SE PUEDE, y se debe, acusar al Presidente Trump de muchas cosas, pero no de falta de consistencia. Aunque muchos creían imposible (con razón, por lo descabellado de la idea) que pusiera en práctica su promesa de campaña de prohibir el ingreso a Estados Unidos de inmigrantes musulmanes, Trump firmó una orden ejecutiva en esa línea a los pocos días de asumir el gobierno.

De todas las decisiones iniciales de la administración Trump, tal vez la más extrema y radical, y la que más ha sacudido a los Estados Unidos y al mundo, ha sido el decreto que bloquea el ingreso de ciudadanos de siete países de mayoría musulmana, prohíbe el ingreso de refugiados de Siria por tiempo indefinido y de otros países por 90 días, y da preferencia a los refugiados cristianos.

Como era de esperarse ante una medida totalmente contraria a la Constitución, las leyes y los valores fundamentales de EE. UU., la orden -diseñada sin consultar a expertos en el tema- provocó rabia y caos por todo el país. Con docenas de personas detenidas a su arribo a Estados Unidos, miles protestaron en aeropuertos y espacios públicos. Se presentaron medidas judiciales contra el decreto en muchas jurisdicciones. Aunque partes de la orden han sido moderadas por la Casa Blanca y decisiones legales, en esencia sigue intacta, en una sociedad sumamente polarizada.

Por cierto, el impacto de esta orden en América Latina es limitado. Sin embargo, hay razones para preocuparse. El caso demuestra claramente que, para Trump, hay poca distancia entre la retórica de campaña y la acción de gobierno. Si Trump insiste en un tema tan sensible y controvertido, no hay razón para pensar que suavizará o retrocederá en otras promesas de campaña, relacionadas con el comercio y la inmigración, sobre todo con respecto a México y, en particular, el infame muro en la frontera.

De hecho, lo que es cada día más claro es que la mejor manera de entender la nueva administración no es a través de una óptica de derecha o izquierda o aun republicana o demócrata, sino de nacionalista o globalista. Este gobierno no es normal, no hay precedentes para lo que está ocurriendo. Trump y sus asesores mas cercanos como el ultranacionalista Steve Bannon creen, como han proclamado, en "poner a los Estados Unidos primero". Están comprometidos a restringir a la inmigración, aumentar el proteccionismo, y abandonar el rol de EE. UU. como garante del orden global. Muchas voces se han alzado contra esta visión, incluyendo al senador republicano John McCain, a un exdirector de la CIA y más de mil funcionarios del Departamento de Estado. Ellos han advertido que estas políticas discriminatorias benefician a los enemigos de EE.UU. y refuerzan la narrativa de grupos terroristas.

Pero el argumento no convence al nuevo presidente, que está decidido a llevar a cabo su visión.

Por otra parte, la política de Trump hacia América Latina no se verá limitada a México, su obsesión de campaña. Por ejemplo, toda medida contra la inmigración mexicana a los EE. UU. podría extenderse también a países de América del Sur y Central. Tampoco están fuera de peligro los otros tratados de libre comercio que EE.UU. ha firmado con países de la región más allá de México. En algún momento es probable que las relaciones de EE.UU. con toda América Latina sean sometidas a una revisión por parte de la nueva administración.

Es muy difícil predecir el desenlace de todo esto. Por cierto, la mayoría de los votantes de Trump están contentos con las decisiones en las últimas dos semanas. Pero también nadie duda de que estas decisiones están generando una reacción muy fuerte en amplios sectores políticos, empresariales, y sobre todo de la sociedad civil como no se han visto en muchos años. La fuerza de los contrapesos institucionales y sociales de los EE.UU. será puesta a prueba como nunca.