Si hemos visto a la Presidente emerger desde su profundo dolor y severo silencio para al fin mostrarse en La Araucanía -a 700 metros de altura, desde un helicóptero sobrevolando el volcán Villarrica, luego rodeada de un séquito no menor a 200 personas-, sépase que con eso la Mandataria ha manifestado finalmente algo concreto, a saber, que al menos en esa materia, en el modelo comunicacional existente desde que se inventó la televisión, no habrá innovaciones.
Habría sido difícil innovar. Ni siquiera Cristina viuda de Kirchner, quien coquetea con los síntomas del autismo, ha dejado de aparecerse frente a las cámaras aunque sea a bordo de una silla de ruedas. ¿Cómo no? Todos los gobiernos, desde los más aproblemados a los más exitosos, desde los menos a los más democráticos, desde los arruinados o fracasados hasta los prósperos e invictos, todos por igual necesitan de vez en cuando una oportunidad de mostrar a cero costo cuán preocupados están por el pueblo soberano. Se requiere una puesta en escena, pero para eso se cuenta con la entusiasta participación de los medios, los cuales tienen un interés creado en ser parte de estas liturgias. Sin oportunas breaking news de tanto en vez, ¿qué sería de CNN? El poder así como los estridentes focos que lo iluminan van juntos, en asociada yunta, en cada uno de estos desfiles circenses. Eso de los poderosos que en difíciles circunstancias "se acercan a la gente" y/o "rompen el protocolo" es una rutina exitosa. Y en esto el rol principal debe estar a cargo de la más encumbrada autoridad.
¿Qué encumbradas autoridades necesitan ser parte de este consabido show? Todas. Lo necesitan los gobernantes que lo han hecho decentemente, pero aun así dependen del electorado; lo necesitan con urgencia quienes decepcionaron a su electorado; también lo necesitan -tanto o más todavía- los mandatarios que llegaron al poder pisoteando al electorado. Desde luego, lo necesitan quienes van en caída libre en las encuestas.
El hacerlo, el bajar del trono, el darle la mano al rudo patán, al carretonero, a la señora pobladora y a los caballeros y notabilidades locales, dibujar la sonrisa de comprensión y murmurar palabras de aliento, el fingir la postura de estarlos oyendo aunque las quejas les entren por una oreja y les salgan por la otra, los asentimientos de cabeza aceptando la petición que se les hace, todo eso y más es tarea imprescindible, función política vital exigida por y para el bien y salud de la legitimidad, esencia de la preservación de todo sistema político. Un régimen es legítimo si una parte mayoritaria y decisiva de la población considera aceptable y/o inevitable su estructura institucional y el personal que lo maneja, por mediocre que sea; si sucede lo contrario y una masa crítica evalúa al régimen como nefasto, corrupto, innecesario e indigno de estar donde está aunque sólo sea por su mera incompetencia, entonces dicho régimen, sin importar el apoyo que reciba de la institucionalidad, de la policía y de las leyes, está condenado a derrumbarse tarde o temprano ya sea en las grandes avenidas de la historia o en la simple calle empoderada, en ambos casos con gran estrépito y el día menos pensado. En breve, el poder, pese a su poder, se hace impotente cuando la mirada del niño intruso que vio al rey en pelotas es compartida por todos los demás. De ahí el imperativo de mostrar cuán vestido en diligencia y preocupación ciudadana está el gobierno de turno.
Mecanismos
El primer mecanismo pro-legitimidad, el más básico, conocido y puesto en marcha ya en tiempos remotos, es que el mandatario y su régimen aparenten ser útiles y/o próximos al ciudadano o súbdito corriente. Para que eso se note el mandatario debe ir de vez en cuando y en persona a representar el viejo guión de "su cercanía con el pueblo". Lo hacían ya los jefes tribales del neolítico y los emperadores romanos impartiendo justicia a la vista de sus súbditos; lo sabían los faraones, césares y zares que propiciaban públicamente a las divinidades en coloridas ceremonias con acceso libre para los más humildes, siendo para estos últimos, en el fondo, que se montaba el espec- táculo; lo han sabido todos los criminales en serie de la historia humana, como Hitler y Stalin para no ir más lejos, quienes ocasionalmente recibían flores de una niñita en una pantomima ciudadana en la que la señora Julita le demostraba al mandatario cuánto lo amaba. Era así en los desfiles de la Plaza Roja del Primero de Mayo, en Moscú, como en las avenidas de Berlín con ocasión del cumpleaños del Führer. Hoy se celebra en Corea del Norte.
El segundo -casi un reflejo condicionado- mecanismo es aparentar total control de toda situación aunque sea un fenómeno natural incontrolable. Es la razón de ser del vuelo sobre el volcán, de los vuelos sobre territorios terremoteados, del consabido vuelo sobre poblaciones inundadas y el sobrevuelo sobre campos resecos por la sequía, vuelos todos acompañados por una nube de camarógrafos. En ocasiones el vuelo termina en un "descendimiento" digno del pincel de los grandes maestros del Barroco. La llegada desde los altos cielos le infunde a la maniobra todo el aparato ceremonial asociado inconscientemente, en la mente popular, con la divinidad que viene al tercer día a liberar a los oprimidos, regar las lechugas resecas o escupir sobre el volcán ardiente. Se nos dice, en estos casos, que con la visita "las autoridades buscan ponerse al tanto de los hechos", aunque los hechos son procesos de información que corren por arterias administrativas y no se hacen presentes en cinco minutos en medio de la polvareda de un aterrizaje.
El tercer mecanismo es hablar sin descanso. Es lo que podríamos llamar la fase de la invocación, el clásico "llamado a la ciudadanía" a guardar calma. Lo vimos el día en que el volcán Villarrica comenzaba a escupir algo de fuego y humo. Un funcionario tras otro hizo uso del micrófono para anunciar la misma evacuación en 10 kilómetros a la redonda. Que para eso bastara una instrucción del intendente local y las requeridas acciones de carabineros de la zona era indiferente: lo que interesaba era mostrar presencia, preocupación, ceños fruncidos, diligencia administrativa, ropas deportivas para ir a terreno -se está usando un cortavientos de marca-, cascos de plástico y bototos de faena. Es la fase Schwarzenegger, a la cual son especialmente devotos los ministros aficionados a los gimnasios.
El cuarto mecanismo, debida y profusamente televisado, es una derivada de los anteriores; desde puertas entreabiertas que dan a severas oficinas se deja a la escudriñadora cámara mostrar a comités de ministros y otras jefaturas haciéndose cargo de la emergencia. Reinan la seriedad y el papeleo ejecutivo. La nación, se nos insinúa, puede estar tranquila; el gobierno se ha hecho cargo de todo.
No cuesta nada
Todo eso no cuesta nada porque no hay nueces sino sólo ruido. Es un ejercicio histriónico, mediático, mediocre y nada más. A veces, como parece haber sido para el 27/F, provoca más daños que beneficios. Este despliegue de apresurados funcionarios saltando desde el micrófono al solícito helicóptero, estos séquitos de funcionarios y maestros chasquillas locales que los esperan en el aeródromo en vez de estar haciendo la pega, estos aires ceñudos para mostrar qué grandes espíritus son quienes portan la cruz por todos nosotros, todo eso es completamente inconducente, un carnaval muy servicial para el gobierno y muy útil para los medios, siempre escasos de noticias y hambrientos de rating. Es el golpe de suerte que todo gobierno tiene derecho a esperar siquiera una vez durante su mandato, siempre y cuando el desastre no sea muy grande.
¿No es el caso con el volcán? Sus esputos flamígeros ocurrieron el mismo día en que se daba a conocer la última encuesta Adimark que refleja la brutal caída de la credibilidad de la Presidenta, lo cual, por ósmosis, contagia a la entera NM que depende de ella. Veremos entonces cuánto dura la erupción. Si ya no sale ni humo ni lava será irrelevante; si sigue saliendo, una bendición.