Columna de Iván Poduje: Mundo mágico

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Por Iván Poduje, arquitecto

En un terreno fiscal ubicado en Lo Prado, al lado de la carretera que va a Viña del Mar, funcionó por 27 años un parque de entretenciones llamado “Mundo Mágico”, que tenía maquetas de paisajes o edificios emblemáticos del país, rodeados de una cordillera con una estética parecida al logo de la caja de fósforos Copihue.

La gente acudía a Mundo Mágico para recorrer estas miniaturas en un trencito, mientras un locutor iba contando la historia de cada lugar. Se podían mirar réplicas muy bien hechas de la torre Entel, la antigua Concha Acústica del Festival o la Catedral de Chillán y era común que los niños se sacaran fotos al lado, jugando a ser gigantes. Además había paisajes que daban cuenta de la diversidad territorial de Chile, con réplicas de las torres del Paine, el Morro de Arica o la Portada de Antofagasta.

Con el tiempo, el parque sumó un espectáculo formado por unos corpóreos similares al programa Cachureos, que bailaban mientras una animadora disfrazada de payasita cantaba melodías de niños. El show se hizo popular a fines de los 80, e incluso tuvo un programa de televisión donde los corpóreos tenían aventuras en medio de las maquetas o en un escenario con una estética similar a Fantalisandia, intercalada con canciones y coreografías similares a la ronda de los constituyentes.

Mundo Mágico cerró sus puertas a comienzos de 2000, y hoy el terreno tiene algunas dependencias municipales de Lo Prado, aunque la mayor parte se encuentra abandonada. Las maquetas fueron destruidas o robadas y quedan las ruinas de algunos hitos urbanos, mezclados con maleza, tierra y basura. Una vez pude colarme y recorrer el recinto y quedé impactado cuando vi los restos de la réplica del Estadio Nacional, partida en dos y con una mitad ladeada, ya que se parecía mucho a la escena del Planeta de los Simios, cuando el personaje representado por Charlton Heston se encuentra con las ruinas de la Estatua Libertad.

Esta quincena me acordé nuevamente de Mundo Mágico, al ver la forma en que algunas élites están abordando el complejo momento que vive el país, como si fuera una escenografía para plasmar sus sueños. Partamos por la “nueva derecha social”, un grupo de jóvenes de autoestima elevada, que divide su sector político entre buenos y malos. Los primeros formados por ellos y sus amigos, y los segundos por los operadores de maletín, las autoridades que se limitan a gestionar con Excel y los poderes fácticos, salvo por aquellos que les financian sus centros de estudios.

¿Le suena conocido el guión? En efecto, se parece mucho a la nueva izquierda revolucionaria que también divide el mundo entre buenos y malos y trata con pedantería a los viejos tercios que pretenden jubilar. Usted me dirá que es común que las nuevas generaciones se comporten así con sus predecesores. Pero acá existe un elemento especial que los une y distingue. Ambos le asignan a la prosa poderes místicos. En la nueva derecha esto se encarna en “el relato”, una suerte de manual filosófico que debe guiar el accionar de su sector para darle trascendencia e incidencia cultural. Para la nueva izquierda, esta función la cumple la nueva Constitución, cuya redacción ayudará a desterrar las injusticias del modelo, eliminando operadores y fácticos.

Relato y Constitución, presentan los problemas del país como las maquetas de Mundo Mágico. Una simplificación burda de la realidad, donde la implementación no es tema y la relación entre costos y beneficios, un mero producto de Excel – asociado a la gestión - que debe desterrarse para dar trascendencia a la acción pública.

Veamos algunos ejemplos. Para la izquierda la inclusión se limita a la diversidad de género y se resuelve con el lenguaje. El “todes” tendría poderes místicos respecto a políticas complejas y caras para incorporar a menores, adultos mayores o personas con discapacidad. Por lo mismo, la Teletón que solía verse como una gran obra social, ya no será necesaria. Para la nueva derecha la temporalidad de las soluciones no es tema. Da igual si las familias deben esperar dos o siete años por su vivienda. La política no debe enfocarse en reducir este plazo, si para lograrlo prescinde del relato y se transforma en un mero ejecutor.

El tiempo dirá si estas ideas terminarán como Mundo Mágico, en ruinas o con maleza, o nos podrán conducir hacia un futuro de mayor luz y esperanza, como pretenden sus promotores. Hasta que ello ocurra, deberemos trabajar para concentrarnos en resolver los problemas sociales que explotarán cuando la plata de los retiros y el IFE se termine.

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