Tanto en las conversaciones con su círculo cercano como en sus últimos diálogos con la prensa, Jorge González había manifestado su intención de volver a cantar en vivo, como una forma de retomar el contacto con sus seguidores y de acelerar con música y aplausos su proceso de recuperación. "Me revitaliza pensar eso, el año pasado fue difícil para todos", comentó el ex líder de Los Prisioneros el mes pasado, deslizando la posibilidad de un retorno a los conciertos que finalmente se materializó hoy, a casi un año de su última aparición sobre un escenario, con un show íntimo y acústico.
No hubo publicidad ni campañas promocionales. Sólo algunas pistas en la cuenta de Twitter del cantautor, donde durante el día publicó una foto suya de archivo micrófono en mano -además de la frase "quien canta su mal espanta"-, junto a la invitación virtual que un par de días antes recibió el selecto grupo de invitados, citados a las 18.30 horas al Bar Liguria de Manuel Montt. Allí se detallaban las condiciones que el propio González y su equipo fijaron para los asistentes, a quienes se les pidió expresamente no difundir el concierto a terceros, ni tampoco entrar al local teléfonos celulares ni cámaras fotográficas.
Hermetismo total para una velada con carácter de hito. Y es que descontando su presencia en el homenaje que diversos artistas le brindaron en el Movistar Arena en noviembre, lo de esta noche era el primer concierto como tal del autor de Tren al sur desde su gira veraniega de 2015, donde se desencadenó el accidente isquémico cerebeloso que hasta hoy lo tiene en rehabilitación.
Tras 45 minutos de espera, González apareció abriéndose camino hacia al escenario, secundado por su banda de cinco músicos -entre ellos Gonzalo Yáñez y Pedropiedra y con la ovación de una audiencia eufórica, donde se juntaron amigos y colegas del sanmiguelino -como Manuel García, Gepe, el "Rumpy" y la ex tecladista de Los Prisioneros Cecilia Aguayo- junto a actores y parroquianos del local, como Amparo Noguera, Luis Gnecco y Patricio Fernández.
Y aunque aún evidencia dificultades para desplazarse, una vez sentado junto a la banda y tras entonar las primeras estrofas de Trenes, se notó cierta mejoría en sus secuelas del habla, lo que quedó ratificado con otros temas de su última etapa solista, como Una noche entera de amor, Nada es para siempre y Nunca te haría daño, donde pareció soltarse y esbozó la primera sonrisa.
La velada guardaba más sorpresas y detalles alentadores: un breve cover de Knocking on heaven's door, a modo de tributo a Bob Dylan y con una traducción muy libre al español que sacó risas entre el público; los habituales cambios de letra del músico en sus propias composiciones -como en mi Mi casa en un árbol, "una en que no me jodan y no me saquen selfies"-; una encendida versión remozada de Cumbia triste, de su visionario proyecto de cumbia electrónica de 1997 Gonzalo Martínez, para terminar cantando junto toda la audiencia Tren al sur y El baile de los que sobran.
En total, 60 minutos de música y emociones en una velada para el recuerdo, que abren la ilusión en el horizonte del mayor ícono del rock chileno de las últimas cuatro décadas.