Héctor Soto
Almodóvar parece tener conciencia de haberse quedado pegado en las mismas teclas en los últimos años y eso tiene mucho de cierto. Hace tiempo que está arriesgando poco en sus trabajos. Se entiende entonces que haya anunciado, para romper el empate, que se propone saltar a la producción en inglés.
Cuesta entender, por ejemplo, que tengamos una televisión por cable tan mala y tan descomedida. Descontado que gran parte de los canales solo transmiten basura, los pocos que llegan a entregar contenidos de algún interés por lo general lo degradan con tandas publicitarias tan invasivas y con apoyos de sintonía tan reiterativos que resulta difícil no sospechar si tras estos manejos no existe una trama deliberada para embrutecer audiencias a escala industrial.
El fenómeno era bastante contraintuitivo. Luego de un estallido social de las proporciones que tuvo, luego del derrumbe de la popularidad presidencial y luego de los enormes problemas económicos y sociales que había planteado la crisis sanitaria, sonaba raro que el sucesor de Piñera saliera de su propio sector, no importa si con mayor o menor cercanía a su administración.
El año cinematográfico está terminando y, atendidas las circunstancias que hemos vivido, no tiene nada de raro que los títulos asociados a Netflix hayan sido los de mayor visibilidad durante el año.