La generación sin límites que desplomó el viejo orden de la música chilena
El último éxito local de las plataformas es un reggaetonero talquino de 19 años que aún no lanza un disco. En el rock, el último ganador del premio Pulsar fue un dúo de mujeres lesbianas que cantan en inglés, mientras que en el pop irrumpen figuras que no responden a los arquetipos históricos. En las diversas escenas de la música popular surge una camada de creadores que ha decidido ignorar las reglas que rigieron a sus antecesores.
La nueva industria
Esta semana Paloma Mami (21) anotó otro hito en su carrera musical al alcanzar el Disco de Oro en Estados Unidos por su primer álbum, Sueños de Dalí. La información oficial dice que es la primera cantante latina que consigue este reconocimiento -al menos en la era digital- con un disco debut sin artistas invitados, al contrario de lo que dicta la norma actual en la música popular. El premio certifica que el LP superó las 260 millones de reproducciones en plataformas de audio y video desde su publicación en marzo, una cifra astronómica por donde se le mire.
El caso de la solista chilena nacida en Manhattan es probablemente el más representativo -y a la vez excepcional- de una generación de músicos y creadores locales que, más que haberse propuesto desafiar los límites conocidos, derechamente parece desconocerlos. Un amplia y diversa camada de artistas en su mayoría sub 30 que se ha insertado en una industria discográfica post-crisis con números azules y códigos de la era del streaming, donde las imposiciones del siglo XX ya no corren. No se trata de desconocer la historia: Lucho Gatica, La Ley, Los Prisioneros o Myriam Hernández -quien también tuvo Disco de Oro en EE.UU. con su primer álbum- son algunas de las figuras que marcaron el camino de la música popular chilena en el extranjero en una era anterior, pero en la actualidad el camino para llegar al éxito es (o puede ser) otro.
Una ruta más veloz, por cierto, con menos etapas que quemar antes del primer gran salto. Ya no es obligación editar uno o dos elepés, acceder a un estudio de grabación profesional ni firmar con un sello para formalizar una carrera en la música. Lo reafirma el reggaetonero talquino Matías Muñoz (19), conocido por el seudónimo de Marcianeke, hoy el artista chileno más escuchado entre los usuarios locales de las plataformas digitales gracias a un puñado de éxitos que desde el año pasado graba en pocos días y cuelga en estas aplicaciones.
La lógica actual, eso sí, obliga a la presencia constante en playlists y redes sociales. La participación de artistas chilenos -sobre todo de música urbana- en el mundo de las plataformas de streaming ha crecido enormemente en el último par de años, pero los nombres que más sonaban en el top 200 a fines de 2020 no son los mismos que dominan hoy, como el mismo Muñoz y otros como AK 4:20 y Chyste MC.
Aunque la mayoría no tiene aún un disco formal publicado, las filiales de las tres discográficas multinacionales que operan en el país siguen de cerca sus pasos y esperan repetir lo que ha ocurrido con Kidd Tetoon, Harry Nach, Polimá Westcoast o la misma Paloma Mami. Si hace algunos años eran tres o cuatro nombres criollos con contrato de artistas oficiales de los sellos “majors”, hoy son cerca de una veintena (sin contar los que tienen sólo acuerdos de distribución con esas compañías).
Rock fuera de sus casillas
La última edición de los premios Pulsar, los mayores reconocimientos del año a la producción discográfica chilena, confirmaron algunas tendencias y rompieron otras. Las mujeres, como viene siendo la tónica hace años, volvieron a imponerse en la mayoría de las categorías principales del evento -con Francisca Valenzuela y su disco La fortaleza como figuras excluyentes de la ceremonia-, pero también en otros apartados donde hasta ahora no habían figurado.
Fue el caso de Natalia Suazo, Natisú, la primera mujer que se lleva el Pulsar en el ítem Mejor Productor. Lo mismo el dúo Frank’s White Canvas, que se impuso en una categoría que hasta ahora sólo habían ganado hombres gracias a su segundo trabajo de estudio, My life, my canvas (2020). En el caso del grupo integrado por Karen Aguilera (voz, guitarras) y Francisca Torés (batería), su triunfo fue un hito histórico por donde se le mire, el primero para un dúo femenino, de dos mujeres lesbianas y que cantan en inglés, en un casillero en el que el arquetipo histórico -en el mundo y en Chile- ha sido el de hombres heterosexuales.
“Somos personas súper atípicas en todo sentido. Haciendo rock, más encima en Chile, en inglés, mujeres, además de nuestra orientación”, comenta Torés, quien junto a Aguilera serán las encargadas de reabrir mañana sábado los conciertos con público en el Teatro Caupolicán luego de un año y medio, en un show donde también se presentará la banda Alectrofobia.
“Estamos súper fuera del personaje que uno se imagina del rockero chileno, entonces para nosotras el reconocimiento de los premios Pulsar fue súper emocionante, que se premiara el trabajo en sí, estar ahí representando a personas que son como nosotras”, dice la baterista. “En realidad a nosotras nos alegra mucho ser parte del panorama, que alguien que piense en rock chileno piense en que hay más diversidad, más formas. Más que ser un ejemplo, ser algo que existe en el panorama y que no sea la excepción”.
¿Les ha costado más? Por cierto. “Lo que ha sido más complejo en nuestra carrera es que no cabemos bien en ninguna parte”, reconoce Torés. “Incluso siendo una banda de rock chileno, como cantamos en inglés, no cabemos dentro del perfil del rock chileno y eso nos ha sacado de varios lados. Lo mismo afuera, somos una banda que canta en inglés pero que no es europea ni de Estados Unidos y no encasillamos bien en las listas de Spotify. Pero el apoyo que hemos recibido de la gente que nos sigue es lo que nos tiene acá”, asegura.
Otro de los discos rockeros -si es que cabe la expresión- más interesantes y aplaudidos del último año fue el debut como solista de María José “Chini” Ayarza, exvocalista del grupo Chini and the Technicians y hoy al mando de su proyecto en solitario Chini.png, con el que firmó el incasificable Ctrl+z, un EP de cuatro canciones sobre quiebres amorosos y tensiones de la adultez que transita entre las guitarras eléctricas y las acústicas, las capas de sonido y la repetición de palabras, el bossa nova y el post-rock.
Ayarza es fiel representante de la moral “indie” de este siglo. Artista visual, montajista y directora audiovisual -además de autora de música para series infantiles-, la cantautora se encarga de realizar sus propios videos y de manejar en gran medida su carrera. Pertenece a aquel grupo que “no vive de la música, vive por la música”, dice sobre el modelo de autogestión al que adscribe, lejos de los grandes sellos.
“En cierto punto hubo una cierta democracia de internet, se hacían grandes comunidades en Myspace, había realmente flujo de información de manera más democrática. Pero ahora lo que pasa es que todo funciona con plata y si uno levanta un poco la cortina de cómo funcionan muchos de los sellos grandes o ciertas plataformas digitales, ves que hay artistas que han pagado paquetes, que tienen más plata para publicidad y para romper el algoritmo”, dice sobre la fórmula de las plataformas de streaming que determina gran parte de la música que hoy escuchamos.
Un modelo del que Ayarza se siente fuera. “Tengo la suerte de no haber estudiado música, así que aunque quisiera hacer una canción así yo creo que no podría. Hago lo que me sale, lo que siento”, explica, en otra declaración de principios que marca distancias con una generación anterior.
“Gente distinta”
Si se trata de marcar diferencias, Jonah Xiao (25) es otro de los artistas sub 30 que ha tenido un salto durante el último año saltándose casi todas las reglas. Nacido en Arica, de ascendencia china e identificado como queer, el artista busca cambiar paradigmas en la escena del pop y la música urbana, mientras los adelantos de su primer disco lo han llevado a la televisión y a ser destacado en el sitio oficial del Grammy entre los “artistas latinos LGBTQ que necesitas conocer”.
“Creo que este es el momento para alguien como yo, para gente de distinto tipo, gente distinta”, dice el autor de California Santiago, quien en sus canciones habla de fiestas, resacas y erótica entre hombres. “Antes eso no hubiese pasado, yo no me veía haciendo música, aceptándome tal cual. Ahora lo veo y ahora la gente lo ve”, agrega el músico, cuyo pop de pulso urbano llamó la atención de Warner Music Chile, sello con el que firmó un acuerdo de distribución este año.
Una apertura en lo étnico y en materia de diversidad y disidencias sexuales en el pop que, para Xiao, “tiene que ver en parte con la globalización y con que la gente se aburrió de la fórmula que nos han repetido muchas veces. Los 2000 fueron la época de las rubias y los rubios bonitos, de las Britney y las Christina, ahora tenemos a las Dua, las Ariana, Lizzo, Cardi B, Lil Nas X... gente muy diversa que tiene algo nuevo que ofrecer, y a las audiencias de hoy eso es lo que les interesa”.
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