Ayer se publicaron los resultados de la prueba PISA, test que evalúa las competencias para desarrollarse en el mundo actual en ciencias, matemática y lectura en alumnos de 15 años, y la semana pasada se dieron a conocer los de la prueba TIMSS, que evalúa los logros de aprendizaje en matemática y ciencias de estudiantes de 4° y 8° básico. Estas dos evaluaciones, muy diferentes entre sí, logran mostrar aspectos característicos de nuestro sistema educativo y su evolución en el tiempo.
En primer lugar, se observan avances en los aprendizajes de los estudiantes en las últimas décadas, destacando matemática en 8° básico en TIMSS y en lectura en PISA en estas últimas mediciones. No suele mencionarse, pero hay un grupo de países que han disminuido sus puntajes sistemáticamente en las sucesivas mediciones (donde se encuentran países de alto rendimiento como Finlandia, Eslovaquia o Australia, en el caso de Lectura en PISA, Holanda y Suecia en TIMSS). No es el caso de Chile, que ha logrado avances relevantes desde el año 2000, aunque la velocidad del aumento parece estar disminuyendo. La noticia del aumento en matemática en 8° básico en TIMSS no ha sido suficientemente valorada: se trata de un área en que nuestro rezago es extremadamente preocupante, por lo que subir es de verdad un éxito. De hecho, PISA muestra que mientras un tercio de los estudiantes chilenos no logran las competencias mínimas en ciencias, en el caso de matemática la mitad de los estudiantes está bajo el nivel. El aumento en lectura tampoco debe despreciarse: muchos expertos afirmaron en 2012 que Chile estaba estancado, que el sistema no mejoraría más. Los datos mostraron que sus predicciones eran algo apresuradas. Del mismo modo, PISA mostró ciertas mejoras significativas en los grupos socioeconómicos medios y medio bajos en ciencias y matemática, lo que a pesar que no logró modificar el promedio, muestra un progreso en equidad. No es posible establecer relaciones causales, pero una hipótesis razonable es que la focalización del financiamiento (Ley SEP) parece tener impacto en el aprendizaje. Focalizar los recursos específicamente en quienes más lo necesitan es todavía una virtud de nuestro sistema escolar, que no debe perderse por la promoción de ciertas ideologías que nos lleven a un financiamiento basal, ineficiente y regresivo.
En segundo lugar, los resultados de ambas pruebas muestran que la calidad de la educación chilena es aún muy deficiente comparada con los países desarrollados y ciertos sistemas educativos de Asia, mientras que sigue siendo la mejor de la región latinoamericana. El mejoramiento de la calidad, con todas sus complejidades y matices, es un problema de todo el sistema, lo que no significa que la solución sea la misma para todos. Dado que los resultados muestran cierto dinamismo, es importante que la política pública sepa diferenciar qué es lo que necesita cada escuela, y entregarle la autonomía y los recursos para mejorar. Asimismo, y tal como dispone la Ley de Aseguramiento de la Calidad cuya implementación ha sido sistemáticamente retrasada, es el momento de asumir que ciertas escuelas no cumplen con las condiciones mínimas para educar y deben salir del sistema.
En tercer lugar, las pruebas también muestran los problemas de equidad de nuestro sistema. La diferencia de resultados entre hombres y mujeres es persistente, y aunque se observa en otros países, en Chile es una de las más altas. Lo más preocupante es que la brecha aumenta a medida que el estudiante avanza en su vida escolar, lo que indica que el sesgo negativo que nuestro sistema tiene hacia las mujeres se reproduce, profundiza y refuerza en el sistema escolar. Esto debiera ser, sin duda, una prioridad de la política pública, pero lamentablemente los énfasis del Ministerio de Educación han apuntado en otra dirección.