En la casa de Mario Olguín, nacido en octubre de 1955, escuchar música era un ritual. “Mi padre era melómano, por lo tanto, tenía tocadiscos y tenía discos. Era muy aficionado a la música y le gustaba todo tipo de música, pero la gran mayoría de mis amigos, yo diría el 90 por ciento de mis amigos en sus casas no tenían tocadiscos y algunos inclusos ni siquiera tenían radio”, recuerda el hoy director del grupo Beatlemanía, que tributa la obra musical de The Beatles.
De hecho, escuchar música, o al menos la que atraía el interés de la juventud, era asimismo una experiencia social. ”Uno se concertaba para escuchar música, recuerda Olguín. El que tenía tocadiscos decía ‘oye mi papá compró el último longplay de Elvis Presley’, ‘no te puedo creer’, ‘si, quieres venir el domingo para acá, mi mamá se raja con la once’, y listo, nos juntábamos a escuchar música de forma consciente, programada”.
Pero saliendo de los longplays y discos simples que se encontraban en las discotecas de las casas, la radio era el principal medio de difusión radial en el Chile de posguerra. Según las cifras que consigna el estudio Historia social de la música popular en Chile (Ediciones UC, 2010), a comienzos de la década de los 50 existían en el país unos 750.000 receptores y 83 estaciones de radio, para una población estimada de unos seis millones de personas.
Para una década después, comenzando los años 60, el mismo libro (de Juan Pablo González, Oscar Ohlsen y Claudio Rolle) detalla que en el país se habían vendido 1.100.000 receptores de radio y ya se contaban 95 estaciones distribuidas desde Arica a Punta Arenas, las que subieron a 150 para 1968, época en que además la población aumentó a poco más de siete millones de personas. Es decir, la masificación era total.
Hernán Rojas, ingeniero de sonido, comunicador y director de Rock al Patio, rememora su acercamiento hacia la radio en aquellos años. “Para mí fue un antes y un después, dice. Muchas veces lo he comentado en mis charlas y en mis talleres, que me encantaba pasearme por el dial AM en esa época, en la radio de mi abuelo, una radio grande antigua, en que te sonaban otras músicas, o radioteatro, y de repente, con el rock y con los Beatles fue una explosión”.
De hecho, la irrupción de los Beatles y la cultura juvenil se consolidó debido a la expansión rápida y decisiva a través de la radio. “Había un programa, el Club de los Beatles, en Radio Santiago, que fue muy importante para mí por eso, porque con los Beatles yo sentí que se venía algo muy potente, rememora Hernán Rojas. Y más adelante en la Radio Chilena, también AM, Pablo Aguilera tenía un programa que se llamaba Alto Voltaje, y se acercaba mucho al formato de las radios piratas norteamericanas. Tú podías escuchar desde los Beatles, hasta Deep Purple o Santana, y también canciones largas, como Get Ready (de Rare Earth), entonces, yo me preparaba para eso. Yo cuidaba las pilas de la radio para que duraran para ese horario”.
Los 60 también aparejaron una transformación en el consumo de la radio, gracias a a la aparición de los equipos transistorizados (las radio transistor, como aún les dicen algunos mayores). Eran estos más pequeños, económicos y portátiles, a diferencia de las enormes radios a tecnología de tubos, comunes en las casas. “Estos receptores junto con ampliar el rango del alcance social de la radio, introducían nuevas formas de consumo de los mensajes y programas transmitidos por sus ondas, apunta el libro Historia social de la música popular en Chile. En efecto, la audición familiar, casi solemne en torno al gran receptor instalado en el living de la casa, daba paso a la escucha en otros espacios, con aparatos más discretos y prácticos, ofreciendo, además de audiciones diferenciadas según los gustos generacionales”.
Así mismo lo recuerda Mario Olguín, quien tuvo una de esas radios portátiles. Y de hecho, cambió parte de su rutina, hasta en pequeños detalles. “Un gran avance a inicios de los 60 fue la radio portátil. Todos los domingos mis papás con sus amigos hacían paseos al campo o a la playa y yo no iba porque quería escuchar el partido del Santiago Wanderers de Valparaíso, porque si iba al paseo no tenía como escucharlo. Por lo tanto, me perdía los paseos y me quedaba escuchando la radio, una radio ordinaria, pero funcionaba y escuchaba el partido. Cuando aparece la radio portátil, empecé a ir a los paseos porque podía escuchar el partido y también la gente empezó a escuchar en sus trabajos, a los lugares donde iba. Y por supuesto, eso les permitía escuchar música, porque la única posibilidad que había antes era en la casa. Así que la radio portátil realmente fue un avance tecnológico increíble”.
Los jóvenes de los años 60 además contaban con una variada oferta de música nacional y en español. Era la época de las orquestas en las radios, la irrupción de movimientos como el neofolklore, la Nueva Ola, la posterior Nueva Canción Chilena, además de los infaltables cantantes y baladistas. La música en inglés, eso sí, era más difícil de encontrar.
“Nosotros escuchábamos básicamente música en español: Rafael, Adamo, Los Iracundos, la música argentina, Los Gatos, Los Náufragos, en fin, todo eso -recuerda Mario Olguín-. Acá en Chile Los Ramblers, Los Bric-a-Brac, Los Tigres, etc. Era música en español y había muchos ídolos chilenos partiendo por el Pollo Fuentes hacia arriba. En los ‘70 ya entra la música anglo definitivamente, a mi juicio, con la popularización de la televisión. Ahí empezamos a ver programas donde aparecían artistas extranjeros”.
La transición tecnológica también llegó a los estudios de grabación, donde se registraba la música que llegaba a los hogares. Testigo privilegiado de ese cambio fue Hernán Rojas, gracias a sus años de trabajo como ingeniero junto a nombres del calado de Fleetwood Mac, Neil Diamond, Supertramp, Frank Zappa, Santana, The Band, entre otros. “A mí me tocó justo esa transición de pasar de 4 y 8 a 16 pistas, y esta libertad también de que las bandas y los músicos podían tener más pistas, se convirtió por un lado en una herramienta creativa potentísima, pero también en un peligro, porque no tienes muchas alternativas, y de repente, no necesariamente se toman las mejores decisiones”, explica.
Con los años, el consumo musical sumaría la llegada de internet y la difusión de discos mediante sistemas peer-to-peer (usados por plataformas como Napster y Soulseek, propias de fines de los ‘90 y comienzos de los 2000), lo que remeció la industria hasta sus cimientos. También consolidó definitivamente la experiencia individual a la hora de descargar un disco y reproducirlo, sea en el computador personal, un discman o reproductor compacto de CD’s, un reproductor Mp4 y en la actualidad, la irrupción de las plataformas digitales disponibles en los teléfonos móviles.
Pese a todo, la radio todavía es un medio importante en el consumo musical. Según Kantar Ibope Media, con datos hasta 2022, un 64,8% de las personas en Chile consumen radio offline u online. De ese universo, un 68% escucha las emisoras en aparato de radio tradicional o el equipo del automóvil, es decir, sin requerir acceso a internet. El restante 48% lo hace en sitios web de las emisoras y aplicaciones conectadas a la red.
Un dato importante está en la penetración de la radio por rangos etarios: el citado estudio consigna que entre los baby boomers (nacidos entre 1946-1964) un 77,0% son oyentes de radio, mientras que en la generación Z (nacidos desde 1997 hasta hoy) ese porcentaje baja hasta el 56,1%.
El mismo estudio indaga en el consumo de los servicios de audio on demand (AoD), que son los servicios de transmisión por suscripción, es decir, como las plataformas digitales del tipo Spotify, Tidal, Apple Music, entre otros. Según sus datos, el tiempo semanal promedio dedicado a los servicios de streaming de música es de 18 horas y 23 minutos por persona. Además, un 35% de los oyentes de los sistemas AoD escuchan podcast en estos servicios, lo que ha ampliado las posibilidades. Eso sí, un 49% de los oyentes de podcast aseguran que aún confían en la radio tradicional para mantenerse informados. Es decir, existe una continuidad en los hábitos de consumo, dentro del cambio que han introducido las plataformas.
Si antes la música que llegaba a los oyentes pasaba por el filtro del programador de la radio, o los discos disponibles en las casas, hoy las plataformas funcionan en base a los algoritmos. Se trata de un sistema de inteligencia artificial que reproduce y sugiere canciones con las que sabe que el usuario está familiarizado, a fin de ofrecer una experiencia más personalizada. Para ello se basa en el procesamiento del lenguaje (es decir, el idioma, la letra y el contenido de una canción), el análisis del audio (su estado de ánimo, si es más “alegre”, “melancólico”, etc) y el filtrado colaborativo (compara los hábitos actuales de consumo del oyente para sugerir una canción que se podría adaptar a sus gustos).
Pero hay quienes tienen una mirada más crítica de ese sistema. “Teóricamente uno tiene una libertad de hacer tu propia playlist y todo, dice Hernán Rojas. Pero como mucha gente no hace su playlist, y escucha lo que la alimentan los algoritmos, ahí hay un problema. Para mi hay una trampa. Hay muchas teorías y también conocimiento de que las tres compañías majors, al tener acciones o ser accionistas de Spotify y otras empresas, en el fondo están manipulando esas listas de preferencias, y por lo tanto descubrir música se hace mucho más difícil. Entonces creo que esos son temas súper importantes. Hoy en día definitivamente es más fácil descubrir música, pero hay que tener conciencia, que si uno no está buscando libremente, y caes en algún mecanismo de manejo de algoritmos, ya perdiste toda tu libertad”.