Esta columna fue escrita junto a Peter Siavelis, Académico Wake Forest University

Los resultados de la encuesta CEP, donde la Presidenta Bachelet obtiene una aprobación de 37% -la más baja de sus dos mandatos-, coloca en el centro de las posibles causas, a su propia coalición.

¿Puede alguien afirmar que esto no era previsible? Se sabía que formaba parte de los desafíos junto con la desaceleración económica, la efervescencia social y los conflictos vecinales. Sin embargo, su situación puede ser vista también como síntoma de un sistema político en transición. De a poco han ido desapareciendo las excepciones que hacían de Chile un país donde el presidencialismo funcionaba en un marco coalicional. La Concertación logró torcerle la mano a este destino, tanto por factores contextuales como por la estructura de incentivos y las decisiones de sus dirigentes.

Estas lograban temperar las orientaciones negativas asociadas al presidencialismo exagerado y al sistema electoral mayoritario. Con Bachelet  desaparecen  dos de los dispositivos ingeniados para hacer frente a los obstáculos institucionales, faltando por derribar el sistema binominal. Por un lado, la no reedición del llamado "partido transversal", institución informal integrada por políticos clave en los primeros gobiernos democráticos, más identificados con la Concertación que como líderes de sus propios partidos. Por otro, el intento de descontinuación de los acuerdos tácitos de negociación con importantes actores para alcanzar soluciones consensuadas sobre temas controversiales, antes de su presentación en el Congreso. Si a ello se suma la velocidad con que la Nueva Mayoría fue constituida, y las diferencias ideológicas y sus dilemas de identidad y de temporalidad, están las condiciones para que la coordinación y la coherencia interna -para lo cual resulta insuficiente un programa compartido de gobierno- sean poco más que quimeras.  

Aunque se ha difundido la idea de que asistimos a un nuevo ciclo político-social que no es comparable al cuarto gobierno de la Concertación, ello no termina de condecirse con las prácticas. Como por empeño no ha quedado, se constata una combinación de fórmulas de antaño, como las reuniones del comité político, incluso ampliándolo junto con los llamados "cónclaves" , un trabajo prelegislativo desafiado por la inestabilidad en las opiniones y el mayor número de actores así como "hojas de ruta" legislativas y electorales. La última sugerencia es la creación de una Nueva Mayoría "ciudadana", con coordinación territorial entre los partidos.  

La coalición gobernante se ve demandada a trascender la experiencia contingente de un gobierno si quiere acompañar las reformas que está alumbrando. Para ello, debe revisar la manera como está haciendo las cosas. Dadas las características de nuestra cultura política, se tiende a colocar expectativas en quien detenta la presidencia. De ahí surgen los clamores por cambiar el gabinete. Ello podría permitir la recuperación de la iniciativa política, pero cuando se trata de configurar proyectos que aspiran a una transformación histórica, devienen más bien en un placebo.