La subordinación de la mujer al hombre y su situación de "individuo de segunda clase" ha adquirido de modo ejemplar una expresión en la concepción masculina sobre su sexualidad. Desde la idea de que el género femenino es asexuado, la negación del placer, pasando a su transformación en objeto sexual, hasta en promotoras, modelos y otros su presentación como una extensión de productos para producir una deseabilidad de su compra; son todas expresiones de la capacidad del hombre de ejercer un dominio sobre su "sexo opuesto".
<em>La recientemente estrenada primera parte de la película de <a href="http://www.imdb.com/name/nm0001885/">Lars von Trier</a>, <strong>Nymphomaniac, así como la expectativa por ella generada, no escapa (en parte) a este fenómeno.</strong></em>
Von Trier -una suerte de extensión al cine de la dramaturgia de Strindberg y la filosofía de Nietzsche- ha sabido transitar desde uno de los más creativos impulsores de la vanguardia cinematográfica de Dogma 95 a uno que en su última obra -producto de su capacidad para combinar provocación y marketing- puede apostar ahora a un público más amplio que una avant-gard como la que disfrutó de su trilogía Europa o Idiotas.
Sin un atender a la fuerza que todavía posee en el imaginario masculino la idea de una mujer "desinhibida por una fuerza que la domina en la búsqueda del placer" y cómo esa "fascinación" corresponde a un papel de objeto natural asignado, no se entendería la habilidad en captación del público dispuesta para esta obra por von Trier.
Nada narra mejor ese papel de lo femenino que la idea de una "ninfómana". <strong>Es más, conocer una ha sido una suerte de fantasía mítica de no pocos.</strong>
Si uno observa el caso del famoso diagnóstico realizado de "esta enfermedad" a Miss T. en el siglo XIX, más de algo se puede concluir. Era una mujer de 29 años de Massachusetts, luego de un meticuloso examen ginecológico (finamente detallado en el informe médico) se determinó que sufría de una alteración evidente que no podía corresponder a otra enfermedad que la "ninfomanía". Una prueba de lo anterior sería el vocabulario directo, audaz y procaz de la paciente. Con anterioridad el "médico" francés M. D. T. Bienville en su obra (de 1775) Nymphomania, or a Dissertation Concerning the Furor Uterinus determinará los peligros para las mujeres de ingerir chocolates, comer placentero en general, consentir pensamientos impuros, leer novelas o masturbarse: podían tener en ellas consecuencias, a su parecer catastróficas, como desatar la ninfomanía. La lista de casos es muy extensa y los argumentos se repiten: desde una enfermedad mental o una falla de la "naturalidad continente" que debería poseer la genitalidad femenina.
Como lo ha documentado Groneman y en su minuto lo argumentó el propio Foucault, desde la antigüedad hasta el siglo XVIII la mujer, corporalmente, fue considerada básicamente como inferior pero no como distinta al hombre. No será hasta esa fecha en que a esa idea de menoscabo se le acoplará la de poseer una "naturaleza" diversa a la masculina que afectaba además la posesión y disposición de su propio cuerpo.
La clave será el surgimiento de una nueva moralidad de lo femenino que recibirá sus fuentes de tres corrientes: un nuevo puritanismo cristiano, conceptos ilustrados (defendido incluso por revolucionarios) sobre la mujer como un ser desapasionado eróticamente; así como las necesidades de una naciente sociedad comercial que requerirá de una mujer sometida a cierta funcionalidad laboral.
Las diagnosticadas por ninfomanía serán sometidas a tratamientos químicos, baños con agua helada, internación en psiquiátricos o condenadas a la prostitución. Muy por el contrario, no pocos médicos de la época recomendarán a los hombres que sufrían "penas de amor" la visita frecuente a prostíbulos para aplacar la "dura pena".
Esa concepción sobre el cuerpo de la mujer ha sido su discriminación más violenta: el no sufragar, el impedimento a hablar sin permiso, los bajos salarios, etc. solo una manifestación de esta diferenciación arbitraria inicial.
Es así como la lucha por la igualdad de género lo ha sido básicamente por la aceptación de las corporalidades como iguales.
El sexismo se ha notado en el considerar que lesbianismo, prostitución y ninfomanía eran todas enfermedades y que además se daban aparejadas. Esa misma mentalidad dará paso a la de las féminas que pueden padecer "patologías" como las anteriores. Esto no ocurrió sin su poca cuota de clasismo: el creer que las mujeres de estratos sociales más bajos eran más "ardientes y promiscuas" y que con la democratización de la sociedad "semejantes hábitos y degradaciones" podían afectar a las "señoritas".
La liberación de la mujer lo ha sido básicamente del esfuerzo por ser aceptada como una realidad no menos sexuada que el hombre, tampoco naturalizada como un ente reproductivo sino como un actor tan importante de la cultura, la sociedad civil y política. Por ejemplo, la discusión sobre el aborto no se entiende si no se inserta en ese mismo contexto.
<em>La agudeza de<strong> von Trier</strong> le permite ver cómo muchos de esos fantasmas aún nos acompañan, inclusive en las sociedades más avanzadas. Ni hablar de las nuestras donde perduran algunos que a viva voz, <strong>sin sentido del pudor, defienden como naturales visiones unívocas de la familia y el papel de la mujer en ella.</strong></em>
No solo heredó de Strindberg parte de su narrativa sino se mimetizó con sus obsesiones. El dramaturgo sueco deliró entre la grandeza que las mujeres producían y la necesidad de odiarlas. El cineasta danés parece en esto ser también su gran discípulo.
Si la dominación conceptual del cuerpo femenino ha sido la gran arma del abuso masculino, la misoginia lo ha sido de la expresión palpable en la cultura del tabú de la impotencia en el "sexo fuerte".