A propósito de la disputa del Frente Amplio (FA) en el distrito 10 por el cupo parlamentario de Alberto Mayol, se ha instalado una dura crítica a lo que sería un presuntuoso y fallido intento del FA de desarrollar una "nueva forma de hacer política". Cabe preguntarse: ¿Existe realmente la posibilidad de pensar y construir "otra política" o hay una sola manera de entender y hacer política?

Es cierto que la política -en su dimensión de acumulación y disputa del poder- tiene ciertas constantes. Prueba de ello es que un libro como El Príncipe de Maquiavelo siga siendo lectura obligada para estudiosos y políticos después de 501 años. Pero también es cierto que la política es ante todo una lucha por definirla: quiénes la hacen, en torno a qué temas, con qué medios y para qué fines. No existe "una" política porque es parte de su naturaleza estar redefiniéndose al mismo tiempo que se la vive y ejerce.

El presidenciable J. A. Kast -a su manera- entiende el tema cuando plantea "basta de politizar la política", retomando así el ideario despolitizador gremialista. Esta frase -recibida con sorna- pone en disputa la noción misma de política. En las antípodas, una mirada progresista debería intentar hacer más extensivo y gravitante lo político en la vida de la sociedad y de las personas. Es decir, estar permanentemente "politizando la política", lo que significa evitar que ésta se convierta en un espacio vacío de sentido, indiferenciado en sus opciones, y en un quehacer desprestigiado en que todo vale lo mismo. La despolitización es el aliado natural del statu quo.

Si buscar "otra política" es esencial e irrenunciable para un proyecto transformador, ¿qué es lo que generó, en este caso, tanto revuelo y pérdida de imagen al FA? El error del FA estuvo en reducir el desafío de la "otra política" a una idea excesivamente moralizante -la política no es el lugar para salvar el alma, diría Weber- cayendo en una prédica que terminó por volverse en su contra. Al final, quedó la impresión de que no solo no podían sostener el estándar moral que se autoimponían ("no serás candidato si te salió mal la alcoholemia" o "si quieres serlo, arrepiéntete y pide perdón por tu pasado concertacionista"), sino que el latiguillo moral parecía estar siendo usado como excusa para sacar adversarios políticos del camino (la acusación inicial de violencia de género contra Mayol, que luego no pudo sostenerse, instaló la sospecha). Envolver rudas acciones de poder bajo un halo de "buenismo" y razones "éticas" es lo que ha generado los efectos más corrosivos de este episodio. Una moraleja podría ser: si vas a hacer alguna cosa "mala" (una decisión difícil de poder, por ejemplo), mejor explícala políticamente y sobre todo evita darles una connotación moral a acciones que no la tienen. Quizás no quedarás siempre como "el bueno de la película", pero a la larga serás más creíble.