“Durante muchos años me perdí el brindis de Nochebuena con mis familiares por acompañar a mis perros en el momento más álgido de la pirotecnia. En realidad, no me perdí nada. Siempre lo hice con mucha satisfacción y felicidad. Y no porque quisiera escapar de mi familia humana, sino porque tenía una rottweiler y una mestiza de caniche que para mí también eran familia, y me necesitaban. La primera tenía fobia a los estruendos y a la otra simplemente no le agradaban.
Así que cerca de las 23:45 horas, cuando empezaban a sonar con intermitencia los primeros cohetes, me iba con ellas a la cocina, al ambiente de la casa más aislado de los ruidos. Mientras me alejaba, de refilón escuchaba las mismas críticas todos los años de algunos familiares: que era un exagerado, que eran pocos minutos, que no les iba a pasar nada.
Ya en la cocina, les hacía algunos ejercicios de adiestramiento que servían para disminuir los miedos, o simplemente me recostaba con ellas, las acariciaba y les hablaba. Ellas se relajaban con mi apoyo y compañía, y yo era la persona más feliz del mundo sintiendo que mi presencia las ayudaba. Una felicidad incomparable al brindis con champagne o a cualquier regalo que me pudiera traer Santa Claus.
Debo admitir que, si bien me hacía el despreocupado ante aquellos comentarios criticones y los ignoraba, en algún lugar me hacían dudar de mi accionar. ¿Será que estaré un poco loco por el amor que siento por mis mascotas y por el trato que les doy?”.
Este relato del psicólogo y máster en Etología Clínica, Juan Manuel Liquindoli, es parte del prólogo del libro ‘No te metas con los perrhijos’, de Marcos Díaz Videla, psicólogo y docente universitario, con un doctorado (PhD) por su investigación sobre el vínculo con animales. Juan Manuel se animó a escribir el prólogo del libro de Marcos justamente porque, cuando hace unos años casi por casualidad empezó a leer sus publicaciones y escritos, muchas cosas de la relación que durante toda su vida había tenido con sus perros y gatos cobraron sentido. En realidad, siempre lo habían tenido, pero ahora encontraba un marco teórico que validaba sus sentimientos y el modo de relacionarse con sus animales.
Y es que este nuevo libro de Marcos Díaz Videla –anteriormente publicó ‘Antrozoología y la relación humano-perro’–, así como todo lo que publica en sus redes sociales, está basado en más de una década de investigación y divulgación científica que él mismo ha venido realizando para entender cómo los cuidadores de animales llegan a construir una identidad parental en torno a estos. Lo que lo ha llevado a transformarse en un referente académico en el estudio de las interacciones humano-animal.
¿Por qué amo como amo a mis animales? ¿Es correcto que los piense como miembros de mi familia? ¿Está mal que en ocasiones haya sentido más amor por mi perro que por otros seres humanos? ¿O que haya preferido el bienestar (o la vida) de mi gato al bienestar (o la vida) de personas desconocidas? ¿Es legítimo tener estos sentimientos o será que estoy loco? Son las preguntas que se hace Juan Manuel y quizás miles de personas en estos precisos momentos; hombres y mujeres que sienten el vínculo con sus perros y gatos como algo muy especial y que, por lo mismo, a veces han sido tildados de “locos”.
Sin embargo, Marcos lo primero que hace en esta entrevista es negar esa creencia: “la ciencia nos ha permitido confirmar que ese vínculo estrecho entre persona y animal se ubica más en el lado de la normalidad que en el de la locura”, dice.
¿Son perrhijos?
Los primeros acercamientos de Marcos al estudio de la relación humano-animal ocurrieron en su consulta de psicólogo. “Esto comenzó con las mascotas de mis pacientes. Como terapeuta familiar citaba a mi consulta a las familias y muchos me hablaban de los miembros no humanos de sus familias. Empecé a pensar que quizás debía integrarlos de alguna manera dentro de la terapia. Y hubo una primera paciente que llegó un día con su perro porque estaba desahuciado y no lo quería dejar solo, porque no sabía si lo iba a estresar. Y la verdad es que, aunque en un principio me sorprendió, no hubo ningún problema con que estuviera en la sesión, incluso pudimos trabajar algo del vínculo y la despedida de ese perro”, dice.
A partir de ahí se dio cuenta de que no había más limitaciones para integrar a las mascotas, que los propios prejuicios. “Empecé a convocarlos cuando los pacientes consideraban a sus animales como parte de la familia pues, si el abordaje era familiar, tenía sentido que vinieran con sus animales a la consulta. Comencé a abrir la posibilidad de mirarlos como otro miembro que también influye en la dinámica familiar; a veces es parte de los problemas y también puede ser parte de las soluciones”, agrega.
Comenzó a investigar y se encontró con que, si bien en la mayoría de las culturas modernas los animales de compañía han estado siempre presentes en la vida familiar, tradicionalmente se ha desalentado la investigación acerca de la naturaleza de este fenómeno y de los intensos vínculos que las personas solemos establecer con nuestros compañeros animales. “Sucede que existe desde hace tiempo una propensión a trivializar o denigrar el vínculo humano-animal, y por consiguiente la práctica humana de tener mascotas. Se ha propuesto que éstas son simplemente sustitutos humanos, que son innecesarias y antieconómicas, o que su tenencia se explica como una condición patológica por desviación de respuestas parentales a animales de aspecto joven y dependiente. Estas ideas parten de considerar que la tenencia de mascotas no reporta utilidad práctica”, explica.
Pero Marcos propone una visión alternativa: “Lejos de ser pervertidos, extravagantes o víctimas de instintos paternales mal dirigidos, la mayoría de los dueños de las mascotas son personas normales y racionales que hacen uso de los animales para aumentar sus relaciones sociales existentes y así mejorar su bienestar físico y psicológico”. De hecho –agrega– existen familias de las más diversas configuraciones que desarrollan diversos tipos de vínculos con animales: hay personas solas que tienen un perro, pero también hay parejas que tienen hijos y además un perro.
- ¿Quieres decir que está mal creer que todas las personas que tienen mascotas los ven como una especie de hijo?
Quiero decir que es más complejo que pensarlo de esa manera, sólo como un sustituto de los hijos, o como una condición patológica que nos hace dirigir de manera incorrecta nuestros instintos paternales. Y es que cuando se analiza el fenómeno se encuentran aristas muy diversas, es decir, los animales pueden cumplir muchas funciones dentro de la familia; pueden ejercer un rol similar al de hijos en algún momento, pero también ejercen un rol similar al de compañeros, de amigos, o de hermanos. Lo que pasa es que muchas veces cuando se habla de la satisfacción sustitutiva que pueden traer las mascotas, nos olvidamos de que los vínculos humanos también tienen solapamientos. Entonces, el vínculo con mi perro tiene muchos solapamientos con un vínculo parental, pero el vínculo con mi hermano menor también tiene solapamiento con mi vínculo parental y no por eso considero a mi hermano pequeño como un hijo, ni satisfago con él mi rol de padre. Es que todos los vínculos tienen puntos en común y tienen otros aspectos que son singulares a ese tipo de vínculos. Eso también pasa con los animales.
- Ya, pero en el caso de los animales, hay una relación asimétrica. Nosotros siempre seremos sus cuidadores, no puede ser al revés.
Tiende a haber una asimetría relacional. Los humanos tutores a cargo de los animales tenemos más poder y autoridad dentro de la relación y estos animales dependen de nosotros para acceder a los recursos que necesitan para sobrevivir. Esa asimetría relacional es más propia de la relación cuidador/persona dependiente, por tanto, es cierto que se asemeja más al vínculo padre-madre/hijo. Sin embargo, hay algunos momentos de estas relaciones, en donde el vínculo se pone más simétrico o incluso los adultos podemos adoptar una posición inferior. Por ejemplo, en el caso de los niños, hay veces en que los padres se sientan en el piso a jugar como niños, o momentos en donde los padres les piden a los niños que les expliquen cosas. Esos momentos en donde se alterna un poco la asimetría relacional son sanos. Y con nuestros animales también pasa.
- ¿Entonces pueden ser nuestros perrhijos, perramigos, perrhermanos?
Hay muchas ocasiones en donde los animales se configuran para nosotros como figuras de apego; buscamos estar cerca de ellos porque nos hacen sentir seguros, nos calman el estrés y nos dan confianza para volver a enfrentar los desafíos y los estresores que tenemos en nuestra vida cotidiana. A veces decimos ‘quiero llegar a mi casa y estar con mi perro’, o cuando estamos con pena, decimos que queremos acostarnos con nuestro perro que es el que nos consuela. Recibimos también nutrición emocional y apoyo de parte de nuestros animales.
- ¿Y eso no es porque a algunas personas les cuesta más generar vínculos de apego con otros humanos?
Es que no tienen por qué ser vínculos excluyentes. Lo que se ve en los estudios cuando se intenta analizar esto, es que hay gente que tiene muy buenos vínculos, y dentro de esos muy buenos vínculos, también los tiene con animales. Lo que sí es cierto, es que los vínculos con nuestros animales nos suelen dar más seguridad porque no tememos la traición ni la evaluación negativa de parte de ellos. Entonces, a la gente que le cuesta más generar vínculos de seguridad y confianza, es más accesible que lo generen con sus animales. Pero esto no queda ahí, sino que los entrena para hacerlo con los humanos.
- ¿Por qué actualmente los animales tienen otro estatus que antes en las familias?
Tenemos más conciencia del bienestar animal y la importancia de los cuidados, y también tenemos más acceso al conocimiento que es lo que nos permite darles esos cuidados. Pero más allá de eso, lo que sucede es que las exigencias sociales que tenemos hoy hacen que sea mucho más compatible compartir el hogar con un animal de compañía que compartirlo con otro dependiente como lo es un hijo. Carreras profesionales que demandan mucho tiempo, alquileres altos, etc. En ese contexto, o vivo solo o vivo con un animal de compañía. Es el contexto el que está empujando a las personas a eso.
- El título del libro es ‘No te metas con los perrhijos’, ¿por qué lo elegiste?
Iba a tener otro nombre, parecido al de mi primer libro, algo sobre antrozoología y los estudios, bla bla bla. Muy aburrido. Y me acordé que cuando en mi vida cotidiana he recibido algún cuestionamiento, por ejemplo, tengo un vecino que me dice despectivamente que él no sube al ascensor si es que hay un animal, mi respuesta siempre es ‘más respeto que estás hablando de mi familia’. Todavía hay quienes cuestionan la salud mental de las personas que establecen vínculos con los animales de compañía. Yo, dentro del ámbito de la academia y la investigación, siempre interpelo a quienes deslizan estas ideas a que demuestren con evidencia que hay algo mal en las personas que establecen vínculos con los animales. Así que ‘No te metas con los perrhijos’ es una proclamación de legitimidad sobre estos vínculos basada en investigación científica. Para que como sociedad, de una vez por todas, comencemos a ver la relación persona-animal como un vínculo sano.