En su libro "Institutions, institutional change and economic performance", Douglas North define a las instituciones como las "reglas del juego en la sociedad, o más formalmente, las restricciones humanas ideadas para modelar la interacción humana". En las sociedades democráticas esas reglas o restricciones son definidas por la mayoría de sus miembros y establecidas como válidas para todos por un determinado periodo. Y las instituciones, tal como los semáforos en las calles, cumplen sus fines en la medida en que son respetadas por la mayoría ciudadana. Si ello no ocurre, se debilita o quiebra el orden institucional. En el ejemplo de los semáforos, sabemos qué pasa cuando no se respetan: hay caos en las calles, impera la voluntad del más fuerte y se producen accidentes.

Justamente, una de las razones más importantes que explican la profunda crisis que sufre el pueblo de Venezuela es que las instituciones dejaron de funcionar desde que el chavismo dejó de respetarlas cuando no eran de su gusto. Y así como en el pasado Chávez dictó una Constitución acorde a su revolución bolivariana, hoy Maduro destruye la misma institucionalidad de Chávez al no respetar la realización de las elecciones regionales, del referendo revocatorio y al atropellar sistemáticamente las atribuciones del Poder Legislativo.

Y es que, tal como ocurría en las monarquías absolutas, en los gobiernos populistas las leyes y las instituciones son reflejo del arbitrio del gobernante. Para el populista las instituciones son obstáculos en la medida que encausan su poder imponiéndole ciertas reglas y requisitos. Por ello, el populismo es profundamente contrario al principio republicano en virtud del cual se limita y divide el poder del Estado para proteger la dignidad y libertad de las personas. Así vemos, por ejemplo, que en Venezuela los líderes de la oposición, Leopoldo López y Antonio Ledezma son privados de libertad y encarcelados sin mediar orden judicial ni debido proceso.

Como lo demuestra el caso de Venezuela, cuando termina el respeto a las instituciones, comienza la anarquía. Por eso, resulta muy grave para nuestra democracia que agrupaciones políticas con representación parlamentaria, como Revolución Democrática y el Partido Comunista, expresen su abierto apoyo al régimen Maduro. Asimismo, es incomprensible que los candidatos Guillier y Sánchez no condenen las graves violaciones a los derechos humanos denunciadas por diversos organismos internacionales.

Hoy más que nunca el pueblo venezolano necesita de la solidaridad y el apoyo resuelto de la comunidad internacional. Por eso, tal como lo señaló el expresidente Sebastián Piñera, "Chile tiene que condenar el régimen de forma fuerte y clara. No reconocer la Asamblea e invocar la Carta Democrática". Esa es la mejor manera de restablecer las instituciones democráticas, sociales y económicas de Venezuela.