*Esta columna fue escrita junto a Eduardo Fuentes, filósofo.

La diferencia entre la propaganda y una discusión racional, es que la primera se construye a partir de la deformación de la posición ajena, y termina por descalificarla sin entrar en su profundidad, de modo tal que hace imposible un diálogo político reflexivo. Este parece ser el caso respecto al concepto de solidaridad que ha tenido eco en el discurso político de sectores de centroderecha y socialcristianos, pero que para algunos no es más que un influjo estatista encubierto o un intento populista que podría derivar en posiciones totalitarias. Detrás de este recelo se advierte una incomprensión del contenido de este concepto.

La solidaridad viene a enriquecer el discurso que se ha acostumbrado a una perspectiva individualista, que resulta insuficiente para abordar ciertos temas políticos que trascienden este ámbito: seguridad social, relaciones laborales, cuidado del medio ambiente, sistema tributario, etc. Este principio, derivado de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), no sólo se predica como una virtud moral, sino también como principio rector del orden social. La solidaridad, invita a reconocerse parte de una comunidad y responsable del bien de los demás, aun cuando esto importe un sacrificio. Cada uno en diverso grado, sin duda, pero conscientes de que nuestras acciones (y omisiones) sólo son posibles y repercuten en el todo social. Es decir, la solidaridad reconoce que existe una interdependencia entre las personas y las organizaciones para la consecución del bien en su conjunto.

Así, es un error pensar que la solidaridad no puede predicarse de cuerpos intermedios u organizaciones colectivas, incluyendo al Estado, o que el carácter de su acción dependa exclusivamente de la virtud de sus miembros, ya que sólo ellos tendrían la capacidad de actuar de forma virtuosa. Decir eso implica negar que la solidaridad sea un principio de orden social, como sostiene la DSI, reduciéndola a la sola virtud moral, lo cual conlleva serios errores. Por un lado, simplemente asume que los actos solidarios individuales transformarán las acciones de las organizaciones a las que pertenecen en solidarias. Por otro, desconocen que  los cuerpos intermedios no sólo posibilitan la solidaridad de las personas, sino que en muchos casos esta acción individual puede realizarse únicamente mediante estas organizaciones. La Teletón es un buen ejemplo de ello

Quizás la raíz de los errores de quienes tanto temen el ingreso de la solidaridad en el debate político es que no han reparado en un aspecto central del concepto. A saber, que él —así como los demás principios  de la DSI— cobra sentido en el entendido de que la sociedad no es sólo un vehículo para lograr aspiraciones individuales. La realización personal no sólo "ocupa" la sociedad, sino que se da "en" ella, de forma comunitaria.  Quienes defendemos la importancia política de la solidaridad también reconocemos que la sociedad está compuesta por cuerpos intermedios, y  por tanto, no es una mera suma de individuos. Luego, la realización personal y con ella las acciones virtuosas —y en este caso, la acción solidaria— requieren plasmarse directamente en estas estructuras. Vivir en una sociedad solidaria implica vivir en una sociedad cuyas organizaciones están regidas por este principio.