir 40 años como primera figura del pop hispanoamericano, no ha ido lejos en esta aventura. El unplugged de Miguel Bosé es correcto a lo sumo.

El arranque con Nena no escapa demasiado de la versión original y la pregunta instantánea es qué entiende la estrella por desenchufado, una duda permanente mientras corre el álbum, donde el auditor desprevenido puede confundirlo con un trabajo en directo tradicional. Al turno de Como un lobo las leyes del formato cobran mayor sentido con violines y arreglos de fusión, pero sin que la lectura alcance un sabor particular. Pablo Alborán, el último invento con mayúsculas del pop de España, hace dúo en No hay ni un corazón que valga la pena y el disco sigue sin soltar amarras. Recién en Olvídame tú gracias a la participación de Marco Antonio Solís, una figura en las antípodas de Bosé -pura tradición versus modernidad-, logra cautivar gracias a la humildad del mexicano, quien metamorfosea su tono (de hecho cuesta reconocerlo), para adaptarse al caudal vocal más acotado del anfitrión. Bambú también sorprende gracias a los arreglos de bronces, campanas tubulares y coro, todo en plan western. Pero dominan los momentos ramplones: una insípida versión de Amiga junto a Juanes, una bachata -Dime qué diré- que pone en aprietos el fraseo de Bosé, Si tú no vuelves con piloto automático.

Esta es la cuarta vez que Miguel Bosé revisita sus mayores éxitos, contando Girados junto a Ana Torroja (2000), Papito (2007) y Papitwo (2012). Cosecha un disco irregular, con pocas reversiones seductoras y donde finalmente domina la sensación de que solo orquesta la mayoría de sus clásicos sin ahondar en las posibilidades desenchufadas.