"CHILE SE convirtió, de la noche a la mañana, en el país latinoamericano que con más firmeza y claridad intenta articular una respuesta regional al proteccionismo que se instaló en la Casa Blanca desde la llegada de Donald Trump".
Esta noticia apareció comentada por varios medios locales e internacionales. Confieso que el patriotismo que todos llevamos dentro me generó cierto orgullo inicial al ver a Chile liderando una iniciativa multilateral. Por lo demás, la defensa del libre comercio es sin duda una iniciativa muy loable y con la que en lo personal estoy muy de acuerdo.
Pero esta misma semana, el joven y carismático primer ministro canadiense, Justin Trudeau, se reunió con Trump. Trudeau no fue en su calidad de miembro del Nafta o del TPP. Fue simplemente como primer ministro de Canadá y exclusivamente a analizar las relaciones bilaterales entre su país Canadá y EE.UU. La pregunta es entonces: ¿por qué la tan obvia y marcada diferencia entre la estrategia chilena y la canadiense?
La verdad es que Trump no se ha planteado como enemigo del libre comercio. Él ha dicho que no le gusta el Nafta y que China manipula su moneda y entrega subsidios a sus compañías para hacerlas artificialmente competitivas. Ha amenazado con renegociar el Nafta, ya decidió salirse del TPP y ha anunciado que estudiará un alza de aranceles para los productos chinos de hasta 40%, si es que China no deja de intervenir a favor de sus empresas. Todo eso es lo que le ha permitido, al controvertido Presidente norteamericano, ganarse la etiqueta de enemigo del libre comercio. Pero al mismo tiempo, Trump se ha manifestado muy partidario de los acuerdos comerciales bilaterales, como los que Chile tiene con EE.UU.
Chile ha decidido liderar una cruzada, que puede ser interpretada como hostil por la administración de Trump, y ha elegido como compañeros de lista a los países de la Alianza del Pacífico y a los del Mercosur. Por un lado bien sabemos lo poco importante que es Latinoamérica para EE.UU. Son otros temas que preocupan más a la Casa Blanca que la opinión que el Mercosur pueda tener de sus políticas comerciales. Si vamos a los números, las exportaciones que realiza EE.UU a Latinoamérica representan tan solo un 2% de su PIB. Las exportaciones de EE.UU a Chile, por su parte, representan menos de un 0,1% del PIB del país norteamericano. De manera que las bravatas que podamos hacerle a Trump, lejos de convertirse en el elefante en una cristalería, serán como una mosca en el dormitorio. Y ya sabemos lo que ocurre con las moscas en los dormitorios.
Así que más allá del fetichismo, la decisión de Chile parece no ser una buena estrategia. Por un lado nuestros compañeros de lista no tienen buenas credenciales para defender la causa del libre comercio. El Mercosur todavía tiene un arancel de 20% para los países no miembros, que incluso pude elevar discrecionalmente hasta 35%. Chile tiene buenas relaciones comerciales bilaterales con EE.UU. y un acuerdo comercial que ha funcionado muy favorablemente para ambos. Así que "chapeau" para Trudeau, que considerando estos factores, y anteponiendo los intereses de Canadá, decidió "tragarse el sapo" y juntarse a negociar bilateralmente con Trump.