Hace tres años comenzaba el segundo gobierno de Bachelet. Para los partidarios de la coalición oficialista vendría el mejor cuatrienio desde el retorno a la democracia. Las reformas estructurales por fin parecían responder a las demandas de una izquierda que había sido opacada por los gobiernos de tercera vía de la Concertación y omitida por el gobierno liberal de Piñera. Y por casi un año esa esperanza se mantuvo intacta. La aprobación de la reforma tributaria, la reforma educacional, y la reforma electoral anunciaban que todo lo que vendría sería oro. El predicamento del ex ministro Pacheco a fines de Enero de 2015 lo confirmaba, cuando al inaugurar el nuevo huso de horario sarcásticamente declaró verano para siempre.

Pero no todo lo que brilla es oro. A comienzos de Febrero estalló el caso Caval. En retrospectiva, el punto de no retorno, pues sería el momento exacto en el cual el gobierno perdería el control de la agenda política. Junto al caso Caval, los casos Penta, SQM y algunos otros escándalos tangenciales aportarían, en un marco más amplio, al deterioro de la clase política. Mientras que el caso Caval le pegaría directamente a la popularidad de la Bachelet, el resto de los casos judiciales y escándalos políticos le pegarían directamente a la popularidad del gobierno y el Congreso. Al final del primer año del cuatrienio ya se formaba una tormenta perfecta lista para azotar a una clase política que a todas luces parecía no estar preparada.

Algunas cifras pueden ayudar a contextualizar la dramática caída de la Presidenta como consecuencia directa del caso Caval. Como referencia, antes del escándalo, y durante el primer año de gobierno, la aprobación presidencial fluctuó entre 60% y 40%, alcanzando 44% en el Enero de Pacheco. En el mes de Caval, Febrero, la aprobación de la Presidenta cayó bajó 40%, y solo un mes después, en Marzo de 2015, cayó a 31%--el desplome más estrepitoso en la historia de la encuesta. Dos meses después, en Mayo de 2015, la aprobación presidencial caería bajo el 30%. Eventualmente llegaría a caer bajo el 20%, fijando otro récord, al llegar al punto más bajo registrado por la encuesta desde su estreno en 2006.

A la clase política no le fue mejor. Los números muestran que el gobierno se hundió junto a su Presidenta. En el mes de Caval la aprobación del gobierno rápidamente cayó bajo el 40%, y en el mes siguiente, Marzo, bajó del 30%. Desde entonces ha fluctuado entre 23% y 17%. A su vez, la confianza en el poder legislativo también cayó significativamente. Los números son claros en mostrar que nunca antes el Senado y la Cámara de Diputados habían estado tan seriamente cuestionados. Si bien las instituciones políticas siempre han estado bajo un escrutinio público riguroso, fue en este cuatrienio, en este contexto político, en el cual tocaron fondo. Hoy tienen poco espacio para seguir cayendo.

Si los números fueran abstractos, las tendencias se podrían interpretar como caprichos de los ciudadanos. Pero la debacle ha tenido un efecto político notorio. Desde Febrero de 2015 que el gobierno y el Congreso no han logrado pasar reformas significativas. La caída en la popularidad de la Presidenta conllevó a un fraccionamiento de su coalición, impidiéndole controlar su mayoría legislativa. En el escenario contra-factual donde los casos mencionados arriba no ocurrieron, es probable que Bachelet habría mantenido su popularidad entre 60% y 40%, y desde allí podría haber comandado a su gobierno a buen puerto. Pero la reacción tardía, la mala gestión y los errores no-forzados le jugaron en contra.

Si bien los casos de financiamiento irregular fueron claves en hundir a la clase política, hubo una serie de momentos en que la Presidenta pudo tomar el timón y conducir a su gobierno lejos del iceberg. Pero ignoró todas las señales. Mencionar cada una de las omisiones amerita su propio espacio, pero se pueden mencionar algunas oportunidades perdidas a modo de ejemplo. Como haberle pedido la renuncia a su hijo el primer día del escándalo, antes de darle el lujo de dimitir desde La Moneda. O revisar con mayor detalle el currículum de sus ministros y subsecretarios, previo a sus nombramientos. O incluso haberlos removido a tiempo, antes de que se volvieran lastres.

El balance parcial del cuatrienio es negativo. Los presidentes se eligen para cumplir programas. Los gobiernos y los legisladores los acompañan para producir resultados. De los tres años en el poder, solo el primero fue bueno. Los otros dos se han caracterizado por una mezquindad política inédita, llenos de malas decisiones, poca colaboración, rencillas, juicios, destituciones, desafueros y abandonos. Si bien el contexto político ha presentado una serie de problemas nunca antes vistos, la reacción de las autoridades elegidas no ha estado a la altura para darle soluciones. La escasa autocritica y acción de la clase política es evidencia de aquello. Quizás por eso algunos partidos podrían de dejar de existir al no conseguir las firmas necesarias para el refichaje. 

Un rayo de esperanza ilumina el último año del cuatrienio. Muchas de las críticas que hasta ahora se concentraban en la Presidenta se trasladarán a los candidatos presidenciales. Habrá menos tiempo para criticar al alicaído gobierno y más tiempo para comentar el incipiente ciclo electoral. La prioridad estará en mirar a quiénes compiten por el próximo mandato. Paradojalmente eso le podría dar la oportunidad al gobierno de completar algunas de sus promesas. Quizás lo que el gobierno necesita para actuar es precisamente esa descompresión. Esto podría ser positivo siempre y cuando no sigan los torpes tropiezos que hasta ahora han caracterizado la gestión de la Presidenta.